Lo llaman déjà vu. La expresión se ha popularizado tanto que ya no suena pedante. En su traducción literal del francés original significa “ya visto antes”. Define con acierto la campaña electoral que acaba de arrancar. Una campaña fruto de un fracaso. O de cuatro. Rajoy, Sánchez, Iglesias y Rivera pretenden -y, con la inestimable colaboración de los grandes medios de comunicación españoles, conseguirán- capitalizar un debate político sobre quién va a gobernar y no uno sobre qué configuración parlamentaria es más fiel a las diferentes sensibilidades de la sociedad.

Es comprensible porque arrastran meses de brocha gorda en el debate y no está ahora el panorama de ninguno de sus partidos para finos estilismos ni trazos delicados. Se juegan todos ellos su propio futuro en primer lugar y por encima de otras cosas. Eso va a impedir que se paren en lindezas y en contenidos profundos. A medida que las encuestas se han ido conociendo y cada uno va identificando sus riesgos y oportunidades, se ha impuesto el “y tú más”. Iglesias y Rivera sudaron la gota gorda en televisión sustituyendo lo que antes eran nuevas formas por una crispación gruesa y un mal rollo que sólo diferencia a los nuevos políticos de los viejos en que estos últimos eran más educados y más diestros con la palabra.

Euskadi tiene motivos para mirar esta cita con serias dudas. En un duelo de kilos, la población vasca es un peso pluma. Los 18 diputados y 12 senadores en juego no parecen de gran trascendencia entre 350 y 266, respectivamente. Por eso no viene Rajoy; por eso sí viene Iglesias, cuyo inusitado respaldo en Euskadi todavía le tiene levitando. No obstante, en ese foro los ciudadanos vascos tiene que tener voz para defender sus intereses. Sensibles como ha acreditado el impacto de la última mayoría absoluta del PP sobre la normativa y competencias vascas. Voces vascas en Madrid. De sensibilidad y obediencia vascas. Ya no lo cuestiona ni la izquierda abertzale.

De modo que los malos alumnos que suspendieron la reválida de diciembre pasado y nos han traído hasta esta segunda convocatoria harán bien en no perder de vista a esas otras voces que llegan desde la periferia, minoritarias y denostadas pero imprescindibles. Las encuestas dicen que el 26-J todos van a volver a rondar el punto de penalti pero es muy probable que ninguno logre hacer gol si no cuenta con los nacionalistas de Euskadi, Catalunya, Galicia, Canarias... Y, sin embargo, la campaña y los medios se disponen a ningunearlos una vez más.

Se la van a jugar a cuatro manos dos parejas de mus mal avenidas. Todo el mundo puede ver claramente quién juega contra quién, pero es más difícil identificar a los compañeros de cartas. Rajoy juega contra Iglesias y trata de ofrecerse como la alternativa moderada al radicalismo. A Iglesias eso le viene bien pero, en el fondo, está jugando contra Sánchez, al que sabe que puede ganar a base de hamarrakos. Sánchez juega contra Rajoy, pero los envites le llegan desde su izquierda y, en su partido, se dan mus y le quitan de las manos las pocas cartas que podía jugar. Y Rivera no es un socio útil para ninguno porque pasa las señas lo mismo a Sánchez que a Rajoy.

Ese es el problema que nos ha traído hasta aquí. Los alumnos aventajados de la política española se han fumado las clases y se las han pasado jugando al mus en un empate infinito que no se pueden permitir repetir. Ahora, después del 26-J, tendrán que darse prisa. Y los partidos vascos tendrán que meter codos para colar sus agendas, que son las que retratan las realidades que ni se atienden ni se conocen en Madrid.