La tele no puede vivir sin personajes histriónicos. Lo demostraron una vez más en Todo va bien (Cuatro), ese programa algo gamberro que le hacía falta a la cadena triste para competir con las cadenas graciosas. El invitado protagonista: el Pequeño Nicolás, aquel tipo del que hace poco se decía que quien no se había fotografiado con él es que no era nadie en el PP. El martes le hicieron una cuenta de Twitter que no mencionaré para no contribuir a este despropósito y porque sí lo hizo mi amigo Jorge Andueza, un periodista joven que sigue de cerca estos nuevos medios; fue viendo cómo, en cuestión de minutos, los seguidores de la cuenta de Nicolás crecían y crecían. Diferentes pantallazos demostraban que aquello era ya imparable. Ayer andaba ya por los 50.000 seguidores y subiendo. Esta tendencia a vincular el éxito con el número de seguidores, es arma de doble filo. Un seguidor que lo es simplemente como una gracia es algo diferente a un admirador o alguien que valora al que sigue. Los periodistas lo sabemos porque convivimos a diario con la valoración. Hay temas que atraen más que otros. Historias y personajes que interesan más que otras. Detrás de cada renglón puede estar el mismo autor pero eso no indica que despierte la misma curiosidad. Los seguidores de las nuevas redes sociales son como el ruido que hacen las botellas al descorcharlas. Burbujas que no dejan saber que lo importante es el vino.