Un nuevo atropello de un castor en la noche del viernes al sábado pone en evidencia la presencia de estos grandes roedores en la zona de Montaña Alavesa y supone el cuarto accidente con estos animales tras la reintroducción realizada con carácter ilegal hace unos años.

En este caso, el suceso ocurrió sobre las nueve y media de la noche en el kilómetro 29,5 en la carretera A-132. Según fuentes solventes el accidente lo protagonizó un coche Mercedes de color negro que no pudo evitar arrollarlo cuando, posiblemente, el castor había abandonado las aguas del rio Berrón y cruzaba la carretera.

Anteriormente, en febrero de 2019, apareció un castor muerto, previsiblemente atropellado y abandonado en el arcén sentido Vitoria, en la carretera N-124 a la altura del kilómetro 36,100, entre el túnel de Las Conchas de Haro y el cruce con la carretera A-4106 hacía Salinillas de Buradon.

El animal habría salido del cercano río Ebro buscando comida y esa idea le costó la vida, al igual que a otros congéneres suyos, en 2018, en la misma A-132 donde anteanoche fue atropellado el actual, en Montaña Alavesa.

Autóctono, pero desaparecido

La Universidad de Zaragoza ha sido quien ha profundizado más en el estudio de este animal y gracias a la paleontóloga Gloria Cuenca Bescós, del grupo Aragosaurus del Instituto Universitario de Ciencias Ambientales (IUCA) de la Universidad de Zaragoza, miembro además del Equipo de Investigación de Atapuerca (EIA), pudo demostrar que el castor europeo, Castor Fiber, vivió en Atapuerca hace 1,4 millones de años.

Se ha tratado de averiguar si aquellos neandertales lo cazaron para comer o usar su piel, ya que han aparecido abundantes fósiles de esa época en las regiones Vasca y Cántabra, las dos Castillas, Madrid y Valencia y, del periodo del homo sapiens, en Navarra, Aragón, Cataluña, Andalucía y Portugal. No se ha podido verificar, pero a través de otros documentos sí se ha comprobado que los europeos de la Edad Media los cazaban con ese fin y también para aprovechar la substancia procedente de una glándula llamada castóreo, usada en la farmacia antigua.

Lo que también parece claro es que los castores desaparecieron de la península ibérica entre los siglos IV y VI, aunque algunos investigadores mantienen que hubo ejemplares hasta mediado el siglo XIX, pero se mantuvieron en el norte europeo, donde se calcula una población de entre 600.000 y 700.000 ejemplares, según algunas organizaciones ecologistas

Seguimiento en Álava

En Álava, la Diputación Foral comenzó el seguimiento en el año 2011 tras detectarse un ejemplar en Logroño. Tras un barrido por las diferentes cuencas fluviales de Álava, no se constató presencia en el territorio. En los años posteriores y hasta la actualidad, la Diputación ha continuado haciendo un seguimiento al castor y gracias a esos controles se confirma que, a partir del año 2014, se ha detectado su presencia en Álava.

En concreto, los castores se han expandido desde el río Ebro por Rioja Alavesa hasta llegar a La Puebla de Arganzón por el río Zadorra y hasta Ribabellosa por el río Baias. Dos años después, en 2016, se detectó su presencia en el río Ega, más allá de Santa Cruz de Campezo, y en 2017 se encontraron rastros en el Zirauntza-Arakil, lo que evidenció su entrada desde Navarra. En la actualidad se constata su presencia en zonas cercanas a localidades como Maeztu y Araia.

Aunque los castores abundaron y desaparecieron posteriormente debido a su caza, en el año 2003 un grupo de activistas centroeuropeos, procedentes de Baviera, introdujeron en nuestro país un total de 18 ejemplares, en un punto de tramo navarro del río Ebro. Esta repoblación se hizo, como se ha realizado con otras especies invasivas, como los siluros o los cangrejos americanos, sin permisos, ni estudios previos o controles de ningún tipo.

Tras ser detectados los castores introducidos ilegalmente en el Ebro, los gobiernos riojano y navarro realizaron una consulta en el año 2007 a la Comisión Europea sobre si se podían erradicar y tras la autorización para hacerlo, también se negoció con la Diputación Foral de Álava para tratar de capturarlos con vida para su traslado a zonas donde no dañaran los ecosistemas. Sin embargo, ya se han extendido por los cauces de zonas montañosas y por el Ebro.