Diez meses después de que la diputada foral de Servicios Sociales, Marta Alaña, decidiera prescindir de 16 cuidadores y educadores, el resto de la plantilla no puede hacer frente a su labor de control y educación con los chicos y chicas, que se han adueñado del centro y campan a sus anchas sin que nadie, ni empresa adjudicataria ni Diputación, hagan nada para evitarlo, según denuncia un grupo de estos educadores a DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA.
Los trabajadores narran escenas dantescas, con agresiones y amenazas constantes hacia ellos y peleas habituales entre los menores, con sillas y banquetas volando por los aires cuando se juntan en el comedor. Sin personal suficiente por los recortes del Gobierno popular y con unos jóvenes sin tutela que “tienen más calle que todos nosotros juntos”, lo que debería ser un centro de acogida y preparación para que los adolescentes se adentren con garantías en la vida adulta es ahora mismo un hogar destrozado en el que los chavales se han hecho incluso con las llaves para entrar y salir cuando les viene en gana. “Y si no, entran y salen por la ventana”, explica una representación de los educadores del centro a este diario.
“No podemos con ellos. Se han apoderado de la casa y la han convertido en un hotel. No aceptan un no por respuesta y la empresa, en lugar de estar con nosotros, mira para otro lado y les premia por hacer cosas que deberían hacer normalmente como parte de las reglas de convivencia”, argumentan los trabajadores sociales.
Entre los hombres y mujeres que trabajan cara a cara con los jóvenes el miedo y el desasosiego se ha apoderado de su día a día, y por eso piden a la Diputación que de una vez por todas tome cartas en el asunto, pues no se ven capaces de seguir adelante mucho más tiempo sin soluciones. Según apuntan, muchos de sus compañeros ni siquiera se atreven “por miedo” a denunciar los ataques, insultos y agresiones que reciben, mientras los contratos temporales de sustitución son una constante.
Mientras los educadores más jóvenes que se incorporan al centro “se quedan asustados de lo que ven”, los veteranos, que llevan allí desde su puesta en marcha hace seis años, aseguran que la situación de colapso actual no se había vivido nunca. “El resto de centros nos preguntan que qué pasa ahí. Incluso los vecinos, que llevan años conviviendo con el hogar, nos dicen que están asustados por lo que ven”, relatan.
Dividido en dos pisos, Bideberria acoge en la planta superior a los jóvenes recién llegados con menor conocimiento del idioma y que, al llegar muchas veces a la ciudad en mitad del curso, no se encuentran escolarizados, por lo que asisten -o deberían- a clases individualizadas. El piso inferior está destinado a chavales más veteranos y preparados. Hasta el despido de los 16 trabajadores y el consiguiente inicio de los problemas, los despachos de coordinación del centro se encontraban en la planta de arriba, pues los recién llegados causaban menos problemas. Pero ahora los han trasladado al piso inferior, donde se respira un ambiente -un poco- más tranquilo.
Navajas y disolvente Un cambio que los educadores cuentan como ejemplo de lo que consideran una dejación de sus funciones por parte de la firma adjudicataria, que en los próximos meses podría renovar su contrato en un nuevo concurso público. “Cuando se hicieron con la adjudicación hace un año no eran conscientes de lo que tenían entre manos. En febrero cambiaron al responsable del centro y ahora basan el control y la educación de los chavales en una política más permisiva, con premios constantes, que no funciona y no nos permiten alterar”, subrayan antes de incidir en que “antes los chicos conocían los límites y sabían que si los sobrepasaban nosotros y la empresa estábamos ahí. Ahora los educadores somos un cero a la izquierda y para los chavales somos los causantes de sus problemas, nos ven como unos enemigos”.
En este sentido, la presencia de los cuidadores despedidos en junio del año pasado tras los recortes de la Diputación Foral de Álava salvaguardaba también la integridad de los educadores, pues aunque no eran propiamente empleados de seguridad “los chicos sabían que si se sobrepasaban con nosotros ellos iban a estar detrás para controlarlos” y realizar en caso necesario un contención, es decir, inmovilizar a los más violentos para evitar que agredan a los educadores. Ahora, según explican, la empresa les pide que sean ellos los que realicen esas contenciones.
Pero con una plantilla joven, más inexperta y con menos efectivos por las bajas y los recortes forales, los adolescentes han visto su oportunidad de hacerse con el control del centro, incumpliendo las reglas y actuando por su cuenta como les viene en gana. “El consumo de drogas se había reducido mucho, pero ahora han empezado otra vez a esnifar disolvente, lo que les vuelve más violentos todavía. Hace poco encontramos dos navajas, se pelean constantemente, nos amenazan...”, desgrana uno de los educadores.
Ante esta tesitura, en un estado de colapso absoluto, con los menores campando a sus anchas, las instalaciones destrozadas y la imposibilidad de ejercer su labor como educadores sociales con los recursos y en las condiciones necesarias - “nos gusta nuestro trabajo, pero en esta situación estamos entre la espada y la pared, con los menores a un lado, la empresa a otro y nosotros en el medio”-, la plantilla de Bideberria urge a la adjudicataria y a la Diputación Foral de Álava a tomar medidas para recuperar la senda de trabajo de hace unos años.
“Hasta los propios chicos nos dicen a veces que necesitan más control, que así no van a ningún lado”, apunta una trabajadora. Mientras, los educadores siguen enfrentándose a una dura realidad que les condena a la frustración. “A veces no te queda otra que irte a llorar a una habitación y desahogarte”, concluye una de ellas.