nunca antes se había visto el alavesismo en una de similares características. La grandeza de la final de la Copa de la UEFA de la que se cumplen diez años en la historia del Glorioso es que fue el primer gran evento al que acudió el club. La por entonces octogenaria entidad del Paseo de Cervantes se adentraba en sendas recónditas de las que solo conocía su existencia de oídas. Hablando de fútbol y de Vitoria, poco más que ascensos se habían festejado. Muchos kilómetros de coche, de tren o de autobús, sí, pero siempre recorriendo territorio peninsular y habitualmente con destinos poco rimbombantes al datar los mayores logros de un par de semifinales coperas. Para el alavesismo, Dortmund supuso su primera gran fiesta entre la élite.

El 16 de mayo de 2001, El Glorioso tenía una cita en Dortmund y hasta la ciudad de Renania del Norte-Westfalia llegaron, por tierra y aire, unos 8.500 seguidores del Alavés dispuestos a vivir el día más grande en la historia de un club poco habituado a eventos de tamaña magnitud, muy al contrario que un Liverpool que, a pesar de sus años de ausencia en la élite continental, había sido durante mucho tiempo asiduo a las grandes finales europeas y referente en tierras inglesas.

La preparación de la cita fue lo más costoso para un club y una afición que eran novatos en estas lides. Hubo quien no dudó a la hora de subirse al coche para meterse entre pecho y espalda los cerca de 1.500 kilómetros que separan Vitoria de Dortmund atravesando Francia de sur a norte y cruzando también Bélgica de oeste a este hasta plantarse en la séptima ciudad de Alemania.

Más afortunados fueron los que eligieron desplazarse en los diversos vuelos chárter que se pusieron en marcha para la gran cita del Alavés, aunque tampoco estos se libraron del caos aéreo y del sálvese quien pueda para encontrar asientos en aeronaves que no eran las suyas, sobre todo en un viaje de vuelta que por momentos rozó el caos más absoluto.

Eso sí, la mayoría optó por el tren y el autobús para cubrir el largo desplazamiento en pequeños grupos de amigos que vivían el momento, jóvenes como mayores, con la misma ilusión de unos niños. No faltaron en los convoyes los bocadillos, las botas de vino o cualquier otro estimulante, las barajas de Fournier y, sobre todo, las pocas horas de sueño, prolongadas a la conclusión de la final con un viaje de regreso que también fue caótico.

Llegó la tropa albiazul a Dortmund con una paliza a cuestas, pero no iba a ser el cansancio el que derrotase a una afición que descontaba las horas que quedaban para su gran cita con la historia. Una vez en Dortmund, el alavesismo se encargó de poner la nota de color. O, mejor dicho, de confundir con una amalgama cromática de tal magnitud que hasta el más entendido en equipaciones quedó descolocado ante unos albiazules que eran de todo menos tal.

amalgama cromática Si los reds fueron tan rojos como de costumbre, los seguidores del cuadro vitoriano no hicieron ascos a las rayas azules y blancas, pero tampoco faltaron las camisetas rosas del Pink Team, viejas versiones de antiguas segundas equipaciones como la histórica del Ajax y, cómo no, la remera específica que se confeccionó para la final de color azul y con una banda dorada al estilo Boca Juniors. Tampoco faltaron a la cita blusas y neskas para completar un cuadro multicolor, una mezcolanza pictórica sin parangón entre la que los foráneos se las veían y se las deseaban para distinguir a todos los seguidores del Alavés que coparon Dortmund y la convirtieron en jolgorio.

Pero había un truco que permitía distinguir a los alavesistas, ya que las dos versiones de camiseta que se utilizaron ese año en la Copa de la UEFA llevaban impresas los nombres de todos los socios y la disputa por encontrar dónde estaba cada uno en esas zamarras se repetía a cada paso ante la incredulidad de ingleses y alemanes, que nunca antes habían visto nada semejante.

La ahora tradicional carpa que acompaña las Copas de la canasta vivió en Dortmund su alumbramiento. La Plaza Reinoldik se convirtió en el punto neurálgico del alavesismo, que se reunió en torno a un espacio de 700 metros cuadrados que hizo las delicias de los albiazules pero que también frecuentaron aficionados del Liverpool, habitantes de Dortmund y muchos emigrantes españoles que ese día vistieron con orgullo la camiseta del Alavés, enamorados todos ellos del placer del buen comer, el buen beber y la fiesta.

Porque el que estaba destinado a ser el centro informativo para el alavesismo se transmutó en auténtico txoko gastronómico por el que desfilaron salchichas, hasta 5.000, y raciones de paella, otras 3.000, a la vez que se destilaba vino de Rioja Alavesa y patxaran con denominación de origen. Ni los más obstinados creyentes de la cerveza pudieron resistirse a las tentaciones de la gastronomía alavesa, expandida entonces por Europa.

Y, por si todo ello fuera poco, para completar la fiesta nada mejor que la recreación de la bajada de Celedón en pleno mes de mayo, a las tres de la tarde, en el centro de Dortmund y en medio de una tromba de agua. Con 81 días y 3 horas de antelación y muy lejos de la Virgen Blanca, el chupinazo dio continuidad al gran festejo de un alavesismo de romería por Alemania y con Celedón bajando desde la torre de la iglesia de San Reinaldi.

Y, para culminar el jolgorio, una final. Porque no hay que olvidar que el alavesismo se fue hasta Dortmund para ganar el primer gran título de su historia y terminar de redondear su ya de por sí brillante estreno continental. Hubo de todo en el partido. De todo y mucho más. De la decepción inicial por ver a su equipo asomarse al ridículo al inenarrable mazazo del autogol de Geli, los ánimos de la grada fluctuaron a toda velocidad entre la decepción y la alegría, que tocó techo con el gol de Jordi Cruyff, para acabar todo regado por un torrente acuoso que brotaba de los ojos de todo albiazul. Un valle de lágrimas que reflejaban desesperación y desconsuelo y que hablaban de una oportunidad perdida que quizá no volviera a repetirse.

Esa sensación vivió el plantel sobre el terreno de juego. La imagen del llanto de Desio vale más que ese título que se escapó por tan poco. Un puñado de obreros del balompié firmando la mejor temporada de sus vidas no podía tener un colofón propio de tragedia, pero así fue.

Poco consuelo hubo para ese legendario equipo. Pocas eran las palabras que podían salir de boca de los allí presentes. Eso sí, siempre hay alguien que elige el verbo adecuado en el momento justo. Fue una leyenda como José Luis Compañón quien se encargó de recordar a todos, jugadores, técnicos y directivos, que eran héroes y que se habían ganado por derecho propio un altar en el mundo del fútbol.

Pese a ser conscientes de ello, no fue una fiesta la cena que el club tenía preparada a la conclusión de la final. El Hohensyburg Casino acogió el funeral del alavesismo. Las gargantas de todos los allí congregados eran incapaces de degustar los manjares que se extendían ante ellos, pero fue el momento en el que un jovencito como Raúl Gañán asumió el mando de las operaciones para, micrófono en mano y haciendo gala de su fluido inglés, insuflar ánimos a toda la parroquia albiazul y, de paso, recordar que el Alavés era un grande solo por estar allí.

recepción de campeones De eso se dio cuenta el Alavés apenas un día después, cuando la Plaza de la Virgen Blanca volvió a vestir sus mejores galas. Se tiñó Vitoria de azul y blanco para homenajear a sus ganadores, para rendir pleitesía a sus héroes y para agradecerles que condujeran a un club pequeño y humilde hasta cotas que nunca hubiera podido soñar ningún alavesista. Precisamente por ese apoyo en la derrota recibieron los seguidores alavesistas el reconocimiento de la UEFA, que les concedió ese año la distinción del organismo europeo el Premio a la Mejor afición del mundo del fútbol.

Mucho han cambiado las cosas en apenas diez años. Ni siquiera el Wetsfalenstadion conserva su viejo nombre. El dinero lo ha transformado en el Signal Iduna Park. De billetes también puede hablar largo y tendido un alavesismo que tocó el cielo en Dortmund para ir resquebrajándose poco a poco, para perder por el camino a la mitad de los que allí estuvieron presentes. Ahora que parece que solo queda la memoria, le toca al Alavés resurgir potente otra vez para recordar viejas glorias.