Uno de los recuerdos más fuertes que de mi infancia guardo es el de la llegada masiva de gentes de fuera, concretamente de un pueblo de Badajoz, en busca de trabajo y de oportunidades para salir de la lamentable situación en que debían encontrarse. De aquella llegada tengo el imborrable recuerdo de una noche que sonó el timbre de nuestro siempre abierto portal y, encontrarnos, al bajar con ama, un matrimonio joven y una criatura de pocos días en brazos. Acababan de llegar de Extremadura y, tras indagar en el pueblo, supieron que en nuestra casa se había tenido un hijo hacía unos meses –en esa casa siempre se había tenido un hijo hacía meses– preguntando si era posible que se les dejara el coche para el niño.
Por supuesto, ama les dio el cochecito al tiempo que les habilitó un espacio donde parecía que no había para que pudieran dormir aquella noche. Al día siguiente, todavía impresionado, vi salir de casa a aita con aquella familia. En la comida nos contó que en una semana el señor empezaría a trabajar en una tornillería y que les había conseguido un hueco en un caserío a cambio de un módico precio. Poco les volví a ver pero jamás se me olvidarán sus caras cuando abrí la puerta de casa, jamás.
Cuento todo esto solo porque llevo tiempo observando una emigración que acerca a Euskadi a gentes de otras partes del mundo, buscando, como aquellos extremeños, una oportunidad de vida razonable y digna que no les ofrecen en sus países, habiéndose provocado hace dos semanas un debate público sobre el asunto que, aún desapareciendo igual que surgió, me sigue pareciendo conveniente aprovechar tal controversia para sumergirse en la misma aunque su fondo sea cenagoso.
En aquellos tiempos, según venían y en tanto encontraban sustento, emergió la solidaridad de la gente receptora de aquella avalancha humana que lograba trabajo en corto plazo pues Euskadi estaba despegando y requería de mano de obra de la que no disponía. Hoy se necesita también mano de obra porque se genera trabajo y no se generan herederos, pero es mucha la gente que va llegando y eso puede ocasionar el problema de que en algún momento puede no haber empleos para todos. Y hoy, mientras alguien encuentra un trabajo, disponemos de un sistema organizado de ayudas para la acogida, con un único problema, ese sistema es finito.
Es decir, la llegada de gentes de fuera buscando vidas dignas debe ser visto por los que aquí vivimos como una necesidad propia y un compromiso solidario de ayudar para que encuentren un trabajo y un lugar donde vivir, como siempre lo hemos intentado hacer. Ahora bien, si la llegada no se ordena de alguna manera, si la llegada de todos los que no estén bien en su lugar no se gestiona, colapsaremos todos. Además, tenemos una capacidad de ayudar y de acoger, acompasemos la misma con la realidad de acogida para que, de ese modo, todos puedan desarrollarse en una sociedad mejor.
El actual momento exige una política concreta y decidida de inmigración. En lo que se refiere a su integración en el empleo no puede ser, por ejemplo, y lo digo como me lo ha contado un empresario, que una empresa capte 4 chavales inmigrantes, los forme hasta adiestrarlos para formar parte del equipo de la empresa, encontrándose con que no se les puede contratar por no llevar no sé cuánto tiempo en Euskadi. Y en lo que respecta a las ayudas públicas para la pervivencia y formación de quienes llegan hasta que logran un empleo, parece lógico y justo estructurar un modelo pautado para un sistema agotable.
Ante todo este debate, la delegada del gobierno español, apostando por pelechar en su partido y sin dar un palo al agua para diseñar una política de inmigración real y, por cierto, sin escuchar a su secretario general que habló de regresar a su origen a quienes llegaran irregularmente, llama carca y facha al PNV, cuando es la hora de planificar políticas.
Por su parte, el PP, permanente acusador a otros de nacionalismo excluyente, siendo ellos maestros en la materia, exige que se eche del País a quienes delincan, como si los infractores autóctonos fueran mejor gente, cuando es la hora de abandonar el desprecio de quien no es de aquí y la hora de tener visión humanista y de aprender a significar a la especie humana en su magnitud.
Por fin, está D. Otegi, devenido en escapista, que se escaquea de un debate perturbador porque entre los suyos hay una amalgama difícil de conjuntar, alegando con alegría y ligereza que no quiere entrar en debates electorales, cuando es la hora de avanzar sin posponer lo incómodo.
Cuando es hora de escuchar concreciones en materia de inmigración por difíciles que sean solo oigo insultos y escaqueos. Es la hora de ser valientes y confiar en que la ciudadanía sabrá distinguir lo razonable de lo populista.
Y lo digo pensando que la inmigración se debería abordar dejándoles el cochecito para el hijo y acompañándoles a buscar un trabajo. Con espíritu generoso de solidaridad por delante y acción realista para que el espíritu sobreviva.