odríamos dividir en tres categorías los semáforos de Vitoria según su desempeño en un listado en el que nos encontraríamos los necesarios, los mal regulados y los que directamente son inútiles. El apartado de los primeros no requiere de mayores explicaciones, mientras que en la segunda categoría entran aquellos que no están temporalmente acompasados con los de su entorno cercano y obligan a parones y acelerones completamente innecesarios que son contrarios a la fluidez de la circulación y provocan mayores tasas de contaminación. Pero los verdaderamente insoportables son esa retahíla -que a mí se me hace interminable- de semáforos que no regulan por sí mismos absolutamente nada que no esté ya canalizado por las propias normas de circulación o por señales. ¿Qué regula un semáforo que está permanentemente en ámbar? ¿Y los que se programan por las noches en ese color de precaución, para qué sirven de día? ¿Qué pintan los que vienen con pulsador para los peatones antes de un paso de cebra? ¿De verdad se necesitan en las rotondas? No son pocos los municipios que han prescindido ya de gran parte de sus semáforos. Y no les va mal, por lo que se ve. Menos atascos, menos accidentes y más comodidad para viandantes y conductores. Más educación y menos semáforos.