Con cara de cenutrio. No lo voy a negar. Así me quedé ayer cuando me vi involucrado involuntariamente en la vorágine turística que emerge en el centro de Gasteiz. Verán, caminaba yo absorto en mis pensamientos. Tal circunstancia, lo de pensar, me refiero, requiere de un esfuerzo hercúleo ya que mi sistema para hilar ideas con cierta consideración intelectual padece de todo tipo de disfunciones debido a la edad y al mal uso dispensado al sistema neuronal tras años de inconfesables rutinas. En fin, que en ésas pasaba yo por la plaza de la Virgen Blanca cuando un grupo de catalanes me asaltó. La primera sensación que me pasó por la cabeza me trasladó a un escenario mil veces televisado en los últimos tiempos por la pléyade de cadenas del panorama audiovisual español. Sin embargo, la ausencia de hogueras y de efectivos de la BRIMO de los Mossos d´Esquadra en la calle me tranquilizó. Mis interlocutores sólo querían mi colaboración para hacerles una fotografía grupal junto a lo que parece uno de los símbolos que mejor funcionan en la ciudad y que más se conocen en el exterior: el musgo con el nombre de Vitoria-Gasteiz. Tras el posado y mi cara de satisfacción al ver el tirón turístico que tiene la ciudad, uno de los visitantes espetó al resto: “Ahora sólo tenemos que encontrar el Guggenheim”.