sin partido, pero sin que eso menguase las ganas de fiesta. Y anunciando que la visita de ayer a Vitoria no será la última esta temporada. “¡Volveremos, volveremos, volveremos otra vez, volveremos a Vitoria, volveremos otra vez!”. Ni siquiera se había decretado la suspensión del partido y la afición de Osasuna, desplazada en masa desde primera hora de la mañana sin siquiera saber si se iba a jugar o no, ya había tomado al asalto el Casco Viejo gasteiztarra, situando el la calle Kutxi su centro de operaciones. No faltaron allí los alavesistas que quisieron ejercer de ilustres anfitriones de unos vecinos con los que hay una relación magnífica y a los que no les importaría recibir una y otra vez. Lo mismo que la hostelería local, que vivió ayer un día grande y tuvo la posibilidad de hacer su particular agosto en medio de la nieve.
Lo cierto es que en la almendra medieval el único blanco que se vio fue el de las prendas alavesistas. Los colores azul y blanco con los que se identifica el Alavés se mezclaron con la marea rojilla. Se esperaban alrededor de 3.000 aficionados de Osasuna en Vitoria y al final no fueron demasiados los que se quedaron en casa. Con los billetes de autobús y tren ya comprados y sin saber a ciencia cierta si se iba a jugar o no, algo más de 1.500 rojillos desembarcaron en Vitoria pasadas las once de la mañana. Del parking de Mendizorroza y de la estación de tren, en romería con dirección a la zona más alta de la ciudad, en busca del calor de los bares del Casco Viejo.
Las horas del vermú y la comida supusieron también el momento de la confraternización. También el del reencuentro de viejos amigos que a falta de fútbol divagaron de la vida de cada uno. Cánticos cruzados. “Volveremos otra vez”, aventuraban unos. “Muchachos, traigan vino juega el Alavés”, respondían los otros. Vino, cerveza y patxaran de origen navarro. Y que se repita.