En lo personal, Diarra se ve como una persona “normal”, con la que cualquiera puede “hablar” y “reírse”. Esa humildad, seguramente, es la que le ha ayudado a conquistar el vestuario babazorro. Es de los compañeros más queridos.
Echando la vista al pasado, ¿cómo entra el fútbol en su vida?
De forma muy natural, pues tengo dos hermanos mayores y ambos juegan a fútbol. Yo, de pequeño, solo quería hacer lo mismo que ellos. Y jugaba en la calle. Luego, a los 15 años, todo se puso un poco más serio. Me propuse ser profesional y, afortunadamente, lo he conseguido.
¿Tuvo que renunciar a mucho para dedicarse al fútbol?
Sí y no. Me alejé de mi familia cuando entré en la academia del Toulouse, y eso siempre es difícil, pero tuve buenos compañeros. Además, ya había disfrutado mucho de vivir con ellos hasta ese momento. No fui como esos niños que se van de casa a los 12 años. Me vino bien conocer qué había fuera de París.
¿Quiénes fueron sus referentes en esos primeros años?
Si te digo la verdad, nunca he tenido. Yo, cuando veía fútbol, era como cualquier otra persona. Disfrutaba de todos los buenos por igual.
Hablando del presente, ¿qué tal en Vitoria-Gasteiz?
Bien. Ahora, bien. Al principio me costó el cambio, pues yo había estado siempre en grandes ciudades. Pero ahora la estoy disfrutando. Es un buen sitio para vivir.
Me han dicho que sus compañeros le quieren mucho.
(Ríe). Pienso que soy alguien con quien es fácil convivir. Cuando comparto tiempo con alguien, lo importante para mí es ser buena persona. Eso es lo que me han enseñado. Ser buen futbolista es solo mi trabajo. Soy un chico normal con el que puedes hablar y reírte.
Tiene contrato hasta 2028, ¿espera convertirse en alguien importante para el club?
El tiempo lo dirá. Ahora mismo, solo pienso en cerrar la salvación y que el míster esté contento conmigo. También la afición. Miro al presente, no al futuro.