El primer proyecto de Josean Querejeta al frente del Deportivo Alavés cerró su telón ayer y la nota de evaluación no puede ser otra que un suspenso. Y de los bajos, además. El primer año de incursión de todo un referente en el mundo del baloncesto en el planeta fútbol se salda, deportivamente hablando, con un fracaso absoluto. No hay medias tintas que valgan cuando se confeccionó un equipo con aspiraciones de ascenso y que ni siquiera ha sido capaz de cumplir con el objetivo mínimo de clasificarse para el play off, lo que viene a ser estar entre los cuatro primeros de su grupo y entre los dieciséis más destacados de la categoría. Por si fuera poco, el curso se salda con el balance más bajo de puntos de este trienio de andadura en la Segunda División B, lo que quizá evidencia más claramente la debacle protagonizada por este equipo que, por si fuera poco, ha disfrutado de la tranquilidad fuera de los terrenos de juego de la que no disfrutaron los dos proyectos predecesores.
Para encontrar los motivos de este fracaso quizá haya que retroceder varios meses en el tiempo para ir directamente al embrión del mismo. Que la planificación de la temporada no fue la ideal es una creencia compartida por muchos y visto el transcurrir de la temporada de ese error de concepción han ido brotando el resto de males.
Tardanza en el desembarco del grupo inversor, retraso a la hora de seleccionar al director deportivo y al entrenador, falta de piezas mínimas para comenzar ya con retraso la temporada, tardías llegadas de piezas que se presumían importantes, lesiones de jugadores llamados a ser referentes... Todas y cada una de las cosas que se pudieron hacer mal, o que mediante la aplicación de la Ley de Murphy se torcieron fortuitamente, salieron peor.
Más allá de nombres y de trayectorias, por unas u otras razones la apuesta final no fue la que inicialmente estaba prevista por el líder del grupo inversor que tomó los mandos del club. Hubo de esperar demasiado tiempo la directiva para otorgar los dos cargos de máxima responsabilidad dentro de la parcela deportiva, dando la dirección en los despachos a Dani Barroso y el banquillo a Luis de la Fuente. Estos dos nombres no deslumbraron, menos aún conociendo otras opciones que no se materializaron, pero en el mundo del fútbol cualquiera con capacitación, y tanto el director deportivo como el entrenador la habían demostrado con anterioridad, puede dar el gran salto a los mandos de un buen equipo.
Para la confección del nuevo equipo se encontraron los responsables de su ejecución con el problema de una herencia del pasado excesivamente onerosa que mermó recursos para otros apartados y que obligó incluso a zanjar algunos contratos vigentes. Pese a ello, las primeras incorporaciones fueron de relumbrón y los llamativos nombres de la nueva plantilla (Sendoa, Luis Prieto, Gallardo, Azkorra, Óscar Rubio, Dani López...) despertaron la ilusión de un alavesismo que se fue apagando con el paso de las jornadas.
Precisamente la lesión de Gallardo durante la pretemporada comenzó a limar las opciones de este equipo, en cuyo seno debería hacerse un análisis exhaustivo para encontrar las razones que han llevado a casi la totalidad de la plantilla a sufrir dolencias de cierta gravedad a lo largo del presente curso. La ausencia del sevillano, las bajas formas de jugadores clave y la inoperancia de unos cuantos futbolistas que debían haber marcado diferencias convirtieron desde muy pronto al Alavés en un gigante con pies de barro. Y eso que la temporada apenas había comenzado.
De la fuente, a la calle En el arranque del curso se vio a un equipo timorato, endeble en defensa e incapaz de hilar un par de buenas jugadas por partido. Los puntos que se dejaron escapar en esos primeros compromisos ligueros. Eliminados de la Copa del Rey sin poder hacer una buena taquilla en Mendizorroza, con trece puntos en el torneo de la regularidad y sin el cariño del alavesismo casi desde el día de su llegada, Luis de la Fuente era destituido tras la novena jornada después de haber salvado su cabeza con anterioridad en un par de ocasiones. En ese momento daba la sensación de que la fulminante decisión debía de haberse tomado mucho antes, pero el tiempo acabó demostrando que no toda la culpa residía en el por entonces inquilino del banquillo.
Para suplir al técnico riojano llegó José Carlos Granero, a quien ya se había tanteado sin éxito en verano. Con dos ascensos a Segunda División a sus espaldas, el valenciano se presentaba en Vitoria como el hombre llamado a enderezar el rumbo de un equipo que, de puertas para afuera, tenía mimbres para mucho más de lo que había conseguido hasta la fecha.
Los primeros síntomas fueron esperanzadores, con una evidente mejoría en el nivel del juego, una mayor fortaleza en Mendizorroza y un poco más de seguridad defensiva, pero el equipo albiazul seguía dejándose puntos de manera incomprensible y se mostraba incapaz de mostrarse regular encadenando unas cuantas victorias consecutivas. Es más, en toda la temporada solo en dos ocasiones se ha conseguido sumar seis puntos de seis posibles, sin llegar a extender nunca la racha hasta los tres triunfos seguidos, lo que habla bien a las claras de la falta de continuidad en los resultados positivos de este grupo.
Esa irregularidad acabó castigando al conjunto vitoriano con su casi perenne ausencia del bloque de los cuatro primeros clasificados. La quinta plaza ha sido la más habitual de este equipo a lo largo de todo el curso y solo en cuatro jornadas (segunda, cuarta, decimoctava y vigésima segunda) ha estado en zona de play off, siendo la tercera plaza su mejor clasificación del curso y la duodécima la peor.
Granero comprobó de primera mano desde el primer momento que el caballo que le habían encargado hacer ganador no estaba suficientemente preparado para afrontar una competición tan exigente como la Segunda B y con la intención de alcanzar el tramo final a pleno gas se canso de demandar unos refuerzos en el mercado invernal que no resultaron tan satisfactorios como el técnico presagiaba.
Así, la segunda vuelta se convirtió en una carrera contra el reloj por exprimir al máximo a una plantilla que dejó de ofrecer zumo demasiado pronto, sobre todo por culpa del escaso o nulo rendimiento ofrecido por algunas piezas que estaban llamadas a ser fundamentales dentro de este proyecto.
Querer y no poder Con el paso de las jornadas el sueño del primer puesto se convirtió en una utopía, como después acabaría ocurriendo con la segunda y la tercera plaza. Todo el tramo último del curso se convirtió en una pelea casi cara a cara con el Amorebieta de la que el cuadro vizcaíno ha sido el merecido ganador, al ser capaz de aprovechar a la perfección la manifiesta irregularidad de unos alavesistas incapaces de ganar en los momentos decisivos para asaltar ese puesto de play off, pero persistentes para puntuar en momentos definitivos para que la cuerda no se rompiese.
El guerra por la cuarta plaza comenzó a perderse, curiosamente, en uno de los mejores partidos de este equipo a lo largo de todo el curso. El duelo directo en Urritxe, donde los albiazules dejaron escapar un 0-2 en la segunda parte, dejó en clara ventaja al conjunto vizcaíno, que hasta el último momento ha sabido administrar la renta de tres puntos con la que salió de aquel choque para acabar asegurándose la cuarta posición del grupo.
Las últimas semanas de competición El Glorioso se ha convertido en un auténtico querer y no poder. El equipo ha demostrado en repetidas ocasiones que no existe más cera que la que arde; que no da para más. Los sesudos análisis del inicio del curso vanagloriando la plantilla se han quedado en agua de borrajas y el fracaso de este año tiene que servir como base para no volver a cometer los mismos errores en un futuro que no está lejano. Y es que, la próxima temporada empezó ayer.