la visita del relator de la ONU sobre extrema pobreza que le ha sacado las vergüenzas a España ha dejado perpleja a mucha gente que, sin poner en cuestión el desolador panorama que dibuja este hombre, se pregunta cómo no somos capaces de ver lo que tenemos delante de las narices. No lo somos porque vivimos en burbujas, porque esta sociedad ha logrado barrer debajo de la alfombra toda la porquería que dejó la recesión, y lo que hace una década eran dramas que abrían los informativos, hoy, por no ser situaciones nuevas, por ser menos en numero aunque no en gravedad, son invisibles a nuestros ojos. Da igual que falten dedos de varios pares de manos para contar la gente que hay tirada en las calles del centro de Gasteiz -o de cualquier otro sitio-, porque el paro baja del 10% y a nuestro alrededor ya no vivimos el temor y la incertidumbre que nos atenazaba no hace tanto tiempo. Las burbujas nos proporcionan una falsa sensación de seguridad; son asépticas y templadas, pero también opacas, y nos hurtan la visión y comprensión del mundo en el que vivimos, ese mundo que las nuevas tendencias políticas nos presentan como amenazador y terrorífico y que la gente, parapetada tras débiles paredes de agua y jabón, rechaza conocer de primera mano.