Ya sabíamos que Mariano Rajoy no es la alegría de la huerta ni se caracteriza por lo espléndido de sus regalos, pero incluso para el personaje de sobra contrastado, su comportamiento como candidato en permanente minoría resulta especialmente cicatero. El programa del festejo de su investidura se ha ido desgranando sin sorpresas y ahora toca velar votos hasta mañana, cuando el líder del PP será ratificado como presidente del Gobierno en circunstancias por todos conocidas.
Quizá por falta de costumbre de gobernar en minoría, Rajoy no parece haberle cogido aún la medida a eso de hacer amigos. Tiene un pedir que parece un dar. Se sacó de la chistera una ofrenda de paz en forma de apaciguamiento de la rebelión del sector educativo -que es como decir la rebelión de todos los padres y madres que tienen hijos menores de 18 años, y son un puñado-. Pero incluso en eso, como le recordó Aitor Esteban, hay un puntito de trile: la ausencia de efectos académicos de las reválidas hasta alcanzar un pacto de Estado en la materia, que ayer ofrecía el candidato Rajoy, es la propia letra de la ley. Media legislatura -hasta 2018- sin ese efecto académico recoge la propia Lomce, de modo que el presidente en funciones y en ciernes pone sobre la mesa poco aguinaldo para sacar una sonrisa en cualquiera medianamente enterado de lo que va la cosa. Y si a algo ha acostumbrado Rajoy a sus interlocutores es a tomarle por la literalidad de la palabra porque suele esconder en sus propios enunciados los límites a sus compromisos. En resumen: que no ha ofrecido nada porque lo único que le interesa ahora-su investidura- ya lo tiene asegurado.
Otro curioso fenómeno del debate ha sido el modo en que ha tenido que escuchar, y el libro de sesiones recoge que ha sido incapaz de contestar, el reproche de su incumplimiento del marco legal vigente. El presunto paladín de la legalidad, que el PP interpreta como baluarte contra las voluntades mayoritarias allí donde se demanda una modificación de la relación institucional y política, tuvo que encarar el reproche de vascos, catalanes y canarios de su incumplimiento de los respectivos convenios que establecen la relación de las instituciones del Estado con las de cada uno de esos territorios. A la denuncia de Esteban sobre los incumplimientos de inversiones y el congelado acuerdo de Cupo, además del reiterado bloqueo de las transferencias del Estatuto, se sumaron ayer las respectivas del catalán Francesc Homs y el canario Pedro Quevedo en el mismo sentido. Pero a Rajoy no se le movió un pelo porque no tiene prevista una interlocución con ellos para lograr mayorías. Por ahora le basta la parálisis del PSOE. Allá va otro Gobierno español sin proyecto territorial, atrincherado en el discurso de la legalidad que seguirá sin cumplir.