El creciente hastío del pequeño comercio vitoriano por la actitud que le muestra el Ayuntamiento se puede rimar. Dos carteles ubicados en los bajos del número 1 de Luis Heintz exigen "más soluciones, menos sanciones". Su autora es Esther Sáez de Argandoña, artífice de Cosquillearte, un perfecto ejemplo de la indignación que se ha ido extendiendo por buena parte del sector. La diferencia con otros compañeros es que ella no tiene miedo a mostrarse brutalmente honesta. Ni siquiera aunque haya recibido "sibilinos ataques" por parte de las instituciones. La trabajadora tiene claro que el Consistorio defiende "de boquilla" la labor del gremio por muy clave que sea para la ciudad. Cuando toca demostrar ese apoyo, "sólo hay trabas". La gota que colmó el vaso de su paciencia llegó hace unos días, tras recibir una multa de 200 euros por haber dejado su coche junto a la tienda cinco minutos para meter algo de género. "¿Qué hago si no tengo otra opción?", reprocha.
La zona de carga más próxima está a casi un kilómetro y, aun queriendo, no puede usarla con su vehículo particular. "Bastaría con que el Ayuntamiento nos diera una credencial o, aún más sencillo, que hubiera una cierta permisividad cuando esas labores son breves y no molestan. Con las dobles filas en los colegios existe tolerancia y me parece lógico. ¿Por qué no aplicar la misma para el pequeño comerciante?", se pregunta Sáez de Argandoña. A su juicio, el Ayuntamiento se extralimitó al sancionar una conducta como la suya por invasión de la vía pública. Y eso que sabe de otros casos más sangrantes. "A una floristería del centro se le quiso multar por poner género en la entrada, cuando no molesta y sí embellece la calle", apostilla. Ella misma se planteó colocar un toldo para que la calle no se manchara con los excrementos de las palomas, harta de la falta de limpieza, y al informarse supo que debería pagar 4.000 euros al año "porque la sombra que hace se considera ocupación del suelo". Anuló el plan.
Sáez de Argandoña cree que el Consistorio antepone la recaudación al interés general. De otra forma no se explica la reducción del horario de carga y descarga en el centro. "Ha perjudicado la labor de muchos comerciantes", sostiene. Y no lo dice sólo ella. En todas partes se escuchan críticas contra esta medida, el "último error municipal tras la masiva peatonalización del Ensanche y el paso del tranvía". A su juicio, dichas estrategias, unidas a los disparatados precios de alquiler de las lonjas y un aumento de la presión fiscal, provocaron en el corazón gasteiztarra el proceso de desertización que la crisis ha agudizado. "Postas, General Álava, Fueros, Independencia... Esas calles están llenas de locales vacíos", lamenta la propietaria de Cosquillearte, quien se pregunta cómo es posible que toda la respuesta del Ayuntamiento para dar gasolina al que siempre ha sido el motor de la ciudad "sean unas ayudas de apoyo al pequeño comercio por 250.000 euros que no son tales".
La realidad es que "la mayoría de los nuevos negocios cierra a los pocos meses". Sáez de Argandoña alerta de que detrás de esos proyectos ilusionantes hay emprendedores que buscan una salida a la crisis y acaban sucumbiendo a las trabas institucionales. Ella recuerda que, al montar su negocio, el Ayuntamiento le obligó a rebajar el escalón de la entrada si quería obtener la licencia de apertura, "y eso que tenía la altura de un paquete de tabaco tumbado y no estorbaba a las sillas de ruedas". Curiosamente, en el paso de peatones a Marianistas, había una arqueta con un agujero de veinte centímetros y varias losetas rotas que no se arreglaron hasta que ella llamó mil veces al 010. "Por eso yo no pido ayudas, me vale con que no pongan obstáculos", subraya.
Siempre que puede, Sáez de Argandoña recurre a Facebook para recordarle su postura al alcalde. El problema es que él parece haberse hartado de críticas. Recientemente, Javier Maroto le dio me gusta a un comentario en el que una fan suya señalaba que "Cosquillearte causa malestar". La aludida no pasó por alto el detalle. "El Ayuntamiento lo que quiere es tener al comercio callado", denuncia la trabajadora. Sin embargo, cada vez son más las voces que cuestionan las acciones municipales, hartas de verse ninguneadas y obstaculizadas. Es tiempo de reivindicación.