Vitoria. Bastaron menos de veinte minutos del primer encuentro liguero de la temporada para que las semivacías gradas del Fernando Buesa Arena -la estimación de más de 8.000 espectadores realizada por el gabinete de prensa del club resultó otra vez muy generosa- mostrasen su evidente descontento. Estaba el duelo a punto de alcanzar su ecuador cuando la música de viento retumbó con fuerza ante el doloroso correctivo que estaba infligiendo el Gran Canaria a un anfitrión perdido y sin ideas. Con el 31-47 en el marcador y el Baskonia convertido en ese instante en una triste caricatura de equipo, el respetable recriminó con una monumental pitada el insulso espectáculo que estaba presenciando sobre la pista.

El entendido público vitoriano, acostumbrado al caviar del bueno pero que en los últimos tiempos asiste impertérrito a la pérdida de pujanza de un conjunto que hasta hace bien poco tuteaba a los grandes, se impacientó demasiado rápido antes de volver a entrar en calor gracias a la efervescencia de Lamont Hamilton en la pintura. La furia del fornido poste neoyorquino, imparable en el tercer cuarto gracias a sus 13 puntos, desbordó nuevamente la pasión hasta una derrota final que supuso un auténtico jarro de agua.

Una actitud que, en cualquier caso, evidencia ya a las primeras de cambio el escepticismo existente hacia el nuevo proyecto ideado por Josean Querejeta. Si la puesta de largo del Laboral Kutxa en la ACB congregó a tan pocos fieles, es que algo no funciona e invita a una profunda reflexión por parte de la directiva. La plantilla construida genera ilusión con cuentagotas, de ahí que el recinto de Zurbano registrase una pobre entrada. Pese a tratarse de uno de los visitantes más atractivos y anidar un sentimiento de revancha tras lo sucedido en el pasado play off por el título, la afición no respondió.

Aunque el Laboral Kutxa se quedó a las puertas de un meritorio triunfo que hubiese servido para tranquilizar en parte al entorno, la visita del aguerrido cuadro insular destapó las numerosas carencias que se venían barruntando desde la pretemporada y, sobre todo, la disputa de la Supercopa. Si bien es cierto que las lesiones de Hanga y Mainoldi han hecho un flaco favor al engranaje colectivo, ya se atisba con claridad por ejemplo la escasa mordiente en el puesto de dos -Causeur y Jelinek pasaron inadvertidos en consonancia con lo vivido la pasada temporada-, el difícil reciclaje de Nocioni al puesto de cuatro o la tibieza de un juego interior en el que Pleiss se cargó de faltas en un santiamén.

Mucho tendrá que trabajar Scariolo para hacer carburar a un equipo que, a corto plazo, afronta dos desafíos colosales como la llegada del Maccabi en la apertura de la Euroliga y la visita al Real Madrid en la segunda jornada liguera. Si en la ACB existe un sideral margen de tiempo para subsanar contratiempos como el de ayer, la competición continental no perdonará cualquier atisbo de debilidad. La tropa alavesa necesita sumar desde ya para no comprometer las opciones de clasificación hacia el Top 16, pero las dudas de la grada son evidentes ante la materia prima disponible.