La temporada del Baskonia está dejando mucho que desear a todos los niveles. Las malas dinámicas a nivel colectivo siempre amenazan con engullir a cualquiera, incluso jugadores en manos de Neven Spahija que ya demostraron el pasado curso su valía en Vitoria u otros que en verano aterrizaron en el Buesa Arena precedidos de una notable fama.
Jamás se había visto en una situación así un club como el afincado en el Buesa Arena, célebre por su voraz carácter competitivo y también capaz de mantenerse en la cresta de la ola durante décadas pese a sus limitaciones económicas en comparación con otros gigantes del Viejo Continente.
Por un lado, no se están consiguiendo los objetivos mínimos que temporada tras temporada marcan las altas esferas en materia de resultados. Además, también puede quedar en agua de borrajas a este paso otra tradicional aspiración de Josean Querejeta como la revalorización de los jugadores para favorecer una posible venta que ayude a financiar los proyectos venideros.
Dado que el vitoriano es un equipo carente de química y automatismos con el que la grada no se está identificando, las rutilantes actuaciones individuales brillan por su ausencia. Y ese es otro problema añadido porque el Baskonia necesita poner siempre en el escaparate a sus mejores gangas.
Los insaciables transatlánticos de Europa y la propia NBA siempre han echado sus redes sobre el Buesa, una pasarela inmejorable en la que siempre se podía pescar.
El Baskonia siempre ha ofrecido a jugadores todavía lejos de la madurez baloncestística un ecosistema ideal para que crezcan y maduren a pasos agigantados. Infinidad de baloncestistas en boca de todo el mundo se han revalorizado en Vitoria hasta límites inimaginables y el club azulgrana ha tenido la habilidad suficiente en los despachos como para cerrar traspasos fructíferos que le han permitido seguir compitiendo al más alto nivel.
Querejeta nunca se ha cerrado en banda a la hora de desprenderse de sus mejores activos para regenerar a una entidad sin los medios de otros. Una política que difícilmente podrá aplicarse al término de esta temporada dada la escasa revalorización de la plantilla en manos de Neven Spahija.
Ante el decepcionante rendimiento colectivo e individual hasta la fecha, el interés de terceros por los inquilinos del vestuario baskonista puede desvanecerse. Es uno de los efectos colaterales de la campaña más dura que se recuerda.
Después de que el club de Zurbano no pudiera extraer el pasado verano beneficio económico alguno a la marcha de sus dos jugadores más determinantes -Pierria Henry y Achille Polonara desestimaron sendas ofertas de renovación y pusieron rumbo al Fenerbahce-, el principal foco de negocio era Rokas Giedraitis.
Sin embargo, su aspiración de recibir una oferta lucrativa de la NBA para cruzar el charco no fructificó. El club azulgrana no solo perdió la oportunidad de ingresar un buen pellizco por su cláusula de rescisión y liberar una de las fichas más pesadas sino que tras el fichaje de su relevo (Simone Fontecchio) vio cómo su plantilla quedaba bastante descompensada.
No en vano, se ha destinado una elevada partida del presupuesto al puesto de tres. Algo que redujo sobremanera el margen de maniobra para terminar de cerrar un roster donde ahora se atisban flaquezas evidentes en otras posiciones como el uno, el dos o el unodoscinco.
Giedraitis y Fontecchio, por el que hubo que abonar un traspaso al Alba Berlín, fueron en su día fichajes estratégicos destinados a dejar dinero en la caja del Buesa Arena, pero su cotización se encuentra ahora en números rojos. Ambos firmaron por tres temporadas; el lituano acaba en 2023 y el italiano en 2024.
Si bien se mantienen como dos jugadores apetecibles para cualquiera, mucho deberán elevar su rendimiento para que el Baskonia pueda sacar tajada. Especialmente sorprendente es la discreta aportación de Fontecchio, un jugador que levantó unas expectativas enormes durante los pasados Juegos Olímpicos de Tokio merced a sus excelentes actuaciones con su selección y al que ahora casi nadie acierta a reconocer.