Todos llevamos varias semanas jugando a un juego con un punto perturbador. ¿Cómo es la final en la que el Alavés gana la Copa del Rey? ¿Qué tiene que pasar para que sea el sábado 27 sea el día ese de cada diez en el que los analistas dicen que el Glorioso ganaría al Barcelona? ¿Cómo se sobrevive a una maquinaria a la que solo han señalado un penalti en contra en 81 partidos de Liga? En la final que yo me imagino me acuerdo de Víctor Laguardia y de la película Friday Night Lights, una obra de culto sobre el fútbol americano de instituto de Texas. En el discurso antes de la final, el entrenador les pide cerrar los ojos y detenerse unos segundos para reflexionar lo que están a punto de intentar. “Quiero que penséis en Boobie Miles. El moriría por poder estar con vosotros ahí fuera”. Laguardia es uno de los jugadores que más han contribuido a la transformación que ha experimentado el Alavés en tiempo récord y estaba siendo de los más destacados de la temporada. De los que más se merecía estar en el césped. En la final que yo me imagino les recordaría a los jugadores la frase de Bordalás. “Si estáis cansados mirad a la grada, esos empujan”. En la final que yo me imagino hay que sobrevivir a la final que yo me imagino, a la que se han imaginado los jugadores y a la ilusión creciente que se ha generado (de manera absolutamente comprensible) en estos tres meses. El ejemplo perfecto es Dortmund. El primer paso es sobrevivir a la adrenalina, a las ganas de hacerlo bien, a pensar en lo que estamos a noventa minutos de conseguir. En la final contra el Liverpool se hizo todo para perder en veinte minutos. Karmona lo explicó después varias veces. “No estábamos preparados para todo eso que envolvió al partido”. Como tampoco lo están ahora nuestros chicos. Por eso hay que cruzar sin daños la frontera en la que una final, a efectos prácticos, se funde con otro partido más. Esto no lo vamos a ganar por las emociones, pero podemos perderlo si no se gestionan bien. Y repito, sería comprensible no gestionarlas bien. En la final que yo me imagino, cada minuto que pasa y es un partido de empate es una minivictoria para el Glorioso. Hay que agarrarse como sea al campo y entrar en el terreno donde una expulsión (LOL), un gol postrero o cualquier pequeño detalle que caiga del lado albiazul pueda ser casi definitivo. En la final que yo me imagino espero que veamos a un Barcelona normal tirando a malo y a un Clos Gómez... A ese prefiero no imaginarlo. Hay muchos ejemplos esta temporada de un Barça regulero y desgraciadamente hay más todavía de que juegan con red. El último de ambas fue el Eibar. Yo espero que la tela de araña del Flaco desconecte a Messi y Neymar del resto del equipo y sus hombres más peligrosos reciban las menos veces posibles en las zonas donde te pueden matar. Entre líneas el diez, por la izquierda con pradera y sin ayudas Neymar. Y en la final que yo me imagino, todo esto coincide con un Alavés impoluto que no regala una y mete alguna. Y le dejan terminar con once jugadores, una utopía casi. En la final que yo me imagino pienso en carreras de Rubén Sobrino a la espalda a partir del minuto setenta. No sé por qué lo veo corriendo treinta metros con Piqué y sus problemas estomacales o con Mascherano y el hecho de ser Mascherano y me sale una sonrisa. Físicamente el Alavés ha llegado en su mejor momento al Calderón y el Barcelona no tiene a tantos jugadores a día de hoy para aguantar más allá de la hora con los casi treinta grados que se esperan en Madrid durante la final. Hay que poner el partido en el minuto ochenta. Ahí me quedo con Llorente, Manu y Sobrino antes que con Busquets, Iniesta y Rakitic. En la final que yo me imagino, básicamente, Manu García levanta al cielo de Madrid la primera Copa del Rey de la historia del Alavés. Ah, y en la final que yo me imagino, no se pita el himno de España. Pero eso ya tal.