a visita esta semana a Ankara de Charles Michel y Ursula von der Leyen, para reunirse con el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, supone un claro intento de relajar las tensiones que en el último año vienen produciéndose entre la Unión Europea y Turquía. Lejos quedan ya los años en que la adhesión turca a la UE constituía una posibilidad cierta. Pese a seguir siendo considerado potencial socio del club europeo, hace mucho que de lo que Bruselas habla con la Administración turca es de conflictos. Los desencuentros han sido crecientes, especialmente, durante los últimos meses como consecuencia del descubrimiento de unos yacimientos de gas en el Mediterráneo Oriental, lo que acrecienta la disputa entre Chipre, Grecia y el país euroasiático por el control de estos recursos. Podríamos decir que la relación se encuentra en un claro punto de retroceso y que el gesto del viaje del presidente del Consejo y de la presidenta de la Comisión, significa una mano tendida para el diálogo, pero repleta de condiciones innegociables por parte de Bruselas.
Es evidente que el principal obstáculo en las relaciones tiene que ver con las vulneraciones de Derechos Humanos que paulatinamente ha ido cometiendo el régimen de Erdogan. Su creciente radicalismo religioso choca frontalmente con los principios y valores fundacionales de la UE y sin un estricto respeto del Estado de Derecho va a resultar muy difícil la normalización diplomática. Pero conviene recordar que Turquía, por su situación geopolítica y la dimensión de los turcos como potencia emergente en el contexto internacional, ha sido históricamente un socio estratégico europeo. De ahí, pese a que se producen continuos vaivenes en la relación, nunca llegan al punto del conflicto, o dicho de otro modo, los intereses mutuos son más fuertes que las desavenencias circunstanciales. Los 27 saben que se juegan demasiado en la frontera euroasiática en materia de seguridad, de inmigración y, por supuesto, de intercambios comerciales, como para romper amarras con Ankara.
Si la UE puede sacarle los colores a Erdogan respecto al ataque a las libertades, no es menos cierto que el líder turco juega con la hipocresía demostrada por los Estados europeos en la crisis migratoria que asola Europa desde el inicio de la guerra en Siria. Para evitar el penoso espectáculo de la negativa de algunos países europeos de refugiar a seres humanos que huyen del hambre y la violencia, la UE ha comprado el favor turco de contener a los migrantes en su suelo. Un bochorno que Ankara emplea como chantaje permanente. Una vez más, es previsible que la colaboración utilitarista que ha regido las relaciones en este tema se imponga, aunque puntualmente se produzcan gestos y amenazas del lado turco. Sin una política de migración común europea, hoy por hoy, no podemos arriesgarnos a perder esa trastienda oscura en que hemos convertido a Turquía para calmar a los gobiernos xenófobos de Estados miembros como Hungría, Chequia, Austria o Polonia.
Von der Leyen y Michel se repartieron los papeles en la representación teatral diplomática que ambos protagonizaron en el palacio presidencial turco. Él recalcó que los europeos queremos avanzar hacia mejores relaciones en el futuro. La UE está dispuesta a poner sobre la mesa una agenda concreta y positiva, basada en tres pilares: cooperación económica, migración y contactos y movilidad entre pueblos. Y mientras ella, le recordaba al regidor despótico, que el respeto de los derechos fundamentales y el Estado de derecho son cruciales para la UE. Turquía debe respetar las reglas y normas internacionales de derechos humanos, con las que, el país se ha comprometido, como miembro fundador del Consejo de Europa. Entre los temas que más preocupan está la retirada de Turquía del Convenio de Estambul por la lucha contra la violencia de género. "Se trata de proteger a las mujeres y proteger a los niños contra la violencia. Y esta es claramente la señal incorrecta en este momento. La Unión Europea nunca dudará en señalar nuevos avances negativos", señaló Von der Leyen. Y para colmo, la foto de palacio puede ser la viva imagen de la realidad. Los tres presidentes posaron ante los fotógrafos frente a dos butacas y posteriormente en ellas se sentaron Michel y Erdogan, dejando a la presidenta apartada en un sofá al lado. Un movimiento que le incomodó claramente.