Vitoria. Hace exactamente una semana, el pasado domingo 1 de julio, la Roja conquistaba ante Italia la tercera Eurocopa de su historia, la segunda de manera consecutiva tras abrir la espita de los triunfos en 2008 en Austria. Dos años antes, en Sudáfrica, se había hecho acreedora a lucir la única estrella que acompaña al escudo en las camisetas al hacerse con el Mundial. Un espectacular historial de éxitos que parece algo normal en estos tiempos de bonanza pero que durante muchísimos años se antojaba una quimera. Problamente el origen de este cambio hay que buscarlo en los estertores del siglo pasado. Entonces, concretamente el 24 de abril de 1999, la selección española inauguraba su casillero de títulos mundiales, aunque fuera en categoría sub' 20. Esa inesperada victoria cambió la mentalidad de todos los estamentos del fútbol español y los frutos no tardaron demasiado en recogerse.
Entre los dieciocho elegidos que dirigía Iñaki Sáez en la competición que se disputó en Nigeria se encontraban hombres que, años después, han resultado fundamentales en la conquista de los trofeos más importantes a nivel absoluto. Es el caso, por ejemplo, de Iker Casillas, Xavi Hernández o Carlos Marchena.
Pero, claro está, no fueron los únicos. Junto a ellos actuaron otros compañeros que pasado por los diferentes escalones del balompié. Aranzubía, Orbaiz, Gabri, Colsa, Yeste, Barkero o Varela, por citar sólo algunos. También algunos que, con el tiempo, recarían en el Deportivo Alavés -con diferente suerte- como David Aganzo, Pablo Coira y Alex Lombardero.
Pues bien, este último -integrante de la plantilla albiazul en la campaña 2004-05 que logró el ascenso a Primera de la mano del tándem compuesto por Piterman y Chuchi Cos- es el protagonista de un triste viaje que le ha llevado, de manera totalmente indeseada, del césped a ocupar un kiosco de la ONCE. El gallego, nacido en Arteixo el 1 de marzo de 1979, participó de la gloria de Nigeria mientras pertenecía al Lugo. El éxito con la selección hizo que le llovieran las ofertas y se decantó por aceptar la del Mérida, que acababa de descender a Segunda y se suponía que iba a hacer un equipo de garantías para recuperar la categoría. Sin embargo, la entidad presidida por José Fouto se convirtió en el primer club español que desapareció por impagos.
Ahí comenzó a torcerse la carrera de Lombardero que, a diferencia de sus compañeros, no denunció al Mérida y estuvo siete meses sin poder jugar por problemas burocráticos. "Mi representante me dijo que no denunciara, que era un problema entre el ayuntamiento y el Mérida y que no iba a pasar nada, porque se habían dado otros casos parecidos en el fútbol español y nunca se había dado un caso de desaparición. Pero pasó", cuenta con tremenda nostalgia, puesto que tenía ya apalabrado "un contrato de tres años para la siguiente campaña con el Betis".
Lesiones musculares A partir de ahí comienza su periplo por diferentes clubes (el filial del Atlético de Madrid, el Ceuta, Díter Zafra, Racing de Santander, Alavés y Gramanet. Al volver a la actividad tras el obligado parón, el pequeño mediapunta empieza a sufrir muchas lesiones musculares que los diferentes fisioterapeutas con los que se trató achacaban a su gran masa muscular y a "no estirar en las condiciones adecuadas". Pero, harto ya de las numerosas dolencias, Lombardero decide acudir a un especialista en Barcelona, el doctor Gilbert (del equipo médico del doctor Cugat), quien le detecta una "enfermedad degenerativa en los huesos" tras una exhaustiva exploración. "Me dicen de forma radical que tengo que dejar el fútbol y cualquier tipo de práctica deportiva. Fue un palo muy duro. Cogí manía al fútbol, no quería hablar de ello, pero con el tiempo lo he asimilado", recuerda ahora que se ha hecho público su problema.
El cuerpo le dijo basta definitivamente a los 27 años, cuando militaba en la Gramanet. "Venía de entrenar regularmente (cuando las lesiones se lo permitían) y hacer varias sesiones de gimnasio a la semana en el momento en el que me detectan la enfermedad. Pues bien, sólo un mes después era incapaz de atarme las zapatillas. Mi mujer me tenía que ayudar a vestirme", cuenta.
Ante esta nueva situación, el gallego decidió regresar a Mérida, la tierra de su mujer, con ella y sus dos niñas y afrontar una nueva vida. Ya instalado en tierras extremeñas, "un amigo me comentó la posibilidad de entrar en la ONCE y poder labrarme así un futuro laboral". Los condicionantes para acceder a un puesto de este estilo requieren un grado de minusvalía en el 33%, y a Lombardero le han detectado un 40. "Eché el currículo, me lo aceptaron y llevo prácticamente un mes vendiendo cupones en un pequeño pueblo cercano a Mérida", explica.
Esta reorientación laboral ha hecho que el antiguo jugador albiazul vuelva a pensar en el fútbol y se encuentra inmerso en la preparación de su futura carrera como entrenador. "Quiero dedicarme a ello, estoy muy concienciado y en pleno curso para empezar otra vez a tomar contacto con lo que me gusta y que las circunstancias me han arrebatado", asegura. Quién sabe si, dentro de un tiempo, vuelva a pisar el césped de Mendizorroza.