Valladolid. Hay partidos sin historia, o con poca historia. El que ayer se disputó en el Pabellón Pisuerga de Valladolid tuvo la justa. El Caja Laboral de Zan Tabak comienza a adquirir velocidad de crucero. Más allá del margen de mejora del que aún dispone la plantilla azulgrana, sumó su octava victoria consecutiva en uno de esos compromisos que los equipos grandes deben resolver con cierta suficiencia. Así lo hizo el conjunto vitoriano, que acudió a la cita con la motivación necesaria pero que alguna vez le ha faltado y se deshizo de un Blancos de Rueda muy corto de efectivos y que apenas pudo oponer voluntad y ardor para equilibrar una contienda demasiado desequilibrada de partida.

Roberto González quiso sorprender a Tabak con una defensa zonal que saltó a pedazos ante el quirúrgico acierto que exhibieron los jugadores baskonistas en los primeros compases del encuentro. El Blancos de Rueda sellaba la pintura y concedía opciones de tiro demasiado claras que fueron castigadas sin piedad. Heurtel, Nocioni y Oleson, ayer de nuevo titular, obligaron al técnico pucelano a variar el planteamiento ante la tozuda evidencia de que 15 de los 17 primeros puntos del cuadro azulgrana llegaron desde más allá de la línea de 6,75 metros.

Tabak mantuvo su habitual código de rotaciones casi equitativas y su apuesta encontró un resultado casi idílico. Ante un rival que tras aguantar con apuros en el marcador los primeros siete minutos del choque se fue viniendo abajo, casi todas las piezas encajaron en el rompecabezas. La plantilla ofreció una más que aceptable respuesta coral y el conjunto vallisoletano, que se apoyaba en la fortaleza de Hunter bajo los aros, comenzó a diluirse como un azucarillo.

Los diez puntos de ventaja con los que acabó el primer acto (16-26) quedaron reducidos a nueve al descanso (37-46) merced al arreón visceral al que se aferraron los pupilos de Roberto González en un segundo cuarto en el que el pabellón apretó de lo lindo. Molesta con algunas decisiones arbitrales, aunque quizá también por la impotencia que exhibía su equipo para mantenerse en el marcador, la grada trató de insuflar aire a un plantel que pagó muy cara su limitada rotación. Sobre todo porque en el bando baskonista no es que jugaran muchos, sino es que aportaron casi todos los que lo hicieron.

Carlos Cabezas volvió a ofrecer mayor claridad que Thomas Heurtel al juego. Y ayer además gozó de más protagonismo en la distribución de minutos. Queda la duda de saber si Tabak estaba enviando un mensaje de cara a la incorporación de Omar Cook. Con el malagueño, que digiere el respaldo que llega del banquillo como confianza propia, el equipo comenzó a tomar velocidad para marcharse sin remisión.

Un Nocioni imperial, demostrando una vez más que es uno de los jugadores más determinantes de la ACB, emprendió la huida hacia adelante. Se sumaron varios, aunque no todos, y para cuando todo el mundo quiso darse cuenta, mediado el tercer periodo, las diferencias ya rondaban los veinte puntos.

En el último acto, ya con el orgulloso equipo anfitrión casi entregado, se alcanzaron los treinta. Para entonces, sobre el parqué del legendario Pabellón Pisuerga ya se jugaba a dos velocidades. El incisivo Othello Hunter, que había sostenido al Valladolid con sus puntos en la pintura durante el primer cuarto, claudicó. Lampe, motivado e inspirado, acabó tiranizando la zona.

Al equipo de Roberto González cada vez le costaba más producir. El Baskonia se había agigantado y Tabak, en virtud de la marcha del encuentro, se permitió el lujo de conceder mucho descanso a algunas piezas un tanto más desgastadas por el uso. No importó demasiado. Casi todos estaban por la labor de refrendar en una pista complicada y ante un oponente peligroso, que ya ha regalado un disgusto a algunos de los grandes, que ha emprendido la marcha para no detenerse. El nuevo Baskonia de Tabak carbura cada vez mejor. El horizonte aparece como el límite para un equipo que, con un retoque ya confirmado, sólo puede seguir creciendo.