Día de Inocentes, 28 de diciembre, este pasado miércoles, en el barrio bilbaíno de San Francisco. Rebeca, de 45 años, ha muerto acuchillada por su marido. Una más, la última cuando escribo estas líneas. Nueva víctima de la violencia machista, esa maldita guerra que no cesa.
Aunque ignoremos su final, a la guerra de Putin le ponemos fecha de inicio: el 24 de febrero de este 2022 que se nos va. Con sus altibajos, con sus paréntesis, todos estamos convencidos de que ese horror acabará. Dejando quizá para siempre una huella dolorosa, pero acabará. Perdiendo unos y ganando otros, pero acabará. Pero la que no acaba, ni conoce treguas, es esa otra guerra en la que siempre salen perdiendo las mujeres. Esa guerra a la que ni siquiera se le puede fechar el inicio porque viene desde la noche de los tiempos, desde que se desató la violencia machista,
Si 2022 comenzó mal, porque la invasión de un fuerte contra un débil es un acto perverso, estremece comprobar que este año va a finalizar con el mes de diciembre como siniestro récord de mujeres asesinadas. Casi es imposible contar con rigor el número de casos repartidos por toda la geografía del Estado, porque la violencia machista lo ha sacudido en este mes de fiestas y aguinaldos dejando un reguero de ocho casos confirmados de mujeres asesinadas y otros tres que aún se están investigando. Si se confirman, 50 mujeres habrán muerto por la violencia de un hombre. Como detalle a reflexionar, entre los asesinos hay más de un octogenario.
50 mujeres apuñaladas, abrasadas, tiroteadas, son un terrible balance de muertes pero hay que tener en cuenta las tragedias consiguientes. Las familias que quedan rotas, los niños que han sido testigos espantados de la brutalidad de sus padres, el difícil remontar de episodios traumáticos con su huella de miedo, sufrimiento y angustia.
Diciembre ha sido el mes más negro de este 2022 que se va, el mes en que la violencia de género se ha desatado. Si esa furia se hubiera ensañado con cualquier otro colectivo, el escándalo hubiera sido impresionante. Pero no pasa nada, son mujeres. Y les matan los protomachos en cualquier parte del mundo o, al menos, hacen lo posible por que sean invisibles aunque reaccionen echándose a la calle a pelear como en Irán, o las afganas luchando por respirar bajo el látigo talibán,
No se puede consentir que un año más, la mayor parte de las mujeres sigan teniendo los sueldos más bajos que los hombres, los empleos más precarios, las que tengan que cuidar a los mayores, las que renuncien a sus estudios, las que sacrifiquen sus aficiones. Lo de siempre, y encima les asesinan. Es tal la agresividad machista y tan repugnantes sus consecuencias, que cada vez esta prepotencia viene siendo más insoportable. Se acaba 2022 y aunque apenas ha cambiado nada sí que se va tomando conciencia de que es pernicioso negar que sea real la violencia machista, como pretende esa tesis de la ultraderecha que asegura que se mata a todos más o menos por igual, hombres y mujeres. Mentira.
Fin de un año que comenzó mal estrenando guerra y acaba peor, con esa otra guerra interminable y recrudecida de la violencia machista.