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A lo que está sucediendo en los últimos tiempos en la arena política de nuestro país se le podría aplicar aquel dicho de nuestros mayores referido a los hijos adolescentes: “No se les puede dejar solos”. O aquello que aseguraba Mariano Rajoy dirigido a sus compañeros de partido: “Vaya tropa”.

En esta ocasión tenemos que dirigirlo a la clase política que nos toca sufrir, en especial, a los jovenzuelos que han llegado creyéndose ya sabidos, ignorando que una parte del activo político se adquiere con la experiencia de los años.

Reflexionar sobre lo que sucede en este ámbito, sobre todo en los debates que observamos en los diferentes parlamentos, o plenos de Ayuntamientos ilustres, para quienes pertenecemos a una generación que vivió la experiencia de la Transición resulta especialmente difícil y doloroso.

El primer interrogante que nos surge es si esa agresividad repleta de banalidad, esa falta de respeto no solo al contrincante político, también a quienes representan, si esa falta de empatía, de lo que en términos psicoanalíticos sería “ver, observar al otro”, es innato o simplemente el reflejo de nuestra sociedad actual. Quizás agravado por una evidente falta de autocrítica. Cualidad que al menos cabe exigir a la izquierda.

¿Existe algún político actual, al menos de los conocidos, que al llegar a su casa después de una intensa actividad institucional, dedique algún instante a reflexionar sobre sus posibles errores de comportamiento? No parece, al menos desde la distancia de observadores con un mínimo de sensatez.

¿Qué hacer ante esta tremenda situación? Desde la poca parte de la sociedad que aún conservamos un mínimo de sensatez heredada de aquella Transición, muy poco o nada. Necesitaríamos la complicidad de al menos una pequeña parte de la cúpula de cada partido y sobre todo a los medios de comunicación para darle la vuelta.

Pero no parece que la cosa vaya por ahí, porque consideran que las broncas benefician electoralmente a los suyos y los medios venden más o consiguen mayores audiencias.

La polarización cada vez más acusada entre los diferentes sectores de nuestra sociedad, que se identifican con medios de comunicación progresistas o conservadores, los que antes con menos pudor señalábamos como de izquierdas y derechas, impide la existencia de otros más objetivos, equilibrados y sensatos.

Quizás porque sus propietarios entiendan que esa sensatez, ese sentido común (el menos común de los sentidos) estén a la baja en el seno de nuestra sociedad.

Mientras tanto la inmensa mayoría de la ciudadanía, obviando su propia autocrítica, se aleja cada vez más de la política de hoy en día. ¿O no?

Debo reconocer que ese interrogante me intranquiliza, quizás porque en un mundo donde todos creen estar en posesión de la verdad desde la certeza y con todas las respuestas, quienes no lo estamos tememos que la solución final sea caer por el abismo. Así probablemente nos encontramos en este instante.

Es cierto que esta reflexión puede resultar controvertida por su generalización, dado que la mayor parte de le crispación viene de la derecha extrema, pero como desde las izquierdas, especialmente desde una parte de ellas, también se producen, la mantengo debido a que la ética de esa izquierda de la que formo parte tiene el deber de ser ejemplar y ejemplarizante. En estas condiciones y con esta tropa lo probable es que la crispación continúe no se sabe aún hasta qué punto y con qué consecuencias. Si es que no se les puede dejar solos y solas.

En esa dirección va lo que está ocurriendo en el seno de Podemos ante el nuevo proyecto Sumar de quien salió como nueva líder tras la crisis anterior, Yolanda Díaz. Por cierto, ungida por la mano del Dios Pablo Iglesias que ahora la niega.

Los enfrentamientos a cara de perro con las lugartenientes del anterior líder que actúa como dueño de la marca, Irene Montero y Ione Belarra, están poniendo en serio peligro un proyecto que había despertado muchas simpatías.

El silencio de Díaz ante los reiterados errores infantilistas de las otras ha despertado su ira y la del dios Iglesias, cargando de manera insensata contra ella. El efecto podría ser suicida.

En el otro lado de la izquierda, PSOE también vive momentos de tensión extrema. La confrontación de Pedro Sánchez a cuenta de la reforma del código penal referida al delito de sedición, o al de malversación, con alguno de sus barones, especialmente Emiliano García Page, Javier Lambán y en menor medida, Fernández Vara, tampoco ayuda al fortalecimiento del actual gobierno de coalición.

Parece que estén actuando y hablando exclusivamente pensando en su propio beneficio electoral, de cara a las elecciones municipales y autonómicas de mayo 2023 y no el bien común de su partido, de la izquierda y del país entendido desde esta ideología.

Pedro Sánchez con su valentía en sus acuerdos con los independentistas, especialmente ERC, no solo busca el apoyo de sus votos para sostener el gobierno, que sería la visión legítima pero cortoplacista, también aporta con una mirada estratégica ir eliminando las tensiones centro-periferia heredadas de nuestra Transición.

Cualquier crítica y más viniendo de sus filas, debería tener en cuenta este aspecto y observar sin orejeras que la situación en Catalunya es infinitamente mejor que la heredada del gobierno Rajoy. Ese es y debe ser el camino a seguir.

Así, las izquierdas, siempre tan cainitas, están poniendo en serio peligro al gobierno de coalición y harían bien en ponerse las pilas para rectificar y evitarlo. Sólo desde la unidad sin fisuras en PSOE y Sumar es posible hacer frente a un poderoso enemigo, PP y Vox más los poderes fácticos que les impulsan.

Enemigos que ya se frotan las manos teorizando que si esta situación continúa así y trae como consecuencia el fracaso en el próximo mayo, obligaría al PSOE a un cambio de rumbo de consecuencias imprevisibles. Es el razonamiento que a través de UPN se ha lanzado desde Navarra y no parece descabellado.

¿El futuro que nos espera? Para los progresistas oscuro tirando a negro si no variamos el rumbo con urgencia. Veremos.