El ruido distrae. Ocurre con el folclore arrabalero del Congreso. Siempre hay hueco para superarse en la insolencia. Muchos escaños mancillan el límite de la decencia. Como si les guiara una desmedida pretensión de notoriedad. Como si buscaran afanosamente la foto del momento, la imagen del telediario. A veces, solo se trata de un brote íntimo de rebeldía como el de los socialistas al compartir en pie el voto de una compañera. Mientras tanto, las nueces ruedan por el suelo. Toda una semana cascabeleando desde los escaños en torno a la ministra Montero mientras en los juzgados aumentan las revisiones de agresores sexuales condenados. Nunca un 25-N pareció más sombrío. Todo por culpa de una ley con la puerta abierta a la rebaja de penas que, desgraciadamente, ha tornado en una bronca de voltaje desparramado. Y la ministra Montero en el ojo del huracán.

La obscenidad dialéctica de Vox con ese discurso incitador y aborrecible, esa verborrea ultrajante ha desviado la gravedad jurídica que encierran algunos flecos interpretativos de la ley del solo sí es sí. Han querido lapidar arteramente a Irene Montero y el efecto boomerang de sus diatribas la han convertido en una lideresa mártir. Quizá cuando más difícil lo empezaba a ver, el profesor Pablo Iglesias ya tiene quien plante cara a su declarada enemiga Yolanda Díaz en la reyerta a cara descubierta de las listas. A cambio ha llevado la manzana de la discordia al mundo feminista. Los gritos de ayer pidiendo la dimisión de la ministra son algo más que un slogan.

Otra vez con la polarización. De un lado, resulta fácil detectar un repudio generalizado sin perdón a los escupitajos verbales de la ultraderecha, posiblemente porque hay unanimidad en asumir que responden a una enfermedad sin curación posible. De otro, el Parlamento suspira por una desinfectante reacción contundente contra esta inaceptable cacería personal. Pero, en realidad, lo único tangible es que la ley avanza con una sucesión de favorables revisiones que indignan. Otra vez el ruido y las nueces. Mientras se han entrecruzado las escalofriantes acusaciones contra la titular de Igualdad y las réplicas irritadas por tanta deshonestidad, nadie parecía ocuparse de frenar una sangría que conmueve. Como si fuera únicamente responsabilidad del Tribunal Supremo. De momento, la apelación del Fiscal General se ha llevado el viento y hasta empiezan las excarcelaciones.

También en Melilla hay otro incendio político. Los rescoldos amenazan a Marlaska. La desgracia humanitaria de Melilla le acecha cada día con más intensidad y sobre todo si siguen faltando piezas para valorar el puzzle de tamaña inmundicia. Tampoco el calendario le favorece. En los meses previos a calentar las elecciones de mayo, Sánchez se verá obligado a remodelar las carteras socialistas. Con Maroto apostando por Cibeles y Darias por Las Palmas, el baile puede pillar con el pie cambiado al ministro del Interior. Paradójicamente, quizá la insistencia del PP juegue en contra de su dimisión. No parece el presidente ese político asustadizo por los bufidos y menos ahora con el pecho henchido. Otra cosa es que desde el espíritu de la investidura aprieten el acelerador y se vea impelido conceder la destitución.

De momento, Sánchez se deleita. Todo lo sonríe. A unas horas de convertirse en la referencia socialista del mundo no está para fruslerías. El adalid de la política útil solo se ocupa de la caza mayor. Presupuestos mirando a las clases humildes, sedición como ejemplo de hombre de Estado y mano dura con los adinerados y así lucir pátina de izquierda progresista. Y Feijóo tratando de hacerse un sitio sin otra propuesta que asociar las cuentas públicas a una campaña de imagen electoralista y a la imprescindible referencia a la entrega de España a sus enemigos. En este empeño de asociar la debilidad del presidente en favor de los independentistas para consolidar el voto patrio y enturbiar el ánimo entre muchos socialistas, el líder del PP se ha encontrado con el favor de Arnaldo Otegi. El dirigente abertzale atribuye la potestad de doblegar las voluntades de Sánchez a quienes desean marcharse del Estado español. Con verdades así, como se demostró en el interminable superjueves, la derecha recarga la dinamita de su principal discurso para desesperación principalmente de aquellos bastiones socialistas que ahora mismo tienen comprometida la continuidad en su territorio autonómico. En realidad, la sedición augura largas horas de ruido, pero en este caso las nueces están aseguradas.