Vitoria. La del Numancia parecía no ser una historia con un final todo lo feliz que se espera de estas fábulas. Su gesta en la Copa del Rey se quedó en cuartos de final y ni siquiera consiguieron el ascenso en aquella temporada. Pero, como bien remarca Miguel Ángel Lotina en las líneas anteriores, el club sentó las bases para dibujar una trayectoria en el fútbol profesional que no tendría parangón en su historia ni en la de muchas entidades de sus dimensiones.

Esa cumbre en las crónicas numantinas tuvo uno de sus puntos álgidos en Gasteiz. Dos, mejor dicho. Y es que si la historia ha engarzado en paralelo los desempeños de ambas escuadras en la Copa del Rey, la liga las hizo confluir en dos ocasiones para alegría castellano-leonesa. El buen hacer copero de los sorianos les otorgó la confianza -y también el presupuesto, no nos engañemos- adecuada para afrontar con otras miras los siguientes cursos. Antes de aquéllo, el Numancia no pasaba de ser un equipo de cola de tabla en Segunda B pero a la campaña siguiente todos los expertos le veían como un candidato al ascenso. Los de Lotina cumplieron los pronósticos y se plantaron en Segunda División.

De nuevo necesitó un ciclo bianual para creer en sus posibilidades. En su primer año en Segunda se mantuvieron con apuros. Pero en el segundo, contando con el tercer presupuesto más bajo de la categoría, los sorianos lograron ascender a Primera División. En cuatro años habían accedido a la élite del fútbol mundial desde sus más infaustas catacumbas.

Fue a partir de entonces cuando se entrelazaron los caminos de Alavés y Numancia. Era la temporada 1999-00 y el equipo rojillo vivía su primera temporada entre los grandes. Tras mucho sufrir llegaron con opciones de permanencia a la última jornada. Un empate en Mendizorroza les valió para celebrar el que muchos consideran el segundo hito en la historia del equipo soriano: su primera permanencia en la élite. Entrenado por Jon Andoni Goikoetxea, el Numancia escribió otra gesta en su libro de proezas.

Bajo y subió. Y más tarde volvió a subir y volvió a bajar a la Segunda Divisiónque hoy disputa de nuevo. Pero en ese tercer ascenso, el logrado de manos de Gonzalo Arconada, los castellano-leoneses tuvieron de nuevo en Mendizorroza su Los Pajaritos particular. De nuevo, un empate -al parecer siempre ha habido un respeto tácito aunque esté alojado en el subconsciente numantino- les otorgó el premio de turno, en este caso el ascenso y el campeonato de Segunda División.