Vitoria - Llegó hace algo más de un mes como una especie de Mesías que debía levantar el ánimo de un equipo deprimido. Fue acogido con los brazos abiertos por todos ante la certeza de que el Baskonia necesitaba un nuevo impulso con el fin de recobrar el espíritu ganador. Pese a algunos prejuicios respecto a su libreto caduco o sus métodos arcaicos, se le veía como la figura ideal para insuflar algo de carácter y energía a un grupo sin alma que se desangraba allá por donde competía.
Pues bien, transcurridos ya trece partidos desde que se hiciese cargo de las riendas del Baskonia por tercera vez el pasado 24 de diciembre, Dusko Ivanovic tampoco ha dado con la tecla para hacer del vitoriano un conjunto competitivo que enderece el rumbo en todas las competiciones. Bajo su mandato se han obtenido victorias muy meritorias ante dos pesos pesados como el Barcelona y el Real Madrid, pero dichas alegrías permanecen difuminadas ante el impacto tan negativo de un puñado de derrotas hirientes que no entraban en ningún guión previo.
Con un balance de cuatro victorias y nueve derrotas, alguna de las cuales supuso la puntilla definitiva de cara a la clasificación para la Copa del Rey, los problemas azulgranas van en aumento. Ni siquiera los dos ilusionantes fichajes acometidos esta semana, Semaj Christon y Zoran Dragic, parecen haber cambiado la abúlica cara de una plantilla con graves carencias estructurales. Si bien ya hay más efectivos y la rotación ha dejado de ser tan famélica como en meses precedentes, las derrotas se siguen acumulando a un ritmo de vértigo en un casillero cada vez más sonrojante.
Lo peor no es solo ya la falta de reacción del equipo sino la progresiva indiferencia de los aficionados, sabedores de que este Baskonia no está hoy en día para mirar a los ojos de prácticamente nadie en la Euroliga. Cualquiera se le sube incluso a las barbas en una ACB donde la situación es crítica y puede rubricarse a este paso el mayor fiasco de la historia del club en las últimas décadas.
La estampa de Ivanovic en los minutos finales en el Martín Carpena, completamente abatido, resignado y con las manos tapándose la cara maldiciendo los errores de sus pupilos, denota que las cosas no fluyen tal y como desearía el preparador balcánico, al que no se le puede acusar de falta de intervencionismo pero que no puede extraer más jugo de la insuficiente materia prima.
Defectos incorregibles El de Bijelo Polje no se ha caracterizado nunca por bajar los brazos, pero el desafío que tiene entre manos para revitalizar las aspiraciones baskonistas es de órdago. Entre las lesiones de jugadores clave que se han concentrado de forma inmisericorde en una única demarcación como la dirección, el decepcionante rendimiento de piezas sobre las que había grandes esperanzas depositadas y una dinámica derrotista sin precedentes -apenas 17 victorias en 42 partidos oficiales hasta ahora-, pintan bastos en la que está siendo de largo la campaña más negra que se recuerda del Baskonia.
Partido tras partido, se repiten los errores flagrantes sin que los jugadores salgan de esa espiral de negatividad que paraliza las piernas y bloquea la mente. Los problemas arrancan en una dirección descabezada que no consigue aportar algo de criterio, se agudizan por la falta de mordiente de un perímetro en el que los dos tiradores no golpean desde la larga distancia y finalizan en un juego interior con tres postes de idéntico perfil que no producen prácticamente nada. Es decir, un panorama tétrico cuando la temporada ya está lanzada en el mes de febrero.
Pese a lo mucho que todavía resta por jugarse, más de uno sueña con despertar de esta pesadilla y que las altas esferas, esta vez sí, atinen el próximo verano con los fichajes tras una limpia que por pura lógica debería ser histórica en la plantilla. Una cosa es admitir la extrema dificultad que supone acceder a los títulos tras una década de sequía y otra bien distinta circular con más pena que gloria en el pelotón de los modestos.