Nació en París, en el famoso barrio de la Gambetta, cerca del cementerio del Père Lachaise, pero pronto se instaló en Madrid y se casó con una barcelonesa: Emilia García, Emy. Y entre todo ello abandonó las aulas por las salas de grabación; los estudios de Magisterio por las letras frívolas, frescas y picantonas; y la sofisticada canción francesa por esas melodías de chiringo y piscina que tan millonario le hicieron en los 70, 80 y 90. Con estas dos intensas frases puede resumirse, grosso modo, la jugosa vida del que siempre ha ostentado el título de rey de la canción del verano: Georgie Dann. Ese francés de frondoso tupé oscuro y cara despistada que bien vio peligrar su trono cuando arribó a nuestras vidas David Civera. Sin duda, un susto que no llegó a muerte, pues 55 años después de pisar suelo castellano sigue componiendo.

Y lo hace ya desde la tranquilidad de una vida octogenaria. Desde esa pachorra acomodada que te concede crear mierdecillas como su último single: Buen rollinski, una melodía que pasó sin pena ni gloria el pasado año 2019, abarrotado de Malumas, Don Patricios y Rosalías. Pero la existencia de este vehemente autor de sospechoso bronceado y dentadura inmaculada no fue siempre tan mansa. Después de versionar en su París natal la letra del filme Blancanieves y los siete enanitos, Georgie Dann aterrizó en España por primera vez en 1965, con 25 años, como representante francés en el Festival del Mediterráneo. Su divertido modo de desenvolverse en el escenario y su sonrisa pícara llamó la atención de los productores de la época. Y su aptitud para hacer caja, también.

Ya convertido en habitual en los platós de televisión, este artista que no fuma, ni bebe, pero sí juega (atención) a la pelota vasca, se instaló en Madrid en 1974 y desde allí lanzó uno de sus temazos más universales: El bimbó. Luego vendrían otras joyas como Paloma blanca, Mi cafetal, El negro no puede o El chiringuito. Pero ninguna propuesta musical veraniega rozaría nunca más esa categoría de clásico perenne que logró La barbacoa, popularizada hasta el infinito gracias, en parte, a un divertido anuncio del Galloper de Mitsubishi en el Polo Norte.

Su éxito, eso sí, bastante azotado por la transformación digital y los Operaciones Triunfo del momento, comenzó a relajarse con la entrada del nuevo milenio. Una nueva situación que con el mismo optimismo y entereza de siempre supo encauzar con brío: “Ahora aprovecho para veranear en agosto”, reconoció durante una entrevista en 2012.