l mundo de la publicidad me fascina. Cremas prometedoras sobre rostros suaves y tersos, coches conducidos por hombres guapísimos y seguros de sí mismos, mujeres atacadas que surfean entre sus preocupaciones por las reuniones de trabajo y la roña acumulada en el baño, bebés que duermen del tirón... De pequeña me encantaban los anuncios y es un encanto que perdura. Así que me siento con suficiente criterio como para opinar que, pese a unos toques de maquillaje progre, la publicidad ha cambiado poco. Uno de mis profes de Periodismo solía repetirnos que los anuncios no reflejan la sociedad en la que vivimos sino que recrean los deseos de quienes los ven y, sobre todo, machacan los estereotipos de mil maneras, a cada cual más sutil. En el último anuncio que me ha dejado ojiplática una mujer de mediana edad trabaja de madrugada en la cocina frente al ordenador. Imagen en blanco y negro. Ropa holgada, pelo recogido, está concentrada en su teclado. De pronto, aparta el brazo y vemos en su regazo a una bebé de meses enganchada a su teta. La mujer sigue como si nada, afanada en sus informes, sus cálculos, incluso toma apuntes en una libreta. La pequeña la mira como pensando "tranquila ama, ahora lo más importante es que te centres en ese informe del estado de cuentas de la empresa, ya tendrás tiempo de hacerme caso; a mis pocos días de vida, entiendo perfectamente que estés ocupada". Vemos a una mujer casi recién parida cuya vida no ha cambiado nada. Como si la bebé fuese un complemento, su yo anterior es el mismo que el de ahora. ¿Qué mejor manera de aprovechar las tomas nocturnas de su hija que adelantar curro? No sé qué me descoloca más: si constatar que la autoría de ese spot no tiene ni idea de la revolución a la que te expone la maternidad o su intención de reflejar la tremenda realidad de muchas maternidades... intentando que quede guay.