a bolsa vuelve a caer. El -3,31% el Ibex, más cerca ya de perder los seis mil puntos que de recuperar los siete mil; un -3,79% Londres; Fráncfort, -2,10%; un -1,09% Milán y -3,32% París. Wall Street abrió en rojo tras cerrar el viernes con una caída del -4,5 %. Las plazas bursátiles han perdido ya mucho más que con la crisis causada por la caída de Lehman Brothers. Y las veinte compañías vascas que cotizan se han dejado este año el 19,7% de su valor (24.233 millones de euros). Es evidente que la crisis del coronavirus excede su ámbito prioritario, el de la salud pública, y anuncia una metamorfosis económica. Basta decir que la segunda potencia económica mundial, China, apunta a un año negativo por primera vez desde la muerte de Mao, en 1976. Y la superación de la pandemia en el país que dirige hoy Xi Jinping no parece remediarlo. Muy al contrario, la expansión del coronavirus por Europa y Estados Unidos seguirá mermando la economía china y, con ella, la economía mundial, a la que las agencias de calificación ya sitúan con caídas en torno al 2% o incluso superiores si EEUU debe paralizar su actividad. Ahora bien, asumido el problema, y conocido también que las mismas previsiones apuntan a un posible efecto rebote con crecimientos superiores al 3% para el ejercicio 2021, la cuestión se centra en la naturaleza de esa metamorfosis del modelo salido de Bretton Woods en 1944 que, tres cuartos de siglo después, parece haber llegado a sus límites. Porque si algo evidencian los efectos de la pandemia en la economía es que esta fortalece aún más a las grandes tecnológicas, que ya habían adquirido un poder inusitado en la última década y desde esa posición cuestionaban el modelo, en crisis ya antes de que esta explotara en 2008. Y, sin embargo, hacía tiempo que no se hacía tan evidente, al mismo tiempo, la necesidad que las sociedades avanzadas tienen de lo que se podría denominar economía tradicional: comercio, servicios, transporte... De cómo se encauce ese contraste y de la capacidad pública para delimitar dicho cauce dependerá el modelo resultante. Y pese a los efectos de la parálisis de actividad -a la que el Estado llega con un billón de euros de deuda, casi el 100% del PIB y 3,2 millones de parados- Euskadi no está sin embargo lejos de las regiones europeas mejor dotadas (tejido industrial, capacidad innovadora, PIB, fiscalidad propia...) para hacerlo.