Vitoria - Disfruta ahora mismo el alavesismo de días de vino y rosas como nadie meses atrás hubiese imaginado. El llamado efecto Abelardo continúa despertando la admiración unánime del fútbol no ya solo por haber sido capaz de sacar al equipo de las catacumbas sino por haberlo hecho contra todo pronóstico. Una suerte de cuento con final feliz -momentáneo, eso sí- que coincide con el décimo aniversario del técnico asturiano en el banquillo, del cual se hizo cargo en diciembre en medio de una atmósfera generalizada con tufo a funeral más que a fiesta. En este tiempo y con los datos en la mano, el Deportivo Alavés se ha convertido en una máquina de recibir elogios tan sorprendente y mediática por la acumulación de registros increíbles como sumamente peligrosa, habida cuenta de que la actual racha, sin duda, tiene fecha de caducidad. Abelardo, máximo responsable y bregado en mil batallas de este tipo en su época como jugador, lo sabe demasiado bien. Por eso al margen de su trabajo diario en Ibaia con sus jugadores no cesa de repetirles en la caseta a la conclusión exactamente lo mismo que predica cuando comparece ante la opinión pública: que la situación del equipo desde su llegada es “irreal”, que las cosas están saliendo “mucho mejor de lo esperado” o que si le llegan a decir cuando firmó en diciembre que dos meses después estaría disfrutando de un colchón de siete puntos sobre el descenso, “ni el más pintado se lo creería”. Un saludable ejercicio de prevención como mecanismo de defensa para mitigar las consecuencias de la próxima derrota, que como el propio técnico acostumbra a decir, terminará por llegar más tarde que pronto dada la particular naturaleza de la Primera División y sobre todo el contexto de un equipo que no tiene entre sus aspiraciones la clasificación para algunas de las plazas de Champions League, como acreditan sus datos en las últimas diez jornadas, donde ha sumado incluso más puntos que el Real Madrid. Por lo tanto, euforia contenida la que trata de desplegar estos días el técnico asturiano entre todo el alavesismo, que el próximo sábado ha vuelto a citarse en Mendizorroza para tratar de asestar un golpe mortal a su hermano de A Coruña, otro de los equipos con los que se está jugando la permanencia.
un estilo muy marcado Hasta entonces, que le quiten al Glorioso lo bailao. Que a estas alturas es muchísimo más de lo que el alavesismo siquiera podría haber soñado aquel 4 de diciembre, cuando el Pitu se presentó en sociedad con un discurso forzado por las circunstancias. Desde entonces, todo está siendo un dulce transitar por un camino que estaba llamado a ser más pedregoso que otra cosa. Sin ir más lejos, no eran pocas las voces que advertían de un descenso prematuro a Segunda antes de concluir siquiera la primera vuelta. Pero aquel primer partido del Pitu en Girona lo cambió todo. “Así es el fútbol”, vendría a resumir el técnico lo ocurrido minutos antes sobre el césped, una sorpresa mayúscula cuando a falta de 20 minutos para el final la escuadra catalana ganaba de forma cómoda por 2-0... Tres zarpazos de Ibai, sin embargo, obraron el milagro y a partir de ahí el equipo levantó el vuelo hasta hoy. Ha sumado 19 puntos de 30 posibles que le sitúan a la altura de los cuatro mejores de la Liga -solo le superan Barça, Atlético y Eibar-, ha cerrado su portería de manera exponencial -apenas ha recibido uno por encuentro en estas últimas diez jornadas- y sobre todo ha interiorizado una forma de entender el juego que huye de los preciosismos y se centra en el desgaste físico y una deslumbrante practicidad que recuerda mucho a la época reciente con José Bordalás al frente, donde con muy poco, el Deportivo Alavés era capaz de sacar un mundo.