- Anticipar lo que será el fútbol en la precaria modalidad recién estrenada es una empresa compleja. De entrada ni siquiera existe la certeza de que el esfuerzo de los actores implicados vaya a merecer la pena y permita la celebración de un campeonato de liga comprimido que decidirá título, descensos y ascensos y plazas continentales. La sombra de la suspensión se mantendrá acechante. Pero lo cierto es que desde hace una semana la rueda se mueve y con cada giro afloran situaciones, pocas aún en esta primera fase de trabajo de las plantillas, que plantean enormes interrogantes. ¿Serán capaces los futbolistas de asimilar tantas medidas innovadoras? ¿Los plazos y los ritmos que se barajan garantizan el correcto funcionamiento de la actividad competitiva? ¿Hasta qué punto el contexto influirá en rendimientos y resultados?
Con el correr de los años el nivel de exigencia para los profesionales había ido en aumento por culpa de los calendarios, más densos cada curso. Los avances en materia de preparación física, atención médica, alimentación, instalaciones y también en el plano táctico, han ejercido de contrapeso ante el inevitable desgaste fomentado por la caja registradora en que se ha convertido este deporte. Pero lo conocido ahora carece de validez, decidido y desafiante porque el fútbol se embarca en una huida hacia adelante, sin referencias.
El fútbol en tiempos del coronavirus, un proyecto diseñado con el único objetivo de minimizar pérdidas económicas, es un melón sin abrir. Aquí se mira con atención a Alemania, donde como en otros ámbitos más esenciales para la población, son pioneros en las inciertas etapas iniciales. Este fin de semana la Bundesliga demostró que es posible reabrir el negocio futbolístico, ofrecer espectáculo, encender pasiones que permanecían latentes. Es prematuro extraer conclusiones, los recelos no han desaparecido. Además, lo que funciona en un sitio no siempre es exportable. Vale como guía, solo eso.
En la hipótesis más optimista, sin o con contados casos de contagios entre jugadores, técnicos, empleados de los clubes y, no se olvide, entornos familiares, dando por hecho que el protocolo y la suerte se alían para velar por la salud del colectivo, a nadie se le escapa que los protagonistas insustituibles asumen una presión singular y excesiva. Se debe reconocer que hoy casi ningún aspecto de la dinámica de las plantillas guarda parecido con la actividad diaria que ayer desarrollaban, sin embargo la obtención de resultados inmediatos persiste como objetivo supremo. Es casi lo único que no cambia: antes había que ganar y ahora hay que ganar.
Si no se registran sobresaltos, quizá vaya remitiendo el temor que infunde el virus. Quizá según se consumen etapas hasta la hora de jugar partidos, el futbolista le pierda el respeto que la enfermedad merece, en el sentido de que desaparezca o al menos se difumine en su percepción cotidiana de la realidad. Hablamos de un asunto muy personal y el fútbol va de personas. Cada cual reacciona a su modo ante un peligro que sigue ahí, que no piensa irse y cuyas consecuencias se reflejan en estadísticas intimidantes.
Ser joven, estar sano, fuerte y protegido, no significa ser inmune o ajeno al contagio. "Si alguien tiene dudas o tiene miedo, manejaremos la situación racionalmente y lo dejaremos en libertad de no jugar", advirtió Michael Zorc, director deportivo del Borussia Dortmund, el pasado viernes, víspera del estreno de su equipo ante el Schalke 04. El miedo es legítimo y corre por los vestuarios al igual que el sentido del deber o el simple deseo de responder al reto y honrar el escudo que se representa. La mezcla de estos conceptos pertenece a la esfera individual. El profesional está educado en la disciplina y su mundo es un compendio de rutinas, pero hablamos de un contexto excepcional en que el voluntarismo cotiza a la baja frente a las sensaciones íntimas de cada cual.
Guantes, mascarillas, distancias de seguridad, higiene, todas las precauciones a adoptar bajo la vigilancia de los cuerpos técnicos, se irán incorporando a la normalidad de los profesionales. Pasará lo mismo con los test, incluso la espera de los resultados se irá haciendo más distendida. La fuerza de la costumbre. Con todo, cuesta creer que borren de su mente el peligro. Peligro que obviamente irá a más según se superan las fases de entrenamiento y, por supuesto, se disputan los partidos.
Cuanto más se asemeje al de siempre, el fútbol del presente será más amenazante para la integridad de los actores, quienes aún no han consensuado cómo vivirán el período inmediatamente anterior al campeonato y su desarrollo. Las autoridades abogan por concentraciones en las instalaciones de los clubes o en hoteles exclusivos para uso de los equipos. Los futbolistas se niegan en redondo, de momento. Después de los dos meses de encierro domiciliario, no quieren ni oír hablar de recluirse en una habitación que encima no es la suya.
¿En qué quedará el tira y afloja? Desde la perspectiva sanitaria parece improcedente que el jugador haga vida normal, regrese diariamente a su entorno, conviva con más gente, socialice saliendo a la calle, a comprar, a pasear, a lo que sea, cuando se han extremado las precauciones para que desempeñe su trabajo. El debate se las trae. La organización de la jornada en el supuesto de que contemple la concentración forzosa es otro factor de estrés que se suma al derivado del temor a ser infectado.
Las fuentes del estrés lo inundan todo en un marco de precariedad y al margen de sus efectos en la mente, influyen directamente en el bienestar físico. Estando de acuerdo en que al fútbol se juega con la cabeza, el cuerpo es la parte del jugador que ha ido ganando en importancia en términos de rendimiento. Podría afirmarse que ya se considera la herramienta capital para competir en la élite. El músculo le ha ido restando espacio al talento. El fútbol actual es muy físico, incomparable en ritmo e intensidad al de hace años. Basta con ver vídeos de una década atrás para comprobarlo. Y si son dos, bueno, no hay más que añadir: es otro deporte.
En definitiva, el futbolista nunca se ha visto en la tesitura de convivir con tanto estrés como en estos días. Los especialistas han advertido, empleando un tono y unos razonamientos bastante pesimistas, sobre las consecuencias que esta aventura comportará en el capítulo de las lesiones. Tras el primer balance de bajas remitido por la Bundesliga, en absoluto alentador, se diría que sus previsiones no iban descaminadas. El parte médico tendería a agravarse habida cuenta que a la frecuencia fijada para la disputa de los partidos se añadirá la ansiedad que emana de la clasificación.
El miedo es legítimo y corre por los vestuarios al igual que el sentido del deber o el simple deseo de honrar el escudo
El estrés lo inunda todo en un marco de precariedad y además de sus efectos en la mente influye directamente en el físico