Gasteiz - Alberto Cereijo (Vitoria, 1974) ha tenido que remar desde que accedió a su cargo, en el año 2013, contra la intensa corriente de la crisis económica, traducida no solo en una sustancial reducción de los fondos para cooperación sino en la proliferación de mensajes contra esta actividad, histórica seña de identidad de la capital alavesa. “Últimamente nos hemos limitado a defender el valor de la solidaridad, cuando es algo que estaba asentado”, lamenta Cereijo, que sin embargo opta por ver el vaso medio lleno. Buena prueba de ello es, por ejemplo, el notable incremento de voluntarios alaveses que se ha producido durante estos años. Sociólogo y también responsable de la ONG Setem en Gasteiz, Cereijo incide en el mensaje de que los desequilibrios contra los que lucha la cooperación generan una dinámica “insostenible”, que no sólo se traduce en guerras, muertes o movimientos migratorios masivos.

A pesar de las apreturas económicas, Vitoria va a destinar este año casi el 1% de su presupuesto a la cooperación al desarrollo. ¿Esto cumple todas sus expectativas?

-Se habla tanto del 1% del presupuesto de las administraciones públicas que nos estamos olvidando del objetivo original, que era destinar a la cooperación el 0,7% del Producto Interior Bruto (PIB). Con ese 1%, todavía nos quedamos muy lejos del compromiso que nos fijamos como sociedad y como estados. Estamos en el 0,15% del PIB, lejísimos de ese compromiso histórico. Hemos recuperado en Vitoria una cifra simbólica en términos cuantitativos, pero hay que trabajar mucho porque no nos podemos quedar ahí. Hemos perdido mucho en estos últimos años y lo que hay que hacer es lo que ha hecho siempre esta ciudad: innovar y hacer cosas interesantes. Aparte, hemos sufrido mucho por todo el discurso que se ha generado en torno a la cooperación al desarrollo, las políticas sociales o la inmigración, cuestiones que es urgente revertir. No sólo en términos de solidaridad y justicia, sino porque tenemos serios riesgos de crear una sociedad en la que sea muy difícil vivir. Y una sociedad rota genera muchos problemas.

En este sentido, ¿la sociedad alavesa tiene una conciencia real a favor de la cooperación al desarrollo o tiende a decir ‘primero lo de aquí’?

-Hay datos interesantes que conviene rescatar. Si cogemos los años más delicados de esta crisis permanente, el número de socios en las ONG vascas ha bajado en un 8%, entre 2010 y 2014. Sin embargo, los fondos destinados a cooperación por parte de las administraciones públicas han caído un 60% en algunos casos. Es lógico que haya una caída de fondos privados, porque hay familias que lo han pasado realmente mal, pero no hay comparación con lo que ha pasado con las administraciones. Además, el número de personas voluntarias creció durante ese periodo un 15%. Por eso, todos esos mensajes que por que se reiteren mucho desde determinados ámbitos parece que se convierten en verdad, luego no lo son tanto.

Ve el vaso medio lleno.

-Sí, el vaso hay que verlo medio lleno. Sí que es cierto que hay un sector de la población que se ha hecho más visible durante todos estos años y que ha hecho mucho ruido también. Y además, de forma menos educada y un poco más hiriente, porque estamos hablando de los derechos de las personas y con eso no se debe jugar. Hay que emitir los juicios de forma sosegada, porque están en juego muchas cosas. Pero el compromiso de la gente con las ONG se ha mantenido estable en términos generales.

Vitoria sigue siendo un referente entonces.

-Pero eso indudablemente, porque además se ha visto. Ahora mismo, el presupuesto para cooperación del Ayuntamiento, ese 1%, por fin sale adelante supuestamente con el apoyo de todos los grupos, incluido el Partido Popular. La estrategia política en gran medida se suele basar muchas veces en la mentira reiterada, en contratos que se establecen con la ciudadanía que al día siguiente de las elecciones pasan al olvido. Y esto lo hemos visto con gobiernos de todo color y en todas las instituciones.

¿Qué ha sido lo más difícil de sobrellevar desde su cargo durante los tres años que lleva ahí?

-Hemos perdido muchísimo tiempo en peleas sobre algo que no estaba en cuestión, que no aporta valor, porque existía un consenso sobre las políticas de cooperación. Últimamente nos hemos limitado a defender el valor de la solidaridad, cuando es algo que estaba asentado y lo que había que hacer era articular de forma correcta esa solidaridad en políticas que funcionasen. Esa es la clave, utilizar bien los recursos de los que disponemos para que la gente pueda mejorar sus derechos. Todo lo demás es una pérdida de tiempo. Con la bronca permanente no construyes, intentas que no se destruya. Por ejemplo, 2015 fue un año tenebroso para la cooperación en Vitoria.

¿Por qué?

-Pues porque, sencillamente, se interrumpió todo. Se dejó un programa de forma simbólica, pero todo lo demás se suprimió. Fueron muchísimas iniciativas que estaban ya empezadas, que tenían compromisos por ejemplo a tres años, y que ese tercero no fue financiado. Pero lo peor de todo esto es que no hay un análisis de los representantes políticos de qué se está dejando de hacer. No lo saben, porque simplemente ven números. Un gobierno que está gestionando fondos públicos debería analizar las consecuencias de sus decisiones políticas, porque puede ser que estén tirando el dinero a la basura.

¿Cómo ha influido todo esto en el terreno, sobre la labor que desempeñan las ONG de desarrollo en los países del Sur?

-Todas las iniciativas que se estaban financiando, siete proyectos encadenados de cooperación internacional, con compromisos a varios años, se pararon. Proyectos que tenían que ver con la agricultura ecológica, con mejorar los ingresos de las familias implicadas a través de circuitos de comercio justo, muchos proyectos relacionados con los derechos de las mujeres y con abordar la inmensa problemática de la violencia... Pero es que lo que estamos haciendo al final en cooperación son alianzas entre agentes de distintas partes del mundo, porque hoy en día tenemos problemas comunes. Ya no es posible separar, porque en el Norte hay muchos sures y en el Sur también hay nortes. Los problemas financieros o del desempleo no son exclusivos del Norte o el Sur. Y su solución no vendrá si no nos unimos globalmente. Porque los actores que los provocan están operando a escala global. Es imposible hacer frente a eso en solitario desde un Vitoria.

¿Y qué consecuencias tiene sobre los países desarrollados abandonar las políticas de cooperación?

-Todo lo que sea cortar o poner en cuestión las políticas de solidaridad supone recortar los derechos fundamentales de las personas, en todos los ámbitos. Lo que pasa es que se ha centrado la atención en hablar de la cooperación al desarrollo y de los otros. Hacemos nuestra isla pequeñita, nos protegemos, y vamos a intentar garantizar al máximo nuestro bienestar olvidándonos del resto. Esto es irreal, porque un mundo con desigualdades genera dinámicas insostenibles. Desde la parte más visible, que son guerras que provocan muertes, movimientos migratorios y pobreza, a la más invisible. Todo eso hay que gestionarlo. Solo en un mundo mínimamente igualitario, donde el conjunto de las poblaciones tenga reconocidos sus derechos, es posible garantizar el bienestar de todo el mundo. Sucede lo mismo con los virus, que son imposibles de contener dentro de unas fronteras determinadas.

¿Han tenido ya contactos con el resto de instituciones?

-Sí, y hay evoluciones positivas, como en el caso de la Diputación de Bizkaia. Pero en el ámbito local, también hay que destacar el comportamiento de la Diputación de Álava, que es complicado. Lo ha sido mucho mientras ha gobernado el PP, porque ha mantenido una política de opacidad tremenda y recortes, pero también ahora. Contábamos con muy buenas palabras del nuevo equipo de gobierno y el diputado general anunció que iba a cumplirse el 0,7%, a pesar de que el compromiso refrendado en su día por las Juntas Generales era del 1%. Pero resulta que en el presupuesto de 2016 estamos en una cantidad ligeramente inferior a la del año pasado. Y si lo comparamos históricamente, el 1% en 2008 eran más de tres millones de euros, y el 0,7% de ahora, son 1,1 millones. Un tercio menos. Aquí hay algo que no cuadra. Lo que hay que pedir, sencillamente, es que nos digan la verdad, porque esto genera mucho desasosiego. Aparte está el ámbito vasco, donde la Ley de Cooperación nunca se ha llegado a cumplir. Es más, estos últimos años nos hemos alejado más que nunca de cumplirla. Las orientaciones parlamentarias se incumplen constantemente y aquí no pasa nada. ¿Para qué votamos entonces?

Ya. ¿Va a ser este 2016 un año de volver a empezar?

-No, ni mucho menos. La cooperación vasca tiene unas bases muy sólidas. Unas bases sociales muy implicadas y unas alianzas fuertes en los países donde trabajamos. Esto nos permite transformar muchas cosas y hacer presión sobre los poderes públicos. No partimos de cero. No tener recursos es un problema, pero no hemos estado de brazos cruzados durante estos años, sino que nos hemos posicionado con fuerza para reivindicar los derechos.

Aunque igual todavía es pronto, ¿hay algún proyecto en ciernes que le ilusione especialmente?

-De cara a 2016, hemos estado debatiendo en los últimos meses un nuevo Plan Director de Cooperación vitoriana hasta 2019, que por sí mismo es ilusionante. Mucho mejor que estar defendiendo que no se destruyan las políticas de cooperación. Parece que estamos recuperando el consenso con iniciativas novedosas que ponen de nuevo a la cooperación en el lugar donde estaba antes. A veces hacemos tonterías para poner en el mapa a Vitoria, como aquella tortilla de patatas, cuando las políticas de cooperación también ponen a la ciudad en el mapa pero por razones bien distintas. La asocian con valores positivos. Es importante que la gente conozca a Vitoria por sus valores solidarios.