uelo recordar con una sonrisa una anécdota que relataba Pedro Morales Moya. Según parece, se convocó un concurso para elegir un eslogan de promoción de la ciudad allá por los sesenta. Ganó uno que hacía de la desdicha virtud; la plasmación pura de aquello de que al mal tiempo buena cara: Vitoria, la primavera en verano. Y es que aquí hemos sido siempre de ignorar a las estaciones que nos ignoran y definir nuestro clima anual como un ciclo eterno de nueve meses de invierno y tres de mal tiempo.

Metidos en pleno siglo XXI, parece que nos resistimos a abandonar este idiosincrático continuo estacional, y como el clima ya no parece un factor fiable nos hemos ido por los cerros de Badaia y, acudiendo a lo simbólico, nos estamos preparando para asumir que aquí el tiempo ni si crea ni se destruye, ni pasa ni se transforma, simplemente existe. Nuestro nuevo lema será: Vitoria, donde siempre es navidad (Gasteizen beti gabonetan, para que no se diga). Por eso nos pasamos el año montando belenes. Por eso las secciones de información local tienen noticias que parecen inocentadas sea el mes que sea. Por eso la vida es una ilusión permanente de que nos caiga el gordo y una realidad constante de no pillar ni la pedrea. Por eso a principios de febrero jubilamos a los reyes porque no saben euskera. A los más nos parece una inocentada, un belén innecesario y una pedrea de pedradas para unos hombres que en el oficio llevaban el beneficio del cariño. Vocación a la que acomodaban año tras año el ritmo de sus barbas ajenos al remojo que nunca pensaron necesitar. Pero visto lo visto, yo ya he puesto las mías a ello, que anda que, habiendo tanto rey a destronar, tanto que hacer y tanto tiempo por delante, ¿qué necesidad habrá de jubilaciones anticipadas a once meses vista para estos que además son tan parte de la ciudad como el propio Celedón?