Los jentiles son los gigantes míticos de la tradición vasca por excelencia. Si bien no son los únicos seres de tamaño descomunal, si son los más representativos. Genios salvajes que habitan en las montañas sin relacionarse con los humanos más allá de lo necesario ya que, cuando lo hacen, salen ciertamente mal parados. 

Representan el paganismo que se enfrenta constantemente con el cristianismo o, dicho de otra forma, las creencias antiguas con las nuevas, incluso el bien con el mal.

Como vemos, tienen una relación muy fuerte con la religión católica, tal y como podemos descubrir con una leyenda que tiene como protagonista al dolmen de Jentillarri. En un rincón de la sierra de Aralar, se levanta este precioso monumento, al que se puede acceder por varios puntos. El que hoy proponemos tal vez sea uno de los más desconocidos, pero también de los más hermosos. 

Comenzaremos en el área de recreo de Olako Saroi, también llamada Olariagako Saroi u Olakosai, donde encontramos aparcamiento. Nos encaminamos por una pista de cemento que gana altura rápidamente tras cruzar un paso canadiense y que nos lleva al comienzo de la calzada de los Jentiles, justo donde termina pista, junto a una borda. Nada más internarnos en este ancestral camino, topamos con las grandes losas que, a decir de las leyendas, colocaron los jentiles arrancándolas de las laderas de las montañas. Y es que toda esta zona nos susurra ancestrales historias de estos gigantes, cuentan que habitaban en lo alto de Auza Gaztelu, montaña conocida como “Jentillen Sukaldea”, o “Cocina de los Jentiles”, que guarda restos de una torre medieval que vigilaba el paso de la calzada. Sorprende el tamaño de algunas losas; incluso en algunas, observamos las marcas de los carros de los númenes al transitar por la calzada. Caminamos, ganando altura sabiamente, por esta antiquísima ruta de transhumancia que luego utilizaron soldados, mercaderes, peregrinos, o bandoleros. Desde aquí llegará al Santuario de San Miguel in Excelsis, valle de Ata, Madoz, y hasta la cuenca de Iruñea. 

Alcanzamos la majada, Urrustiarreko bordak, y seguimos ascendiendo hasta una marcada pendiente entre el bosque. En este punto la calzada desaparece, muy cerca de las chabolas de Arransoro, y accedemos hasta el marcado collado de Pikoeta. Enlazamos con una pista pastoril, que deja a la derecha la majada de Esnaurreta, y la vaguada de Ondarre, por donde retornaremos. Sin perder la pista, entramos en un pequeño hayedo, y al salir del mismo, encontramos el dolmen, junto al camino. 

El monumento, de galería, consta de 18 losas soportando la enorme piedra de la cubierta que fue recolocada, pues se hallaba desplazada. Fue excavado por Aranzadi, Barandiarán y Eguren, hallándose un gran número de restos, como huesos humanos o industria lítica entre otros. 

El nacimiento de Kixmi

Pero, además de estos tesoros arqueológicos, encierra, una de las leyendas más conocidas de nuestra mitología, que recogió José Miguel de Barandiaran:

“Hallándose un grupo de jentiles en el collado de Argaintxabaleta, situado en la sierra de Aralar, observaron que una extraña nube luminosa se aproximaba por oriente. Asustados, acudieron al más anciano de los suyos para consultarle sobre el extraño fenómeno. El anciano jentil estaba ciego, y pidió a los suyos que le levantaran los parpados con una palanca de hierro, cosa que hicieron. Al ver la nube, el jentil exclamó: 

–Ha nacido Kixmi, ha llegado el fin de nuestra raza. 

Kixmi haría referencia a Cristo, es decir a la llegada de la religión cristiana. Acto seguido pidió que lo arrojaran por un precipicio. Los jentiles cumplieron el deseo del anciano se ocultaron en el interior del dolmen de Jentillarri, ubicado en el collado de Arraztaran, en Aralar. Todos menos uno, que bajó al pueblo a dar la noticia de lo sucedido: era Olentzero”.

Nos habla de la llegada del cristianismo a estas tierras y de su triunfo sobre el paganismo, ya que un jentil, Olentzero, renuncia a sus creencias y se suma a la nueva religión anunciando la llegada de Cristo. El auténtico origen del carbonero, lo encontramos en un tronco ritual que se prendía en el solsticio de invierno, la Navidad, llamado el Tronco de Navidad.

La pista de tierra continúa su camino, pero nosotros la abandonamos para seguir por una vaguada que sale a nuestra izquierda frente al dolmen y que nos llevará a la majada de Oidui por un sendero balizado. Aquí, junto con un refugio de montaña, aún se conservan chabolas con techumbre vegetal, arcaicos vestigios de la costumbre pastoril de no colocar tejas en sus cabañas comunales, pues eran símbolo de propiedad. Vemos también varios fresnos, plantados junto a las bordas, por ser un árbol protector para los vascos. Desde la majada tomamos rumbo, S., y ascendemos hasta un alto; a la derecha queda el bello menhir de Supitaitz, de 2,45 metros de longitud. Retornamos a la pista de tierra que se dirige hacia Intsusi, y giramos por ella a nuestra derecha en descenso para, en una pronunciada curva, abandonarla y sumergirnos en el vallecito de Ondarre, auténtico almacén prehistórico de la sierra, donde se han localizado cromlechs y una piedra neanderthal datada en 45.000 años de antigüedad.

Cruzamos el vallecito y, enfilando nuestros pasos hacia la pista que hemos seguido en dirección a Jentillarri, giramos a la izquierda para volver al collado de Pikoeta y retornar al punto de partida por la calzada de los jentiles.

FICHA PRÁCTICA


ACCESO: Olako Saroi se alcanza por una pista asfaltada desde la localidad gipuzkoana de Zaldibia. Una carretera alcanza el pueblo desde Ordizia; en la rotonda de acceso, seguimos en dirección Larraitz, y tomamos el siguiente cruce a la derecha, siguiendo las señales de Arkaka. Continuamos unos metros y tomamos el primer desvío a la izquierda, que en ascenso llega al área de recreo.

DISTANCIA: 15 kilómetros

DESNIVEL: 424 metros

DIFICULTAD: Media. Ruta larga