El virus de la hepatitis C (VHC) y la grave enfermedad que provoca, incurable hasta hace poco menos de una década, han pasado a la historia en la cárcel de Zaballa.
Un trabajo multidisciplinar con 18 años de recorrido, los cribados y el seguimiento, unos tratamientos cada vez más eficaces y la progresiva mayor adherencia a ellos han propiciado en el penal alavés un éxito sin apenas casos similares en el entorno cercano: la completa erradicación del VHC entre la población reclusa.
Los avances logrados en el pronóstico de la hepatitis C desde 2015, el año en que comenzaron a dispensarse los actuales antivirales de acción directa –capaces de eliminar el VHC del organismo–, no han impedido que esta patología sea todavía hoy responsable de cerca de 400.000 muertes al año en todo el planeta, según la OMS.
Las prisiones, además, han sido históricamente uno de los principales reservorios del virus, por lo que liquidarlo en este entorno lleva años en el radar de las autoridades sanitarias por su implicación en toda la comunidad. También en el de las alavesas, que se pusieron manos a la obra a comienzos de este siglo con los limitados medios de entonces.
Del VIH a la hepatitis
Uno de los principales artífices de este logro ha sido el veterano facultativo Joseba Portu, actual jefe de sección de Enfermedades Infecciosas de la OSI Araba, quien ha vivido todo el proceso en primera persona y ahora comparte su experiencia con DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA.
Cuando a comienzos de este siglo el principal problema de salud de la antigua cárcel de Nanclares, el VIH, comenzaba a darse por controlado, los responsables de la salud de la población reclusa se marcaron como objetivo prioritario generalizar igualmente el tratamiento contra la hepatitis C, que también tenía una altísima prevalencia.
Uno de ellos era Portu, quien recuerda que los fármacos disponibles en aquellos tiempos tenían “una eficacia limitada y muchos efectos secundarios” sobre los enfermos.
Se trataba del peg-interferón –de administración subcutánea– y la ribavirina, cuya combinación estaba además contraindicada para muchos pacientes en fases avanzadas de la patología y con complicaciones como la cirrosis.
Un éxito del 63,3%
Esta etapa inicial, en la que se prescribieron en Nanclares casi un centenar de tratamientos, se extendió entre los años 2002 y 2012 y se saldó con un éxito del 63,3%: algo más de seis de cada diez presos del penal con VHC pasaron a tener una respuesta virológica sostenida (RVS), esa carga indetectable del virus que en el caso de esta enfermedad es sinónimo de curación.
Un segundo gran punto de inflexión en este camino se produjo cuando, a comienzos de la pasada década, abrió la nueva cárcel de Zaballa y Osakidetza logró la transferencia de la sanidad penitenciaria.
El penal incorporó también la telemedicina –lo cual evitaba muchos de los estigmatizantes traslados de los reclusos esposados al Hospital Txagorritxu– y, por si fuera poco, se aprobaron nuevos tratamientos contra la hepatitis C más eficaces y mejor tolerados: uno de ellos fue el telaprevir, un inhibidor de la proteasa de primera generación.
Todas estas ventajas hicieron posible que ya en diciembre de 2014 la RVS superara el 65% en Zaballa. Pero la gran revolución estaría aún por llegar.
Hacia la curación
Corría el año 2015 cuando los entonces carísimos antivirales de última generación, aprobados unos meses antes, traspasaron también las puertas de la prisión y empezaron a administrarse a los reclusos con VHC, primero a los que presentaban cuadros más graves, principalmente con fibrosis hepáticas.
A medida que fue aumentando la producción de estos fármacos orales, sin apenas efectos adversos y con unas tasas de curación cercanas al 100% y su coste disminuyó, pudieron suministrarse progresivamente al conjunto de la población reclusa, logrando su completa curación.
“Ahora, a cualquier preso que ingresa, se le hace una serología que incluye la hepatitis. Y a quien lo necesite, se le da el tratamiento sin restricciones”
“Ahora, a cualquier preso que ingresa, por protocolo, se le hace una serología que incluye la hepatitis. Y a quien lo necesite, se le da el tratamiento sin restricciones y se le hace seguimiento”, apunta por su parte Maite Nogales, farmacéutica en el centro de salud de Zaballa, que ha participado en la fase final de este éxito médico y científico.
Tres meses de tratamiento y tres más para comprobar la respuesta definitiva del paciente son suficientes para suprimir el virus del organismo y curar la enfermedad. Un objetivo que hace no tantos años parecía imposible y que es la gran esperanza para erradicarla totalmente.
“Eliminar la hepatitis C en la prisión significa también reducir las nuevas infecciones y el reservorio de virus para toda la comunidad”
Porque, según recuerda Portu, “eliminar la hepatitis C en la prisión significa también reducir la posibilidad de nuevas infecciones y el reservorio de virus para el conjunto para la comunidad”.
Los resultados de esta intervención, con todos los datos recopilados por los especialistas entre los años 2002 y 2020, serán publicados próximamente en una de las revistas científicas estatales de mayor impacto.