- ¿Cómo se juzgaría el crimen de Samuel, el joven gallego que recibió una paliza mortal la semana pasada, en el caso de que fuera homófobo?
-Sería un asesinato agravado por razones de homofobia, el clásico ejemplo de lo que puede ser un delito de odio en esa materia. No solo matas a una persona sino que impactas en el colectivo con ese mensaje.
Otro caso concreto: el cartel electoral de Vox avalado por la justicia que carga contra los menores extranjeros no acompañados... ¿Qué opina?
-Es un caso frontera porque, por una parte, digamos que es ideológico en la medida que está protagonizado por una formación política. Pero por otra parte hay que tener muy en cuenta que la diana son minorías vulnerables. No es un caso claro para descartar como delito de odio porque el atacado es un colectivo vulnerable.
“No es un caso claro”, de modo que no hay certeza...
-Hay un problema de fondo que nos remonta al caso Ceret de Bélgica, sobre el cual se pronunció el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH). Varios partidos políticos repartieron pasquines en los que se invitaba a los inmigrantes a que se fueran. El Tribunal de Estrasburgo se dividió. La mitad dijo que si eres político tienes más responsabilidad, con lo cual tienes que ser más cauteloso al ejercer tu derecho a la libertad de expresión. Pero la otra parte defendía la visión contraria: dejar a los políticos que digan hasta barbaridades por la importancia de preservar la neutralidad en el espacio de debate. Habría que establecer un criterio sobre cuáles son los discursos verdaderamente tóxicos.
¿Cuáles son?
-Aquellos que suponen la antesala del acto violento, cuando hablas en un contexto determinado de tal manera que consigues que otras personas estén a punto de cometer un delito. El discurso nos puede inquietar, nos puede molestar e incluso puede ir en contra de los valores constitucionales. Pese a todo, el delito comienza cuando esas palabras crean las condiciones para que otros cometan delitos. Ahí es cuando se debe intervenir, sea terrorismo o no.
Vox a su vez ha cargado contra la revista ‘El Jueves’ porque “difunde odio contra millones de españoles a diario”.
-Eso es una barbaridad, y por eso digo que es tan importante el contexto. No es lo mismo una revista satírica, unas viñetas, que un mitin o un discurso en directo frente a miles de personas al grito de vamos a por ellos. Me parece un ejercicio de demagogia pura y dura. En la democracia es muy importante el arte, la sátira. Los contextos artísticos deberían quedar blindados por la libertad de expresión...
Algo que no ocurrió, por ejemplo, con aquellos titiriteros que exhibieron una pancarta de “Gora Alka-ETA” en el Carnaval de Madrid.
-Fue un escándalo a nivel europeo. ¿Cómo puedes meter a titiriteros en la cárcel? Es una salvajada, no saber lo que es un discurso directo de un contexto artístico de promoción de distintos registros ideológicos. No estamos acostumbrados a vivir el disenso ideológico en un debate abierto. Somos demasiados latinos y tenemos una experiencia histórica demasiado autoritaria.
¿No se corre el riesgo, en este ambiente de crispación, de legislar sobre emociones?
-Evidentemente. La frontera penal es el delito de amenaza. Más allá de las amenazas concretas el derecho penal no tiene que entrar en delitos de expresión.
Casi la mitad de los 241 delitos de odio en Euskadi son ataques racistas. ¿Cómo describiría el mapa del racismo en Euskadi?
-Es bastante equilibrado respecto a nuestro entorno. Aproximadamente dos tercios de los delitos son raciales y un poco menos de un tercio se corresponde con la homofobia y transfobia. Son porcentajes que se corresponden con las que muestra el mapa europeo. El tema ideológico está bastante controlado en Euskadi y los operadores jurídicos y la policía están filtrando adecuadamente los incidentes. El problema, entiéndase entre comillas, está en España.
“Decir que la revista ‘El Jueves’ difunde odio contra millones de españoles es una barbaridad”