vitoria

EL cambio del reloj es una muestra de la llegada de la primavera o del otoño más importante casi que el salto oficial de estación. Esta vez tocará adelantar esta próxima madrugada las manecillas: cuando sean las dos habrá que colocarlas en las tres. Esto obedece fundamentalmente a la necesidad de ahorrar energía. Las estimaciones del Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (IDEA) indican que el potencial de ahorro en iluminación en el Estado puede llegar a representar un 5% del consumo eléctrico en iluminación. De los 300 millones de ahorro, 90 millones corresponderían al potencial de los hogares, lo que supone un ahorro de 6 euros por hogar; mientras que los otros 210 millones de euros restantes se relacionan con el sector servicios y la industria.

Para alcanzar este potencial de ahorro, Industria advierte de que se deberá llevar a cabo un comportamiento responsable en el hogar a la hora de prescindir de la iluminación artificial cuando no es necesaria, así como la utilización de tecnologías de ahorro en iluminación por aprovechamiento de la luz natural en las tiendas y en industrias. Dichos beneficios están avalados por un estudio encargado por la Comisión Europea, presentado al Parlamento de Estrasburgo en 1999. Este informe concluye que es igualmente ventajoso para sectores como el transporte, las comunicaciones, la seguridad vial, las condiciones de trabajo y los modos de vida, la salud, el turismo o el ocio.

El apagón del planeta De hecho, hoy mismo, a las 20.30 horas, todas las personas que quieran contribuir a luchar por la conservación del planeta pueden llevar a cabo un gesto sencillo, pero de gran trascendencia: apagar las luces durante una hora. Es lo que se conoce como La hora del Planeta, una iniciativa a nivel mundial para luchar contra el cambio climático y para concienciar a la población sobre la necesidad de promover un consumo sostenible y respetuoso con el medio ambiente. Una iniciativa promovida por WWF (World Wildlife Fund), una de las mayores organizaciones independientes dedicadas a la conservación de la naturaleza.

Este proceder del cambio de hora comenzó a generalizarse, aunque de manera desigual, a partir de 1974, cuando se produjo la primera crisis del petróleo y algunos países decidieron adelantar sus relojes para poder aprovechar mejor la luz del sol y consumir así menos electricidad en iluminación. Se aplica como directiva desde 1981 y ha sido renovada sucesivamente cada cuatro años. Desde la aprobación de la novena directiva por el Parlamento Europeo y Consejo de la Unión en enero de 2001, este cambio se aplica con carácter indefinido. No todos los países lo ponen en práctica. La Unión Europea lo hace, Estados Unidos y Canadá también, así como muchos países de Latinoamérica. Pero naciones cercanas al Ecuador no tienen esta costumbre, entre otras cosas porque las estaciones influyen poco en los horarios del amanecer y el anochecer. Rusia se ha plantado. Desde el próximo otoño no volverá a modificar la hora y suprimirá el horario de invierno.

Los efectos del cambio al horario de verano en las personas, aunque leves, tienen su reflejo en la salud. Las consecuencias son transitorias en la población sana y el organismo solo necesitará tres o cuatro días para acoplarse. Ahora bien, algunas estadísticas indican un discreto aumento de la accidentalidad los días posteriores a un cambio de horario y es a partir de los 50 años de edad cuando quizá cuesta un poco más adaptarse. Asimismo, en la población infantil se manifiesta una mayor irritabilidad y en algunas ocasiones alteraciones en su alimentación, principalmente en los lactantes, destacan los estudios realizados sobre este asunto.