En plena deriva veraniega y vacacional, las palabras mágicas con mayor presencia en toda conversación pasan por “la necesidad de desconectar”, lo que viene acompañado de viajes, hacer turismo (en lugares diferentes a tu residencia habitual), llenar aeropuertos, estaciones (autobuses o trenes), hoteles, restaurantes (por lo general distantes y no habituales) normalmente ocupando los espacios naturales de la población local. Eso sí, lamentando el exceso de turistas (los demás) que nos provocan cierto malestar o rechazo. A la vez, es un tiempo coincidente con todo tipo de reportajes, declaraciones públicas en torno a regular el turismo, diseñar impuestos, tasas o tarifas que penalicen al visitante o al “veraneante que invade nuestros pueblos”, buscando un efecto disuasorio ya que “no es el turismo de calidad y de alto nivel de gasto que deseamos” y vivimos la esquizofrenia de rechazar a los demás, mientras ultimamos nuestras propias “experiencias” que, sin duda alguna, aportarán enorme beneficio a las poblaciones que visitemos, a la prosperidad global y, por supuesto, a la cultura abierta y global que como ciudadanos del mundo, enriquecemos y habrán de enriquecernos (un poco al menos) también a nosotros.

Como parte de estas contradicciones, se añaden otras consideraciones: ¿Cómo y dónde desconecto del todo o persigo una especie de “Descanso Activo” que no me aísle del todo, me resulte productivo (al menos para mí) y minimice esa gran patología del síndrome y depresión post vacacional que se supone me esperará a mi regreso? (Resulta un tanto molesto escuchar la radio o las conversaciones de pasillo y ascensor en los que todo el mundo va contando “los días que le faltan para descansar”, las molestias que habrá de padecer y, por supuesto, el día del regreso previsto). Pero, en fin, asumimos nuestro propio anhelo veraniego y, a tenor de los tiempos, consultamos con nuestro asistente de inteligencia artificial y nos propone “un descanso activo en vacaciones: un equilibrio perfecto entre relax y cultura, combinando la tranquilidad con la exploración y el disfrute de experiencias enriquecedoras” de modo que logremos una auténtica renovación física y mental, una exploración cultural única y diferenciada (probando gastronomía local, sumergirnos en la cultura distante en el destino por descubrir) y, por supuesto, mejorar nuestro bienestar.

Si cambiamos de registro y nos preguntamos por el impacto del turismo en casa, nos veremos inmersos en todo tipo de cargas negativas alertando de la invasión e imperialismo cultural que destruye nuestra identidad, del peligro de “dinámicas narrativas del pasado que no saben interpretar la complejidad con recetas unilaterales al servicio de intereses particulares, financieros, económicos, que no escuchan la opinión local y no saben lo que los ciudadanos y herramientas sociales desean”.

Pues bien, hace unos días, al hilo de una serie de premios convocados en torno a “ciudades de mejores prácticas de las que aprender”, releía el libro de Charles Landry: The art of City making (El arte de la creación/diseño de las ciudades). Tuve la oportunidad de recibirle en Bilbao en 2.009, invitado como máxima autoridad mundial en el mundo de las ciudades y me dedicó su, entonces, último libro y tuvimos la oportunidad de comentar, en especial, sus capítulos y tratamiento de la “geografía de la miseria”, “la geografía de la desigualdad”, “la geografía de la prosperidad” y, sobre todo, “el renacimiento y brillo de las ciudades”, respondiendo a la complejidad, a la vez que al carácter “completo” de una ciudad-región, evitando “especializaciones parciales”, las más de las veces inconexas y el cuestionamiento de qué medidas eran “creativas” (como, por cierto, él lo creía, del Bilbao emergente). Esta “ruta” llevaría a la geografía del deseo.

En aquella riquísima y larga conversación, pusimos especial interés en el apartado de lo que él llamaba la “geografía de la miseria” como una de los tristes y retadores casos del declive, marginalidad, carencia de esperanza y oportunidades de un futuro mejor, que ahonda la desigualdad, conflictos y muerte de aquellas ciudades y regiones que escapan del futuro. En su intenso trabajo y larga experiencia, repasaba todos los componentes negativos que recibían en el “coste del cambio”, imprescindible para transitar hacia la prosperidad y, por supuesto, ya se analizaba el “turismo y su descontento” y la cantidad de componentes esenciales que harían del capital humano, del capital social, del capital institucional los motores esenciales de una reinvención o reconfiguración de las ciudades para un mundo mejor. Aportaba uno de sus temas preferidos: La Ciudad Creativa como vértice de innovación urbana.

Estas importantes consideraciones que para quienes hemos dedicado una parte importante de nuestra vida profesional a la estrategia de las ciudades y regiones a lo largo del mundo, su conversión en espacios de riqueza, competitividad, prosperidad y bienestar, cobran especial relevancia, cuando hoy debatimos en torno a tres elementos críticos que se convierten en las principales preocupaciones: desigualdad, combatir la pobreza y marginación y el rol de los liderazgos institucionales exigibles. Tres enormes y complejos problemas que no conocen de recetas mágicas y demandan un cuidado muy especial, día a día, en un largo y, posiblemente inacabable, recorrido.

¿A qué viene ocupar las vacaciones con estos tres temas que seguirán allí a nuestra vuelta del verano? ¿Favorecen un descanso (imprescindible) activo (recomendable)?

El urbanismo preexistente pretende nuevas soluciones que, de forma inevitable, se ve condicionado por todo tipo de barreras, empezando por sus propias narrativas, marcos reguladores y creciente cúmulo de “voces”, “demandas”, “restricciones” e “historia física” que lleva a marcos garantistas en plazos imposibles para soluciones deseables y apuestas transformadoras. “El nuevo pensamiento” (siempre la alternativa se acerca al concepto “nuevo”) promueve empezar por el propósito y la visión de futuro y, a partir de allí, transitar por todo aquello que, a priori, haría imposible o, al menos, difícil, el logro perseguible y deseable (la desafiante “geografía del deseo”): abuso de intereses sectoriales, falta de esfuerzo y alianzas innovadoras, reactivar o reconectar los activos ociosos o cuyo valor y contribución al entorno/sociedad han desaparecido, nuevos activos por generar (aún no realizados o no del todo definidos), superar (en positivo) la memoria colectiva, profundizar en la lógica de aquellas ideas presentes (muchas veces dominantes) claramente no creativas, la compleja demostración de la viabilidad de un futurible, la siempre presente burocracia procedimental, el cortoplacismo dominante y carencias colaborativas, los diferentes grados de motivación para avanzar hacia un futuro percibido como distante, y, por supuesto las dinámicas pasivas de quien se sabe no será protagonista ni de la toma de decisiones, ni de sus consecuencias, ni del disfrute individual de aquel futuro colectivo propuesto.

Con un panorama de partida, siempre presente, en mayor o menor grado, en toda estrategia (por definición siempre única, diferenciada, innovadora, transformadora, exigente, colaborativa-colectiva y largoplacista), resulta esencial un claro liderazgo institucional, un verdadero compromiso y riesgo democráticos, una apuesta clara y decidida por un futuro diferente.

Y, enmarcado en este desánimo, la invitación a colaborar en un trabajo en torno a la búsqueda de soluciones para una región deprimida y zonas marginales dominadas por una desigualdad galopante, coincidiendo con otras regiones ricas y prósperas, resuenan los ecos de la “infelicidad colectiva” más allá de la desigualdad y las “herramientas” para nuevas políticas y enfoques microeconómicos para combatir la pobreza (como destaca la nobel de economía, Esther Duflo, inspiradora de cambios de modelos, objetivos e indicadores).

Sin duda, vivimos un periodo pesimista y estamos necesitados de poner en valor las bondades, fortalezas y oportunidades que superan (aunque parezca mentira) las realidades y percepciones negativas y deprimentes que nos acompañan.

Necesitamos desconectar, sí. Necesitamos descansar y disfrutar de nuestro presente a la vez que empeñarnos en buscar la felicidad y prosperidad colectiva. Aprovechemos unas vacaciones en términos de “descanso activo”, tal como nos han recomendado, reponiendo energías, espíritu y voluntad para no dejarnos convencer por quienes creen que es cuestión de vender narrativas catastróficas y paralizantes, imposibilitando anhelar superar los verdaderos desafíos que tenemos.

Y, en aquellos lugares que visitemos, en los que disfrutemos de la innovación creativa y transformadora que nos haya atraído y motivado, pensemos en aquellos otros que padecen el pesimismo inmovilista, e imaginemos y soñemos en aquellas “ciudades y espacios creativos” que recomendaba Landry.