En marzo, mientras la ciudadanía se quedaba en casa para aplanar la curva de la covid-19, otra pandemia crecía exponencialmente transmitida por sus teléfonos: los bulos. Meses después del confinamiento, un estudio explora las cadenas de texto, vídeos y audios que prometieron salvarnos del coronavirus con remedios tan simples como un plátano.
El estudio, que acaba de ser aceptado para su publicación en la revista Gaceta Sanitaria, ha sido llevado a cabo por grupo de investigación sobre la percepción social de la ciencia ScienceFlows, de la Universitat de València. En él han colaborado Maldita Ciencia, Salud Sin Bulos, la Asociación para proteger al enfermo de Terapias Pseudocientíficas y la Agencia SINC.
El proyecto recogió 2353 mensajes gracias a la colaboración ciudadana recibidos por WhatsApp entre el 18 de marzo y el 18 de abril de 2020. A partir de ellos se identificaron y validaron 584 bulos distintos, de los que se seleccionaron 126 relacionados con la prevención o la cura de la covid-19.
La catedrática de Periodismo en la Universidad de Valencia y coautora principal del estudio, Carolina Moreno, explica a SINC que este tipo de bulos son “perfectos” y “hechos con mucha intención” desde el punto de vista comunicativo. La circulación rápida está garantizada porque apelan a la autoridad médica y recomiendan remedios caseros al alcance de todos.
Moreno dice que una de las conclusiones del estudio es que “un bulo no lo es por lo que trata, sino por el lenguaje que usa, por cómo vende el mensaje”. En este sentido, los mensajes que defienden el consumo de sustancias como la miel y fármacos por entonces todavía en estudio, como las cloroquinas y los corticoides, no son bulos per se.
El problema, según la investigadora, llega cuando los mensajes se aderezan con afirmaciones como que “las farmacéuticas lo ocultan” o “los médicos lo saben pero no hay [hidroxicloroquina] para todos”. Por eso Moreno incide: “Lo importante es cómo se costruye el discurso, no la sustancia”.
Desde gárgaras con agua hasta sustancias tóxicas
Además de clasificar las recomendaciones según el origen de la sustancia (natural, como el jengibre; artificial, como el paracetamol; o no aplicable, como sonreír), el estudio también analizó el formato del mensaje y las variables de su emisor.
Así, la mayor parte de mensajes fueron cadenas de texto (39 %) y vídeos (30 %). Con respecto al sexo del emisor, el 45,2 % de los protagonistas fueron hombres frente a un 13, 5 % de mujeres, aunque el 41,3 % no fue identificable.
Más del 62 % de los mensajes analizados apelaban a algún tipo de autoridad al presentarse como provenientes de personal médico (36,5 %), políticos y autoridades sanitarias (12,7 %) y científicos (9,5 %), entre otros.
“Al apelar a la emoción y utilizar el criterio de autoridad médica, haces una especie de marketing”, comenta Moreno, por eso “el porcentaje de personas que se autodefinen como personal sanitario [en los mensajes] es muy alto”.
El estudio no entra a valorar la veracidad del currículo anunciado, pero la investigadora aclara que tampoco importa. “[Lo importante] es cómo puede ser interpretado ese principio de autoridad por la persona que recibe el mensaje, y quienes hacen los bulos saben que usarlo funciona para que sea viral”.
Moreno destaca que muchos mensajes no eran fríos e impersonales, sino que apelaban directamente al receptor. “Utilizaban expresiones como ‘no sé qué pensaréis’ para establecer una relación”, añade. En su opinión, esto fue otro factor clave para el éxito de las cadenas.
“Si bebes mucha agua y haces gárgaras con agua tibia y sal o vinagre, eliminas el coronavirus”. “El plátano cura la covid-19”. Son algunos ejemplos de lo que Montero llama “soluciones caseras y rudimentarias”. Consumir ajo y ponerse un secador de pelo en la nariz (no al mismo tiempo) completan la lista de falsos remedios contra el coronavirus.
Para Moreno lo más peligroso de estas soluciones caseras, a primera vista inocuas, es la percepción que generan. “Me da miedo que la gente tenga una falsa sensación de seguridad y se sienta protegida o retrase la visita al médico”, afirma.
No todos los bulos eran invitaciones inocentes al consumo de lácteos y paseos por la playa. La lista también incluye recomendaciones más peligrosas, desde el uso de antibióticos contra un virus hasta el clorito de sodio (MMS), una sustancia muy tóxica comparable a la lejía.
¿Hacia la segunda ola de bulos?
Moreno conecta el estudio con el concepto de “infodemiología”, acuñado por Gunther Eysenbach en 2002. Según este principio, “los bulos se diseminan igual que una epidemia”.
La investigadora considera su trabajo una “cata” que sirve como primera aproximación al problema al identificar algunos de los bulos que circularon durante uno de los meses de la pandemia.
“Sería interesante ver si los bulos coinciden con picos epidémicos, en qué momento se disparan los contagios y aparecen más [informaciones falsas]”. Para ello, asegura, haría falta más financiación y un equipo multidisciplinar y amplio que incluyera análisis de big data.
Aun así, espera que este tipo de estudios ayuden a que médicos y epidemiólogos sean más conscientes de que puede haber gente con actitudes peligrosas por falta de acción. “Si te dicen que tomes limón o miel no te va a pasar nada, pero pierdes tiempo”.
España se dirige hacia un invierno incierto. ¿Qué hacer para evitar una segunda oleada de bulos? Moreno admite la complejidad del problema: “No lo sé. Hay que hacer mucho en muchas direcciones y ámbitos, pero no sé qué”. Aun así, asegura que los proyectos de cambios sociales y de mentalidad “no se hacen en una generación”.
“Es difícil que se frenen los bulos”, admite. “Sí creo que hay mucha información por parte de las instituciones, pero que no está bien canalizada”. Moreno considera que, aunque se podría comunicar mejor, “todo el problema parte de una base que no tiene que ver con la comunicación actual, sino con la cultura general de la sociedad, que forma parte del sistema educativo”.
“La comunicación buena ayuda, pero es un proceso con una base en el sistema educativo de sociedades con una cultura científica más prominente y dispuesta al diálogo”. El invierno está lleno de incertidumbres, pero reenviar bulos por WhatsApp no ayudará a disiparlas.