Vitoria. Como si tratara de emular a la cinematográfica Nadie hablará de nosotros cuando estemos muertas, el Deportivo Alavés echó ayer mano de oficio y ciertas dosis de calidad para resolver con tres nuevos puntos un partido que nadie conservará en la memoria cuando pasen unos cuantos días. O, aplicando otro concepto, el fin justifica los medios. Y aquí lo importante es la victoria y no tanto el camino recorrido para alcanzarla, mucho menos relevante aún teniendo en cuenta que el equipo se presentaba a su tercera cita en apenas una semana, con mucho cansancio acumulado y habiendo archivado emociones poco comparables a un duelo con el Peña Sport en una tarde de perros. Lo que vale, lo único importante, es ganar, sumar tres nuevos puntos que sirven para solidificar el liderato y, al fin, tener un espacio para el descanso después de una semana perfecta para el club que sirve para afrontar el futuro con renovadas esperanzas de gloria.
La espesura se adueñó del duelo desde sus primeros compases con un Alavés que pareció tener el freno de mano echado por mor de la acumulación de esfuerzos de los últimos días. Quieras que no, las piernas ya estaban pesadas y no salió el equipo pisando el acelerador como suele ser su costumbre. Mucho más contemplativo, al paso en demasiadas ocasiones, fueron las apariciones de Jonan entre líneas las que propiciaron las principales ocasiones de peligro. Eso sí, en muchos momentos el vizcaíno echó en falta la presencia de un clon suyo sobre el terreno de juego porque dada la ausencia de otro futbolista de corte creativo en el centro del campo tan pronto tenía que aparecer al lado de los pivotes como situarse en la mediapunta, demasiado espacio para abarcar por un solo futbolista.
Imprecisiones en los pases definitivos y falta de chispa para romper a través de llegadas por las bandas propiciaron que las ocasiones alavesistas fuesen contadas aunque de cierto peligro. La primera parte fue de ritmo anodino y en la que el Peña Sport demostró que si se encontraba con premio alguno iba a ser más por causas ajenas que por méritos propios, ya que sus únicas acciones de cierta inquietud llegaron a través de errores cometidos por el conjunto vitoriano.
En el arranque de la segunda parte el cuadro albiazul comenzó a recuperar sus señas de identidad, sobre todo a partir de la entrada de un Guzmán reservado en los primeros minutos y que se convirtió en una constante amenaza nada más ingresar en el terreno de juego. Se recuperó con su entrada esa mortal conexión que conforma con su ya particular pareja de hecho, Óscar Rubio, para poner en jaque a la defensa tafallesa.
La insistencia comenzó a generar aproximaciones cada vez más claras y la más peligrosa ocasión la tuvo Agustín en una falta lateral en la que remató alto a apenas un metro de la portería y con todo a favor en su remate. Parecía que, como hace un par de semanas ante la Real Sociedad, el balón iba a encontrar serios problemas para hallar el camino hacia el gol.
En estas dudas estaba el partido cuando al Peña Sport le dio por alejarse de su portería mucho más de lo acostumbrado. Craso error. De un saque de esquina en contra montó el Alavés un contragolpe maravillosamente ejecutado en el que destacaron las rápidas carreras de Barahona por la izquierda y Beobide por la derecha acompañando la salida del balón. Premio para ambos. El extremo se aprovechó de un agarrón que recibió Jonan para hacerse con el esférico y poner un centro al segundo palo, donde, tras descomunal carrera, apareció Beobide para remachar a placer. Impresionante lo del mediocentro de Azpeitia, a quien no parece pesarle, ni de lejos, la acumulación de esfuerzos. El partido quedaba ya sentenciado ante la incapacidad albiazul para conseguir el segundo en otra contra y la inocencia tafallesa para aprovechar algún balón colgado. Nadie guardará este partido en vídeo, pero sí los tres puntos.