Trabajar de sol a sol para poder subsistir del campo suponía vivir en la era del sudor y de la supervivencia. La época en la que los hombres segaban con guadaña no es tan lejana ni se remonta a la era medieval, sino a poco más que cincuenta años. Por aquel entonces los pueblos estaban poblados y todos en la casa arrimaban el hombro. Las mujeres se retorcían sus brazos en el río para extraer la última gota de agua antes de tender la ropa al sol. Los bueyes araban la tierra y no era raro ver a los niños tirar de ellos. Los perros no eran de compañía: ejercían de pastores de día y de guardianes de noche.

Tras la llegada de los potentes tractores y las cosechadoras, el cereal acaba en el remolque en una tarde, por lo que hoces, rastrillos y demás útiles de labranza han quedado relegados a museos como el de Etnografía de Pipaón. Un pueblo alavés que ayer hizo del pasado presente en la XIV Jornadas de Etnografía Viva. "El objetivo es hacer una demostración de cómo se vivía a primeros del siglo XX para que la gente lo conozca y también para homenajear a la gente mayor por su esfuerzo. Sus hijos son los que cogen ahora las riendas al frente de estos puestos", explica Marisol Bedia, presidenta de la asociación cultural Usatxi, organizadora del evento.

Prueba de la expectación que generan las sesiones de trilla de antaño eran las decenas de vecinos de Pipaón y visitantes que se congregaron en una de las eras de la aldea cerca del mediodía. Pese a que los tres segadores de Pipaón no lo tenían nada fácil tras el agua caída la noche anterior, demostraron con creces cómo con tres aperos diferentes la mies se orienta para que quede en fila y luego así poder recogerla. Mientras que uno lo hacía con una guadaña con rastrillo, los otros dos empleaban una hoz, aunque con diferencias: la hoja acerada de una tenía dientes y la otra, la gallega, no. Sin embargo, para empuñar la hoz se llevaba la zoqueta en la mano izquierda para evitar que en el segado por gavillero se produjeran los temidos cortes.

vareo de lana y colada

La dura vuelta al hogar

La vuelta a casa también era dura en una época en la que los electrodomésticos eran un lujo para unos pocos. Reminiscencia de ello es la calle Río Colada y donde ayer un grupo de mujeres de esta aldea se apilaba en el lavadero para limpiar sus ropas en el lavadero. "Esto se ha vivido aquí porque en este pueblo se hacía jabón natural y carbón vegetal que salía del monte para llevarlo a La Rioja", recuerda Felisa Sáenz, de 93 años, quien regentó una tienda en la que se vendía desde el pan artesanal a alpargatas que elaboraba a mano su marido. Su vecina, Margarita Baroja, al oír eso evoca los tiempos en los que también les tocaba trillar. "Así era la vida montañesa, en la que se salía adelante de sus recursos y gracias a ello aprovechamos mejor los adelantos. Ahora vivís aburridos", comenta Margarita, residente en Pipaón, desde su bautizo hasta sus bodas de oro, como le gusta decir.

En la plaza de Guaqui, en el puesto de amasado del pan Pilar Roa, su hija, Nuria Fernández, y la tía de esta última, María Ángeles, descansaban después de hacer diez hogazas tapadas en su reposo antes de meterlas en el horno. Diez kilos de harina en total empleados para tal faena. "El trigo se llevaba a los molinos de Villaverde y Bernedo, donde se hacía la harina. Normalmente, se usaba agua caliente y levadura. Luego, se daba forma al pan en el rodillo", relata Pilar. A continuación, se dejaba reposar unos veinte minutos antes de introducir el pan en el horno. "Hasta hace dos años estaba mi madre al frente de este puesto durante esta celebración", agrega esta mujer nacida en Pipaón pero residente en Vitoria.

Unas calles más abajo, una mujer con falda larga propia de una ropa pasada se afanaba en varear la lana para mullir el colchón. Por primer año en esta celebración, el vitoriano Iñaki Elorriaga, con su tambor, y el aguraindarra Kepa Pinedo, con su gaita o dulzaina, entonaban las primeras notas de El herrero. Al instante, el grupo de danzas Usatxi, ataviados con su traje blanco y falda roja, empezaron a chocar sus palos de madera al ritmo de la música.

La plaza de esta localidad alavesa servía de escenario para los diversos puestos expositores de productos de la huerta, como los calabacines de la zona, la degustación de productos elaborados, como el de morcillas o chorizos. Pero también para ver cómo Jesús Apiñániz daba vueltas con un cucharón de madera gigante a una de las cazuelas de un metro de ancho. "Estamos haciendo caldereta, una carne de pasto con patatas, pimiento y vino blanco para la comida popular. A las 15.00 horas cogen un vale de 10 euros que incluye además de la carne, postre, café y copa", explica este vecino de la aldea que lleva cuatro años al frente de estos fogones, que sólo esta edición emplearon 45 kilos de carne y otros 50 de patata.

Las delicias de los niños las hacían tanto los dos ponis negros que desfilaban por la aldea, como un burro que arrastraba un carro de este mismo material con hierba. Aunque este último era de madera.