La reciente muerte a causa de una dolencia cardiaca de Koldo Larrañaga, asesino confeso de la joven abogada Begoña Rubio y del empresario de máquinas tragaperras Agustín Ruiz, ha devuelto a la actualidad un periodo de la historia de Vitoria, en los estertores del pasado siglo, en el que la inquietud se apoderó de la ciudadanía. Los investigadores se afanaron en desentrañar una sucesión de crímenes que, en algunos casos, siguen sin resolverse más de veinte años después.

En el imaginario colectivo permanece la idea de que Larrañaga, azkoitiarra afincado en Gasteiz, hombre de notable inteligencia y carisma, con varios fracasos empresariales y muchas deudas a sus espaldas, fue el asesino en serie que aterrorizó a la ciudad en aquellos años. Sin embargo solo fue condenado por dos de los crímenes que generaron un desasosegante clima en Gasteiz durante muchos meses. Tras 18 años en prisión, Larrañaga fue excarcelado en 2017 por los problemas de salud que terminaron desembocando en su muerte el pasado 27 de enero.

No era la Vitoria de entonces una ciudad tranquila, trastocada repentinamente por la sucesión de asesinatos que comenzó a principios de 1998. El misterio que rodeaba a estos sucesos alimentaba el tópico novelesco de la pacífica calma provinciana rota de forma brutal, pero Vitoria superaba ya los 200.000 habitantes y bregaba con la delincuencia, no excesiva pero tampoco inexistente, propia de una localidad de ese tamaño. Además, ETA asesinaba, y lo hacía también en Gasteiz en aquellos tiempos.

Ese era el contexto en la ciudad cuando, el 29 de enero de 1998, fue encontrado el cadáver del anticuario Ángel Quintana en su almoneda de la calle Correría, que aún hoy mantiene el viejo cartel con el nombre de su propietario y no ha vuelto a albergar actividad alguna desde entonces. Aquel asesinato se resolvió con rapidez. En unos pocos días fue detenido José Carlos Josemaría, joven abulense, anticuario con problemas económicos, que golpeó en la cabeza a su víctima, de 71 años, hasta matarla.

Crímenes sin resolver

No ocurrió lo mismo cuando, poco más de tres meses después del crimen de la calle Correría, el 8 de mayo, trabajadores de servicio de limpieza de la ciudad hallaron en varias bolsas de basura los restos descuartizados de una mujer. Esther Areitio, profesora de inglés de 55 años que vivía sola, había sido asesinada en su casa por alguien que no tuvo que forzar la puerta para entrar y que se llevó del domicilio del barrio de Aranbizkarra joyas y tarjetas de crédito que un joven usó el mismo día del crimen. Las imágenes del cajero no permitieron identificarle, pero sí descartar que fuera Koldo Larrañaga.

La Ertzaintza encontró en la casa el cuchillo de monte utilizado para cometer el crimen y en una bolsa de deportes una encuesta a medio rellenar que podía haber sido el salvoconducto del asesino o asesinos para franquear la entrada a la vivienda.

Un mes después el suceso aún estaba en boca de la ciudadanía tanto por su brutalidad como por el hecho de que el desconocido autor tuvo la sangre fría de limpiar el piso, y sobre todo porque seguía libre. Entonces, el 8 de junio de 1998, un hombre fue hallado en su casa de la calle La Paz, atado a una silla y con múltiples puñaladas. El asesino de Acacio Pereira, que regentaba una cordelería en la calle Francia, tenía 77 años y estaba gravemente enfermo, fue lo suficientemente meticuloso o afortunado como para no dejar prueba ni pista alguna que condujera la Ertzaintza tras su rastro.

Apenas dos meses habían transcurrido de aquel crimen cuando, el 12 de agosto de 1998, en un taller de la calle Los Herrán, apareció el cuerpo sin vida de Agustín Ruiz, empresario del sector de las tragaperras de 72 años, asesinado con un destornillador. Quien le mató -posteriormente Larrañaga confesó el crimen-, cogió un manojo de llaves, entró con ellas en la casa de su víctima y robó 60.000 pesetas.

Tres crímenes sin resolver en cuatro meses, todos de singular violencia, empezaron a crear una sensación de inseguridad en Gasteiz y fijaron el objetivo de las críticas ciudadanas en la Ertzaintza, que no conseguía hallar un hilo del que tirar para atrapar a la persona o personas responsables de la ola de asesinatos.

Sin embargo, las semanas fueron transcurriendo sin más novedades. La investigación no parecía progresar, pero tampoco se producían nuevas muertes hasta que, nueve meses después del asesinato del empresario, el padre de la abogada Begoña Rubio, de 28 años, acudió a su despacho de la calle Siervas de Jesús alarmado porque pasada la medianoche aún no había regresado a casa. Era el 24 de mayo de 1999, había transcurrido apenas un año desde el asesinato de Esther Areitio, y la prensa hablaba ya de “enfado” y “miedo” ante la sucesión de crímenes y la ausencia de detenciones.

Móvil económico

Móvil económicoRubio fue apuñalada de forma reiterada y degollada y, en un primer momento, no se informó de si se había producido algún robo que pudiera motivar el crimen. Posteriormente se supo que Larrañaga se había llevado 4.500 pesetas del bufete de la abogada, representante en Álava de la asociación Clara Campoamor.

Esta vez los resultados de la investigación policial llegaron pronto. El 29 de mayo, Koldo Larrañaga era detenido en Madrid, donde vivía desde hacía un año, tras separarse de su mujer y desde donde regresaba a Vitoria para cometer sus crímenes. No tardó en confesar que había matado a Agustín Ruiz y a la abogada vitoriana, pero negó ser el responsable de las muertes de Esther Areitio y Acacio Pereira, lo que desconcertó a los investigadores. La Ertzaintza tenia indicios de su participación en los cuatro crímenes, pero solo consiguió reunir pruebas sobre los dos crímenes confesados por Larrañaga. El asesino fue vecino de Areitio y socio de un empresario que junto con su hijo también fue investigado, sin éxito, por este crimen.

En el caso de Pereira, Larrañaga coincidía con él en un restaurante cercano a la casa del cordelero, que al igual que la profesora de inglés vivía solo.

Dos asesinatos en diez días

La detención de Koldo Larrañaga calmó los ánimos en la ciudad, a la espera de que se acabaran esclareciendo los casos de Areitio y Pereira, pero la sensación de inseguridad no se terminó de ir del todo y emergió de nuevo cuando, poco más de un año después, dos sucesos conmocionaron a la capital alavesa en un lapso de diez días. El 4 de diciembre de 2000 aparecía calcinado dentro de su vehículo, en una finca ubicada donde hoy está el barrio de Arkaiate, junto a Errekaleor, el cuerpo de un empresario de máquina herramienta de Azkoitia, un crimen que a día de hoy tampoco ha sido resuelto. Diez días más tarde, la joven Ana Rosa Aguirrezábal fue asesinada y violada en el bar de Judimendi en el que hacía la limpieza. El autor del crimen, Guillermo Fernández Bueno, se escapó de la cárcel durante un permiso penitenciario, en el verano de 2018, pero fue detenido en Senegal y extraditado a España.

DATOS

Ángel Quintana. 29 de enero de 1998. Fue condenado por este crimen el anticuario de Arévalo (Ávila) José Carlos Josemaría.

Esther Areitio. 7 de mayo de 1998. El asesinato de la profesora de inglés prescribió en 2018.

Acacio Pereira. 9 de junio de 1998. El crimen del cordelero de la calle Francia también prescribió en 2018.

Agustín Ruiz. 12 de agosto de 1998. Koldo Larrañaga fue condenado como asesino confeso del empresario de máquinas tragaperras.

Begoña Rubio. 24 de mayo de 1999. Larrañaga también fue condenado por el asesinato de la joven abogada.