Un suplicio insoportable. Cuarenta minutos fantasmagóricos, tétricos e infames para alumbrar una eliminatoria que se pone cuesta arriba a las primeras de cambio. Interiorizando de antemano que este CSKA post-Messina conserva todavía un veneno indudable sin alcanzar el nivel de esa apisonadora inclemente de campañas precedentes, nadie podía barruntar una debacle semejante. El Caja Laboral rompió ayer todos los esquemas. Para incredulidad de su desencantada afición que asume ya sin ningún pudor que cualquier tiempo pasado fue mejor, rubricó una actuación incalificable. Por lo mala.
Con el caramelo de la Final Four de París a sólo tres pasitos tras el milagro sellado ante la Cibona, lo mínimo exigible era al menos sucumbir con las botas puestas, exhibir compromiso y vender carísima la piel. Como, por otra parte, ha sido desde hace tiempo la seña de identidad de un club para nada acostumbrado a humillaciones como la infligida por el ogro moscovita. No todos los días se acaricia un objetivo tan grandioso y se está tan cerca de un sueño que, tras espantosas jornadas como la de ayer, se vislumbra a todas luces inalcanzable. En el Universal Sports Hall, donde habita un anfitrión de primer nivel, parecía como si estuviese en juego el Trofeo Diputación con todos los respetos.
El Baskonia traicionó una vez más sus señas de identidad. En lo que constituyó la triste reedición de una película muy vista en el presente ejercicio, más gasolina para un fuego que necesita calderos de agua para ser sofocado, se autoinmoló con uno de esos surrealistas partidos que ya no sólo enervan por el monumental ejercicio de impotencia sino también por la desidia de una plantilla cuyo absentismo laboral alcanzó unas cotas insospechadas. El naufragio colectivo no hace sino confirmar la terca realidad de que el azulgrana es un conjunto limitado, carente de identidad y reducido simplemente a los fogonazos triplistas de ciertas piezas anárquicas.
De no ser porque Pashutin, con la vista puesta en mañana, reservó faltando siete minutos a sus mejores exponentes (Langdon, Siskauskas, Khryapa, Planinic...), la escabechina podría haber sido mayor. Fueron 23 cuerpos de desventaja, pero bien pudieron ser bastantes más ante el ínfimo rendimiento azulgrana. En definitiva, el justo castigo para un colectivo apocado, timorato, sin alma y que día tras día se desangra por los mismos errores. Aludir sistemáticamente a las lesiones como el causante de los continuos desaguisados ya no sirve y equivale a ponerse una venda en los ojos. Es algo más profundo y que obliga a la autocrítica de quienes planificaron la plantilla.
Una mínima esperanza Los nubarrones que se cernían sobre la solidez de este equipo desde el inicio de la temporada empiezan a cobrar una magnitud escalofriante. Huérfano de la mejor versión de Splitter, fuera de forma, este Caja Laboral se vuelve un colectivo ramplón, desgobernado y vulgar. La alarmante ausencia de un líder en la dirección origina el caos, varios fichajes que se suponían de relumbrón continúan en la diana y, mientras tanto, el capitán Ivanovic se muestra impotente para hacer funcionar una maquinaria desengrasada y con excesivas grietas.
Apenas ocho minutos (15-15) resistió un desdibujado Baskonia que se derritió a las primeras de cambio en cuanto un desbocado anfitrión le lanzó los primeros directos a la mandíbula. Entonces, el CSKA inició un perfecto entrenamiento ante su público. Sin forzar a tope la máquina y aprovechando las increíbles concesiones visitantes en todas las facetas, convirtió al cuadro alavés en un juguete roto y provocó un agujero mortal de necesidad. Entre el pésimo balance defensivo, la tibieza para reducir a los irresistibles Langdon y Siskauskas o la nula clarividencia en el ataque estático, sintetizada en un rosario de pérdidas a cada cuál más infantil, emergió un enfrentamiento dantesco para los intereses vitorianos.
Los bases reincidieron en su miopía para hilvanar un baloncesto de cierto nivel, dentro del perímetro sólo sobresalió el pundonor de San Emeterio, mientras que los pívots naufragaron a la hora de aportar contundencia. Ni siquiera Splitter, negado desde los 4,60 metros, insufló la fuerza necesaria para atisbar la luz dentro de un callejón oscuro. En el tramo final, con la segunda línea rusa en pista, tampoco hubo margen para el maquillaje. Tan reducido a cenizas estaba el Caja Laboral que rehuyó la opción de darse un baño de confianza para afrontar el segundo asalto con más perspectivas de éxito. Pintan más bastos que nunca.