Para cualquier aficionado que se acercara este sábado al Buesa Arena, el partido frente al Andorra tuvo ciertas similitudes con muchos de los que ya vivió la pasada temporada a nivel doméstico.

Es decir, un Baskonia bastante plano, siempre a remolque en el marcador, con escasa predisposición para el sacrificio defensivo y sostenido nuevamente por un escaso número de jugadores ante las uñas poco afiladas de la segunda unidad.

Resulta chocante que, tras una épica victoria en la glamurosa Euroliga como la sellada hace 48 horas ante el Partizan, a los jugadores azulgranas les cueste luego regresar a la cruda realidad de una Liga ACB donde no hay cenicientas y cualquier jornada es una batalla sin cuartel. Para cuando algunos se despojaron las legañas y despertaron de la siesta, ya era demasiado tarde.

Estos fantasmas conocidos se vieron resucitados en la cancha de Zurbano, donde el Andorra se mostró superior de principio a fin pese a su ataque de pánico vivido en la recta final. Fue un constante querer y no poder ante la disciplina y mordiente del equipo de Natxo Lezkano, que tuvo en el francotirador Kyle Kuric a un elemento indescifrable para la pusilánime defensa vitoriana.

Los regalos de Lammers

Sin embargo, no es menos cierto que cuando todo parecía perdido la afición azulgrana se ilusionó con la remontada. A raíz del inquietante 75-87, los regalos de Ben Lammers fallando canastas de principiante debajo del aro local dieron paso a un parcial de 11-0 que, eso sí, no tuvo continuidad ante los errores de bulto en el tramo de la verdad.

Entre la precipitación del verso libre Moneke, los problemas en el timón agudizados por el descarte de Baldwin, el exceso de revoluciones de Luwawu-Cabarrot con una antideportiva sobre Kuric que no venía a cuento en un saque de banda y la falta de ideas a nivel colectivo, terminó plasmándose una de esas derrotas de las que el Baskonia puede acordarse si, por ejemplo, queda excluido del cartel copero en febrero del año que viene.

Pese a que Lammers se empeñó en dar emoción al partido con unos fallos delirantes que permitieron al Baskonia soñar con la victoria, el Buesa Arena se llevó una decepción morrocotuda. Y todo ello en una jornada que debía ser festiva por el espectacular ambiente que la rodeó y los festejos preparados por el club para vivir una tarde soñada.

Tras el subidón del jueves ante el Partizan de Obradovic, un modesto de miras ambiciosas como el Andorra destapó el mucho trabajo que tiene Laso para terminar de engrasar la maquinaria. Desde luego, una derrota así no figuraba en ningún guión previo.

El vitoriano volvió a ser un equipo incapaz de aplicar los grilletes defensivos a la letal tripleta exterior del Andorra, integrada por Evans, Harding y Kuric. También perdió balones en momentos inoportunos y le costó cerrar el rebote defensivo, un cóctel realmente explosivo como para sellar proezas.

Salvo el 2-0 anotado por Luwawu-Cabarrot, el Baskonia siempre fue por detrás en el marcador. De tanto jugar con fuego y conceder a nivel defensivo, el cuadro alavés terminó quemándose en la hoguera. Por fortuna, esto no ha hecho más que empezar y queda tiempo para corregir errores.