vitoria- No es un actor que desde niño deseara subirse a un escenario, su vocación le llega con el desarrollo de una actividad en la que aterrizó de forma circunstancial cuando estaba ya en la universidad y se apuntó a un taller de teatro con Luis Iturri. Ahora disfruta, sufre y goza de la interpretación, una profesión con luces y sombras, con sus incertidumbres pero que le permite meterse en la piel de personajes muy distintos entre sí y también muy diferentes a su persona.

Amama y Aitaren etxea, cine y televisión a la vez?

-Ahora estamos viendo los resultados, el trabajo que se está viendo es anterior.

Un personaje duro y fuerte el de Tomás en la película Amama.

-Eso parece. Un papel fuerte. El papel de este personaje se resuelve en la película dando algún giro.

Asier Altuna, el director de la película, dice que Amama es la historia de un tiempo que se va, de un concepto de vida en la CAV que se acaba.

-Es cierto. Llegan nuevas formas de vida y también nuevos conocimientos. Estamos entrando en nuevos estilos de vida y también en tiempos diferentes para decir las cosas. También es una película de sentimientos encontrados.

¿Refleja lo que somos en Euskal Herria?

-Algo. Euskal Herria es más diverso que el universo que se ve en Amama, que es mucho más reducido. Es cierto que es una forma de entender las cosas, sobre todo en el mundo rural, en los caseríos. En una época, nuestros mayores no hacían más que trabajar y trabajar. Pero eso siempre ocurre en los caseríos por aquello de que la vida está tan apegada a la naturaleza, a los ciclos, al día, a la noche, a la luz o la oscuridad.

Ataduras, al fin al cabo.

-Sí. En los caseríos siempre se ha estado atado a estas vicisitudes externas; estás muy apegado y has de reaccionar a la luz cada día, como los gallos.

Un papel muy diferente y de un poderío social y económico en Aitaren etxea que nada tiene que ver con Amama.

-Ja, ja, ja? Sí, son diferentes, aunque quizá tengan algunos componentes psicológicos comunes. A simple vista, son personajes totalmente diferentes, pero los dos representan a personas con carácter. En Aitaren etxea, a Luis Egaña, no le gusta dar su brazo a torcer, que le hagan la contra y todas esas cosas. Insiste una y otra vez en que todo se haga según sus criterios.

Un personaje que no duda en utilizar la fuerza.

-Si la considera necesaria, no tendrá ninguna duda y tampoco remordimientos, utilizará la fuerza.

¿Se siente identificado con uno u otro personaje?

-Ideológicamente estoy mucho más identificado con el baserritarra, con Tomás; me interesa mucho más. Al hacer un personaje, muchas cosas del actor se van a él y piensas: “¿Hasta qué punto hay algo más allá de mí en cada uno de esos personajes?”.

¿Aunque ideológicamente actor y personaje estén el uno del otro en las antípodas?

-Pero al encarnar a un personaje tan contrario a ti mismo sientes como si algo de él lo tuvieras tú mismo. Uno tiene sus dudas y se pregunta cosas.

¿Y cuáles son las respuestas?

-Probablemente tenga algo de cada uno de los personajes que he interpretado.

¿Le son cercanos los años que reflejan la serie?

-Nací en el 55, en esa época era un niño. Pero hasta el 65 hay una forma determinada de vivir: está la guerra y la posguerra. Yo he conocido el tener que cantar el Cara al sol y tener que levantar el brazo cada vez que iba a la escuela, teníamos que formar filas. Incluso hemos recibido el palo por hablar en euskera. Sí que tengo recuerdos, y los recuerdos de los niños son los más intensos en las personas.

¿Podría haber segunda parte de Aitaren etxea?

-No tengo ni idea, son decisiones ajenas a mí. Desconozco la audiencia que tiene y se me escapa que tenga o no continuación. Está fuera de mi alcance esa decisión, pero ojalá tenga continuación, eso significa que gusta.

Se acaba Goenkale, una serie a la que ha estado usted muy unido.

-Alguna vez tenía que suceder, son muchísimos años. Este final hará que se abran otras puertas y la posibilidad de que haya otros equipos de trabajo. Goenkale ha sido un hito en la televisión, en ETB, y difícilmente repetible, que ha llegado a su fin.

¿Actor vocacional o circunstancial?

-Vocacional no. Ahora es cuando tengo vocación, pero no en los inicios. Llevo en esto unos 35 años. Primero es un encuentro, luego una lucha. Yo me encontré con esta actividad actoral circunstancialmente. Pero más que engancharme yo a esta profesión, fue la profesión la que me enganchó a mí. Es una actividad con la que he estado luchando, entendiéndola; a veces sufriendo, a veces gozando.

¿Difícil?

-Al final uno se reconcilia con ella y se da cuenta de que es una vocación grande la que está metida dentro de uno. La vocación de ser actor es algo que he descubierto con el tiempo, no es algo que yo quería desde el principio.

Se sufre mucho cuando el trabajo escasea, ¿no?

-Se sufre por la incertidumbre. Ya sabemos que las mentes son traidoras, y el no saber qué será mañana de ti, hace que algunas noches las pases durmiendo poco. Pero produce sufrimiento también el encuentro del actor con el personaje.

¿Un reto?

-Claro que es un reto encarnar a un personaje y pensar si lo estás haciendo bien o no. Te hace sufrir ver que el personaje te domina o saber si tú le dominas a él. Hay personajes que vapulean al actor, ya me ha pasado, y luego necesitas tiempo para recuperarte.