vitoria - En su segunda temporada al frente del Deportivo Alavés, al hombre milagro le toca cumplir esta vez con las expectativas. Si durante la pasada campaña podría decirse que tuvo mucho que ganar y poco que perder por la particular situación que atravesaba el equipo cuando aterrizó en Vitoria, esta vez el escenario es distinto y entronca directamente en eso que los protagonistas llaman la ley del fútbol. Ley, por cierto, que nunca tuvo, ni tiene, memoria. Porque más allá de que Abelardo Fernández fuera capaz el pasado curso de obrar lo más parecido a un milagro futbolístico con la salvación del equipo, una gesta que además logró con un mes de antelación, su foro interno sabe y es plenamente consciente de que la exigencia a partir del próximo 18 de agosto es máxima y que por mucho que unos meses atrás fuera capaz de darle la vuelta a una solución prácticamente irreversible -el Alavés era carne de Segunda en el mes de diciembre con apenas seis puntos en trece partidos-, el escrutinio de todas y cada una de sus decisiones así como la comparativa con el pasado van a resultar permanentes. Para su suerte, el Pitu goza de una cierta veteranía y ya ha toreado antes en esa plaza, de modo que su puesta de largo esta semana al frente del equipo ha vuelto a estar marcada por la misma filosofía y valores que cuando el pasado diciembre, en mitad de una tormenta de nieve de aúpa, aterrizó en la sala de prensa de Mendizorroza para hacerse cargo de una tarea en la que antes habían fracasado Luis Zubeldía, Javi Cabello y el italiano Gianni de Biasi.
Consciente de que el halago debilita, el modus operandi que ha vuelto a desplegar en Ibaia esta semana junto al resto del cuerpo técnico albiazul es el mismo que instauró en su llegada al Alavés, entonces en unas circunstancias sumamente complejas. Apostó en su día el asturiano por un libretto muy práctico y cercano a los jugadores y dejó la teoría para un tercer plano, consciente de que las sensaciones que se viven y necesitan en un vestuario caminan muchas veces más cerca del césped que de la pizarra. Así construyó un bloque sólido que no solo superó adversidades casi imposibles sino que aceleró un crecimiento personal y una madurez colectiva que convirtieron al Alavés en un equipo perfectamente reconocible capaz de codearse con los cinco mejores conjuntos de la Primera División.
Con esta perspectiva, a la gran mayoría de jugadores que el pasado martes rompieron a sudar bajo sus órdenes las directrices no son desconocidas. Al igual que en el curso pasado, es probable que Abelardo vuelva a abogar esta vez por una plantilla corta con la idea de meter en dinámica cuanto antes a un número no muy elevado de jugadores. También volverá a perseguir la fiabilidad defensiva del equipo como seña de identidad y buscará un estilo de juego más o menos definido que pueda resultar flexible ante determinados rivales. A partir de ahí, exigirá -y esto no es negociable- trabajo y compromiso a destajo con todos y cada uno de sus jugadores. En la llamada justicia deportiva, la plantilla sabe de primera mano que al Pitu no le va a temblar el pulso a la hora de sentar a uno u otro en el banquillo por muy influyente que pueda resultar su juego en el equipo. Burgui, sin ir más lejos, comprobó el año pasado de esta particular medicina.
wakaso, torres y burgui Si la temporada recién comenzada suena a reválida para el asturiano, otro tanto de lo mismo ocurre con tres jugadores con contrato en vigor cuyo futuro en Vitoria, cuando menos, podría catalogarse como difuso. Se trataría del propio Burgui, de Wakaso y del colombiano Dani Torres, estos dos últimos, especialmente, señalados por su irregular estancia en el equipo. Dos años sin apenas recorrido en el caso del cafetero y uno, el pasado, en el del africano. De modo que también este tiempo de pretemporada debería servir a estos tres jugadores para comerse el césped y demostrar a su entrenador que sí se merecen un hueco en su once. Un escenario cargado de incertidumbe a tenor de lo visto hasta la fecha.