ESTAMBUL. "Sólo queremos pasar", rezan carteles en turco, inglés y árabe escritos de forma improvisada sobre restos de cajas de embalaje.

Un destacamento de la policía antidisturbios bloquea la calle que conduce hacia las cocheras del inmenso complejo de cemento de la central de autobuses de Estambul, desde donde parten los vehículos rumbo a Edirne, la ciudad turca fronteriza con Grecia.

"No nos dejan pasar a Edirne", asegura Osama, un joven profesor de Matemáticas de Damasco que lleva tres meses en Turquía.

"Desde hace una semana no venden billetes de autobús a sirios. Nosotros ya teníamos billete, pero no nos dejaron subir al bus, explicaron que era una orden del gobierno, y eso que tengo mi pasaporte sirio en regla", narra el joven.

"Nos aconsejaron ir en taxi. Entre unos amigos pagamos 4.000 liras (unos 1.300 euros) para los 240 kilómetros, pero al llegar había un control de policía. Nos hicieron bajar y al cabo de una hora nos obligaron a volver a Estambul. Esta vez pagamos 7.000 (cerca de 2.300 euros), todo de nuestro bolsillo", relata.

Todos coinciden en dos puntos: en Turquía no hay futuro y el viaje en lancha a las islas griegas es demasiado peligroso, una muerte casi segura.

"No lo intenté ni lo intentaré. No tengo derecho a jugar con la vida de mis dos hijos", declara Dalal, una joven madre que trabajaba como enfermera en Alepo y que ahora se busca la vida limpiando casas en Turquía.

"No nos queremos ir de Turquía: es un país agradable y encantador, pero no tenemos futuro aquí. El permiso es sólo transitorio, no podemos trabajar legalmente, no podemos convalidar nuestra carrera, mi hija sólo puede hacer cursos temporales, no puede escolarizarse de forma duradera, ni podrá estudiar aquí. Y yo quiero que mi hija tenga un futuro", insiste.

Similar es el problema de Waad Alzeer, cuyo hijo Said padece una grave dolencia cerebral tras saltar de la ventana de su casa en Banias, en la costa mediterránea siria, durante un asalto de los temidos "shabbiha", una especie de mafias al servicio de Damasco que aterroriza a supuestos opositores.

"Nosotros no teníamos nada contra (el presidente sirio Bachar al) Asad. Somos suníes, pero siempre hemos vivido en excelente vecindad con los alauíes. Aun así vinieron a degollarnos. Pero esto no es un conflicto religioso. En Antioquía, en el sur de Turquía, donde he vivido hasta ahora, sigo teniendo amigas alauíes", insiste Waad.

Hizo el viaje de Antioquía a Estambul en autobús, junto a su hijo Said, con la esperanza de poder pasar a Europa y buscar atención médica para el joven, dado que los hospitales públicos turcos sólo ofrecen gratuitamente una atención básica, pero no tratan casos más complicados.

En Alemania, cree Waad, esto será distinto y tendrá derecho a la atención médica que necesita.

"Si Turquía nos ofreciera una estabilidad, una opción de futuro, no nos iríamos a Europa", recalca también Dalal.

"Si mañana hubiera paz en Siria, volveríamos de inmediato, pero es que no podemos. Somos refugiados", recuerda Osama.

Su amigo Ahmed Dappos, estudiante de Bioquímica, huyó de Damasco hace apenas tres meses, después de haber pasado por las cárceles del régimen.

Primero a Líbano, y de allí en avión a Turquía, un viaje que con un pasaporte sirio no presenta dificultades, aunque cuesta unos 4.000 dólares (unos 3.500 euros), asegura.

Ahmed cree que este verano el flujo de refugiados a Europa se ha intensificado porque cada vez más sirios abandonan su país, al perder definitivamente las esperanzas de que el conflicto se resuelva pronto.

Ahora sólo les queda insistir, afirma, mientras observa cómo algunos de los asistentes a la protesta están montando tiendas en el patio de una cercana mezquita y otros se tienden sobre mantas, rodeados de sus pertenencias.

Aunque la protesta está liderada por centenares de jóvenes bien coordinados, entre los participantes hay también familias y los niños corretean entre los adultos, que cantan consignas.

La sentada fue convocada en la red social Facebook hace más de una semana, precisa Osama, cuando se hacía evidente que Turquía no permitía a los sirios viajar a Edirne y ante la creciente concienciación de que un viaje por mar era una especie de condena a muerte.

Alguien ondea una bandera turca en la manifestación para dejar claro que no hay resentimiento contra el país que los acoge. "Sólo queremos pasar", reiteran.