rabajando en primera línea en un hospital, mano a mano con el enemigo”, Diana Ly sabía que tenía “muchas papeletas” para contagiarse. Lo que no imaginaba esta anestesista de 33 años es que la primera ola de coronavirus, que arrasó los servicios de urgencias el pasado mes de marzo, lejos de darle el ligero revolcón que esperaba, la arrastraría hasta las profundidades del coma inducido. “Soy joven, sin antecedentes, no fumo ni bebo. Decía: Si lo pillo, tampoco será para tanto”. Pero sí lo fue. Nada que ver con “la tos y el cuadro gripal” que preveía sufrir “en el peor de los casos”. “Nunca pensé que fuera a acabar como una paciente de aquellos que solemos tratar en la Reanimación, con neumonía bilateral, insuficiencia respiratoria grave y necesidad de ventilación mecánica invasiva, fallo cardiaco...”, recita.

Apenas unos días después de haber intubado a la que fue la primera sanitaria fallecida por covid en todo el Estado, era Diana quien yacía en estado grave sobre una cama. “Todavía no se había logrado extubar a nadie con éxito. Con ese panorama, pensé: Si me intuban, no voy a salir de esta”. Por eso les pidió a sus compañeros del hospital de Basurto que no lo hicieran. Por miedo a no volver a abrir los ojos. “Estaremos aquí cuando te despiertes”, la tranquilizaron. Y, pese a que ellos también se temieron lo peor, pudieron cumplir su palabra. Fue una pesadilla, pero se sabe afortunada. “Me dijeron que murieron pacientes jóvenes en la Reanimación”.

A poco más y Diana, joven, sana, deportista, no lo cuenta. Si lo hace, cinco meses después de esquivar a la muerte, aún de baja, es para agradecer su labor “al personal sanitario que, a pesar de las malas condiciones, ha estado al pie del cañón”. También para apelar a la responsabilidad de la ciudadanía, aunque no las tenga todas consigo. “A la gente que piensa que todo son mentiras, por mucho que le cuentes, se la va a soplar, a no ser que le toque de cerca.Si le pasara a su hijo o a su madre, verás cómo cambiaba la situación”, afirma esta madrileña, que lleva cinco años trabajando en Basurto. Aunque “cada uno es mayorcito para saber lo que tiene que hacer”, insta a “no bajar la guardia”. “Luego se quejan de que nos confinan. Pero si te han dejado estos meses la opción de hacerlo bien y no lo has hecho. Hay que tener precaución y no banalizar, que me ha tocado a mí, pero le podía haber tocado a cualquiera”.

“Valorando pacientes por el hospital iba a pelo”.

No tiene la certeza, pero Diana Ly no cree que se contagiara intubando a la enfermera que falleció por coronavirus porque “iba superprotegida con el EPI”. Sospecha que se infectó haciendo preoperatorios. “Valorando pacientes por el hospital yo iba a pelo. Luego se supo que también había casos en esos pabellones”, afirma. Sea como fuere, la pandemia no había hecho más que asomar la patita, pero ella se llevó uno de sus primeros zarpazos. Los síntomas, dolor de cabeza, tos, fiebre, pérdida del olfato... “Me costaba respirar y fui al hospital”. Ingresó el 19 de marzo, jueves. La placa no dejaba lugar a dudas. Tenía una neumonía bilateral “de libro”. Sus compañeros le dijeron que “no pasaba nada, pero que era mejor vigilar”. Al día siguiente le confirmaron que la PCR era positiva. “Me empezaron a coger catéter arterial, venoso central, sondas... Un poco exagerado, pensé, si todo estaba bien. Pero era evidente que no lo estaba”. Es más, fue a peor.

“Sabía que a ese ritmo iba a acabar intubada. Tenía la esperanza de que no fuera así, pero si los pulmones no tiran, no tiran”. La madrugada del sábado al domingo se cumplió su pronóstico. Sedada, ajena al caos que se vivía a su alrededor, en pleno “pico de la curva”, su estado se agravó. “No respondía al tratamiento y se añadió un fallo cardiaco. No parecía haber salida”. Lejos de darse por vencidos, le pusieron “de todo”. A la desesperada, hasta corticoides, “que al principio estaban proscritos”. Y se hizo la luz. “Un día, como a quien le despiertan de la siesta, oigo: Diana, aprieta las manos. Era una de mis compañeras. Vale, están comprobando que me pueden extubar. Sonríe. ¿Que sonría? Esa orden sí que no me la esperaba. Creo que hice una mueca, pero tenía motivo para sonreír de verdad. Entonces no lo sabía, pero iba a ser la primera paciente covid a punto de ser extubada”, relata.

La experiencia, sin embargo, no fue agradable. “Sensación de no poder respirar, irritación en la garganta, las sondas, vías por todas partes, noches enteras en vela, no poder sostenerme, intenso dolor abdominal, los lavados en seco y el frío... Todo una maravilla”, resume con ironía. Lo cierto es que lo pasó muy mal. “Tuve momentos de desesperación. Quería acabar con todo ese sufrimiento. Uno no se imagina el dolor y la angustia que se pasa”, subraya.

Por más que quisiera pisar el acelerador y fantaseara con el alta, “el cuerpo y la realidad” la ponían en su sitio. “Estando en Reanimación tenía en frente a un abuelito y pensaba: Si estoy igual que él con 50 años menos. Ni siquiera podía coger una cuchara”. Acostumbrada a ser ella quien dictaba las pautas, probó de su “propia medicina”Si estoy igual que él con 50 años menos. Experimentó “el hormigueo que recorre la mano con cada lavadito del catéter arterial” o cómo pasaba el suero frío, gota a gota, por el catéter central. “Deberíamos de poner calentador de sueros para esto”, se dijo. También comprobó lo “incomodísimas” que son las gafas nasales de alto flujo. “Huele mal, se te clava todo en la nariz, es un agobio de aparato y más cuando respiras justo. Esto no lo han probado los que nos lo ponen, pensaba. Hasta hace poco, yo también era de ese grupo”.

Mención aparte merece la sonda nasogástrica. “Eso sí que era una tortura, sobre todo, si empiezas con náuseas y vómitos”. Y aún hay más. Descubrió que el mero hecho de levantarse la agotaba. “Me temblaban las piernas. En el sillón no me mantenía erguida, se me iba la cabeza para un lado… Antes pensaba: ¿Cómo no va a aguantar un paciente ahí sentado sin hacer nada? Pues no aguanta. A los diez minutos me tuve que meter en la cama”.

Tras pasar catorce días en un box, seis de ellos intubada, la trasladaron a planta. “Fue un momento de gran alegría. Los pacientes covid también salen vivos de la Reanimación”, abrió la puerta a la esperanza. Sin embargo, peinarse o cepillarse los dientes le suponía aún un esfuerzo “sobrehumano” y tenía que agarrarse a cualquier cosa para caminar. Ella, que practicaba “deportes con caña, como kitesurf”, y que a día de hoy sigue sufriendo debilidad muscular, cansancio y fatiga. “A mí, que soy bastante activa, eso me limita mucho. Lo único que puedo hacer es dar paseítos e ir un poco a nadar”. Pero no se queja, consciente de la “suerte” que tiene por no haber sufrido “ningún trombo ni un ictus”.

Diana, que se sintió como “una prisionera en aislamiento” a la que hablaban “a través del megáfono de la habitación”, destaca la soledad que envuelve a estos pacientes. “Con otra enfermedad tienes un contacto humano, pero con esta eres como un apestado”. Ella ya ha retomado, con precauciones, su vida social. El trabajo, pese a sus ganas de reincorporarse y arrimar el hombro, tendrá que esperar. “No me veo con un EPI puesto, más que nada porque me ahogo yo misma dentro”. Y hablando de falta de aire, lanza un reproche. “La gente dice: Es que me cuesta respirar con la mascarilla

“Me he contagiado de la manera más tonta”

Ni en un botellón ni en una discoteca ni en una fiesta clandestina. Miren Bilbao, de 21 años, se contagió de coronavirus compartiendo charla sobre la arena con su grupo habitual de amistades. “Estábamos cada una en su toalla y ninguna llevábamos mascarilla. Cuando nos enteramos de cómo había sido, fue bastante impactante porque no te esperas contagiarte en la playa, sino de fiesta en un bar”, confiesa esta universitaria que vive en Sopelana.

Miren había ido a pasar el fin de semana a Francia con su pareja cuando, el pasado 1 de agosto, recibió un mensaje de una amiga diciéndole que había dado positivo tras haber estado en contacto con un familiar que estaba infectado. “Como habíamos ido en coche, según me enteré, volvimos. Nos tuvimos que hacer la prueba los diez de mi cuadrilla, mi familia, mi pareja, los compañeros del trabajo donde estuve haciendo prácticas... Dieron todos negativo, menos yo”, cuenta con resignación, a punto de terminar su segunda semana de confinamiento. “Estoy en el piso de arriba, entre la habitación, el salón y el baño. El resto están abajo, me suben la comida y no me pongo en contacto con ellos para nada”, aclara.

A pesar de que ella ha sufrido la enfermedad en su versión leve, con “dolor de cabeza y articulaciones, unas décimas y más cansancio de lo normal”, se apuró mucho por su familia. “Piensas: Jo, si lo tengo yo, que he estado con mi amama, con mi ama, con mi aita... Después de dos meses teniendo cuidado, justo fui a cenar con mi amama para celebrar un cumpleaños al día siguiente de estar con la persona que dio positivo. No me lo podía creer”, cuenta. Por suerte, “está bien”, pero es consciente de que podría no haber sido así. “Cuando das positivo, te pones en lo peor. Piensas en lo que les puede pasar a los de alrededor, pero también a ti, porque no sabes cómo te va a afectar. Hay gente joven que lo ha pasado fatal estando enferma con coronavirus”, señala.

En “el mejor de los casos”, cuando los síntoma son llevaderos y no hay que lamentar más positivos en el entorno más cercano, el coronavirus también tiene sus repercusiones. Por eso, Miren pide a los jóvenes que “no se pongan la mascarilla solo porque les puedan poner una multa o alguien les pueda llamar la atención y piensen en lo que supone quedarse en casa encerrados no solamente ellos, sino también su familia y sus amigos, en pleno verano”. Además de que “pasar un segundo confinamiento” es ya de por sí “un fastidio”, esta joven cita algunas de las consecuencias que puede acarrear. “Por ejemplo, en mi casa mi hermana se iba a ir de vacaciones, las ha tenido que retrasar y no le han devuelto el dinero. Unos amigos tenían otro viaje y tampoco han podido ir”, apunta. Y eso en lo que respecta al ocio, porque “la gente que da negativo también se fastidia y tiene que dejar de ir a trabajar”.

Con todo, Miren agradece no haber sido correa de transmisión. “Menos mal que han dado todos negativo, porque si no, positivo, positivo, al final son un montón de familias y se expande muy rápido”, dice, pensando en la que se podría haber liado tras haberse “contagiado de la manera más tonta”.

“Tras dos meses, fui a cenar con mi amama el día después de estar con la persona que dio positivo”

“Fue impactante porque no esperas contagiarte en la playa, sino de fiesta en un bar”

Universitaria y afectada de covid

“En Reanimación tenía en frente a un abuelito y pensaba: Estoy como él con 50 años menos”

“La gente dice: Es que me cuesta respirar con la mascarilla. Es más difícil con un tubo puesto”

Anestesista y afectada de covid