- Cree que un hilo conductor en la historia de los Borbones ha sido no prestar atención al panorama político “para saber por dónde vienen los vientos y dónde no hay que volver a incurrir”. Recuerda que “muchas de las cosas que se están vinculando al rey Juan Carlos están relacionadas con la crisis económica en España”. Un momento “especialmente delicado y sensible para toda la ciudadanía en cualquier asunto de corrupción o corruptelas a cualquier nivel”.
¿Hasta qué punto el pasado ha dejado impronta en una familia que se asienta sobre las bases de una continuidad histórica?
-Es una familia que siente como suyos cada antecesor. Felipe VI hoy día intenta vincularse con Carlos III precisamente porque es el gran ejemplo que tiene la familia, el emblema. Desde Carlos III todos los reyes de la dinastía han tenido reinados más o menos turbulentos y la gran mayoría de ellos han tenido que exiliarse o vivir en algún momento de su vida en el exilio o han abdicado. Ellos conocen muy bien los referentes de su familia, y también los negativos. Isabel II, que probablemente es donde puedas trazar un paralelismo más directo con Juan Carlos en cuanto a los escándalos, ha sido durante muchos años un personaje negativo dentro de la familia, al que no parecerse, sobre todo a lo mejor por la condición de mujer. Sorprende que con esa historia familiar Juan Carlos I se adentrase por una espiral como la que está asomando.
-El problema de la monarquía es el propio sistema, por los mecanismos y reglas básicas que tiene, saca las debilidades de los seres humanos.
¿A qué reglas se refiere?
-Algunas muy mezquinas, sobre todo vistas en el siglo XXI, el hecho de que tengas que suceder a tu padre alimenta conspiraciones contra tu propio padre. El proceso de sucesión es muy duro, es muy difícil encontrar en la historia de la monarquía, de la española o de cualquier otra, casos de sucesiones limpias, donde el hijo no ha intentado acelerar la sucesión. Yo considero que en el caso de Juan Carlos, a pesar de haber intentado en su vida, seguir las reglas para no llevar al traste su dinastía, la carne es débil. Creo que en el fondo es el propio sistema el que fomenta que el ser humano reviente, porque exige mucho.
El riesgo de instalarse en una burbuja…
-Por eso, el caso del rey Juan Carlos es muy llamativo por el hecho de que no haya sido capaz de aprender la lección más sencilla para no terminar con su imagen por los suelos. Tiene el precedente de Alfonso XIII, un rey que vive en una burbuja desde que nace hasta que se muere, donde no se entera de los problemas de los españoles, de la obligación que tiene de cambio la monarquía, y vive en su propio mundo con sus propias preocupaciones. Es muy llamativo que Juan Carlos no tenga una noción básica de dónde puede tropezar un rey, que es precisamente donde ha tropezado él. Todo el mundo conoce las pinturas pícaras contra Isabel II, primero se ataca la vida privada como una cosa anecdótica, y luego acaba convirtiéndose en una cuestión de Estado, que es el caso de Juan Carlos clarísimamente.
¿Augura una posibilidad de retorno de Juan Carlos?
-No deja de ser un mecanismo que ha utilizado la monarquía. Una de sus ventajas es que como cada reinado es empezar de cero, te puedes permitir alejar al rey anterior. Esto es algo que se hizo con Isabel II, y también con su madre, María Cristina, que había sido regente del reino, a la que también se le alejó del país, para evitar que se la vincule con su hija. En el siglo XIX les funcionó perfectamente, la gente se centró en el siguiente reinado. Estos dos casos nos enseñan que una vez que pasó la tormenta las dos regresaron al país tranquilamente de una forma un poco más discreta por la puerta de atrás, y no tuvieron problemas. La opinión pública ya se había centrado en el siguiente reinado.