“Nuestra idea es que Pogacar lleve el número 1 en la salida del Tour de Bilbao de 2023”, desea Joseba Elgezabal, masajista del UAE y hombre de confianza del campeón del Tour, el esloveno volador, coronado por segunda vez consecutiva en los Campos Elíseos de París con apenas 22 años. Si lo que imagina Elgezabal ocurre, Pogacar debería conquistar la próxima edición del Tour. “Si no pasa nada raro, alguna caída o enfermedad, estoy seguro de que lo conseguirá. Pogacar corre contra sí mismo. No creo que tenga rival”, analiza el hombre que mima las piernas de platino del chico de oro del ciclismo. Pogacar, acompañado por Vingegaard y Carapaz en la foto del podio final en París, dominó el Tour de punta a punta. En realidad nadie pudo competir con el esloveno. “El año pasado Pocagar se tuvo que esforzar mucho más para ganar. Este año, salvo en la primera crono y el día de Le Grand-Bornand no ha tenido que dar su máximo e ir a muerte. No ha ido a tope contra sí mismo”, discurre Elgezabal. El dato asusta.

Feroz y ambicioso, Pogacar se lo quedó todo. La gloria eterna del amarillo, el maillot de rey de la montaña y el del mejor joven. “Pero que nadie se confunda, no corre para acumular récords. La gente tiene una idea equivocada en ese aspecto. No es el nuevo Caníbal. Simplemente sale a ganar, pero no le gusta humillar. Es bastante generoso”, describe Elgezabal sobre un muchacho barnizado por la madurez. “Pogacar ha evolucionado. Es más maduro. Ha aprendido a pedir lo que quiere, a decir que no y a gestionar la presión. Eso sí, en lo fundamental no ha cambiado. No se le ha subido a la cabeza la espuma del champán del Tour”. En París, donde Van Aert venció el último esprint para desesperación de Cavendish, que seguirá empatado con Merkcx en el histórico de triunfos de etapas, Pogacar descorchó el segundo capítulo de su era. “No dudo ni por un instante que tenemos campeón del Tour para rato”, descubre Elgezabal, que lleva de la mano a DEIA por las tres semanas que elevaron a Pogacar otra vez al Olimpo.

El Tour de Francia con Pogacar portando el dorsal 1, honor que le correspondía tras la exaltación del Tour de 2020 en su estallido en La Planche des Belles Filles, despertó en Brest. En la Bretaña se acumuló el caos, la furia y el instinto de supervivencia. Sobresalieron las caídas. El esloveno extendió su imperio desde la primera etapa. “El día que ganó Alaphilippe, Pogacar ya estuvo muy metido en carrera, con los mejores. Era un aviso”, determina Elgezabal sobre la puesta en escena del esloveno, que salvó el pellejo en la histérica tercera jornada, en la que descabalgó Roglic. El mayor oponente de Pogacar, quién sabe si el único, quedó muy tocado. Se retiró días después. “Evidentemente Pogacar hubiera preferido competir contra Roglic, pero en realidad no se fija en los rivales porque corre contra sí mismo. Él compite contra sus límites, contra su cuerpo. El techo en el Tour lo pone él”, analiza el masajista del bicampeón de la Grande Boucle.

Pogacar destapó al campeón en la crono del quinto día. Arrasó. “Fue un puñetazo de autoridad sobre la mesa. Quería el Tour”, recuerda el masajista vizcaino. Pogacar era el líder in pectore de la carrera francesa, aunque la prenda la lucía Van der Poel. La contrarreloj, donde demostró su autoridad, acentuó su ascendente sobre sus rivales. Con Roglic deshilachado, la preponderancia de Pogacar era aún mayor. La exhibición que completó en los Alpes, con su estampida salvaje desde el col de la Romme hasta Le Grand-Bornand, ensalzaron al esloveno. Se vistió de amarillo. Su look hasta París.

“Fue el gran momento de Pogacar en el Tour. Aunque sabes que es capaz de hacer algo así, siempre te sorprende. En la Vuelta que fue tercero hizo algo similar en la etapa con final en la plataforma de Gredos. Él es muy ambicioso, le gusta correr al ataque, no solo por él, sino también por el público y la televisión. Así entiende el ciclismo. Es su forma de competir, de hacer la carrera”. Con ese despegue al infinito y más allá, el esloveno destruyó cualquier oposición tras una cabalgada de 32 kilómetros que conectó con los campeones de antaño, tipos desmedidos como Merckx, Hinault o Coppi. “A él no le gusta esperar. Si está bien tira para delante” , desliza Elgezabal sobre Pogacar, que en el octavo día de competición tenía a su rivales perdidos en la niebla del tiempo.

Su hiperbólica actuación agitó la sospechas sobre su rendimiento. El ciclismo siempre responde igual ante la aparición de los fenómenos. “Pogacar ha estado pasando dos controles antidopaje todos los días y, a veces, tres. Él sabe cuáles son las reglas y no le molesta que le hagan controles. Sabe cómo funciona esto”, analiza Elgezabal, que sostiene que el esloveno “es un crack, un talento. Tiene una capacidad de recuperación alucinante. No le afecta tanto la fatiga como a otros. Durante el Tour, cada día estaba mejor. Su musculatura no se resiente como la de los demás y esa es la clave”.

A las dudas sobre su rendimiento fisiológico se ha sumado las sospechas de la trampa mecánica para tratar de comprender la supremacía del esloveno. “No creo que sea posible que haya dopaje mecánico. Todas las bicis que usa en carrera y las que están en el Tour, las revisan los comisarios de la UCI. Algunos días las desmontan del todo. La bici de Pogacar la precintan al final de etapa y la revisan”, enumera el masajista de Gatika, que considera que esas acusaciones sin pruebas responden a “maniobras de desestabilización”.

A partir de esa estelar actuación, con el petate repleto de ventaja, Pogacar dedicó el resto del Tour a gestionar la ventaja sin ningún agobio. Solo el pasaje del Ventoux, cuando Vingegaard le agrietó en el tramo final de la subida, que después el esloveno restañó, generaron algo de inquietud. “Si hubiese tenido que apretar más, lo hubiese hecho. Creo que le afectó un poco el tema de la presión que conllevar ser líder y el calor. Pero supo manejar la situación. Le faltó algo de experiencia en ese momento concreto, pero nada más”, afirma Elgezabal. Salvado el cortocircuito del Ventoux, el paso por los Pirineos certificó la supremacía de Pogacar, que perseguía, obsesivo, una foto: vencer una etapa vestido de amarillo. Deseaba ese souvenir de campeón.

Lo logró en el col de Portet, donde agitó su maillot en la cumbre. “Era algo que quería a nivel personal. Ya había ganado etapas, pero nunca vestido de amarillo”, matiza Elgezabal. El esloveno repitió pose en Luz Ardiden, de nuevo victorioso en el duelo con Vingegaard y Carapaz. “Quiso ganar por el equipo, que ha trabajado mucho por él. Era una victoria para homenajear a sus compañeros. No somos un equipo para arrasar. Hemos hecho la carrera que nos interesaba, todos unidos, y él quería responder al esfuerzo de los compañeros con una victoria. No iba con la idea de ganar el maillot de la montaña”. Plegados los Pirineos con dos etapas más para la vitrina del campeón, la crono final del Tour fue un simple trámite en su camino hacia la consagración del rey Pogacar