Las últimas elecciones a la Asamblea Nacional en Francia han dado lugar a una situación inédita que no se había producido hasta ahora en las casi siete décadas de vida de la V República. El mapa político resultante de esta cita electoral, que nadie preveía cuando apenas han transcurrido dos años (de los cinco que dura la legislatura) desde las anteriores (junio 2022), además de los cambios en la correlación de fuerzas que todas las elecciones comportan aunque en esta ocasión han sido mas inesperados, plantean también una serie de cuestiones que impactan de lleno en los equilibrios institucionales de la V República francesa. Una muestra de ello son las dificultades habidas para gestionar los resultados electorales, que han obligado a demorar la designación del nuevo primer ministro durante más de dos meses desde la celebración de las elecciones, lo que no suele ser nada habitual en la vida institucional francesa.
Ya la propia convocatoria de las elecciones, a realizar en un mes tan poco habitual como el de julio no deja de llamar la atención; pero, sobre todo, la forma repentina en que se hizo la convocatoria electoral, cuando apenas había concluido el recuento de votos de las elecciones al Parlamento europeo (9 de junio), cuyos resultados no tienen incidencia en el sistema institucional francés. Ni el presidente de la República, ni el primer ministro (nombrado recientemente, además) y su gobierno, ni la Asamblea Nacional, se veían impedidas para seguir desarrollando su actividad como lo habían hecho a lo largo del bienio transcurrido de la legislatura. A pesar de ello, el presidente Macron decidió disolver la Asamblea Nacional y convocar unas elecciones innecesarias cuyos inesperados resultados han dado lugar a una situación que plantea una serie de problemas que no se habían dado hasta ahora.
El primero de ellos, y el que ofrece una solución mas problemática a la vista de la composición de la Asamblea Nacional tras las elecciones, el de hallar un primer ministro que, además de la confianza del presidente, tenga también la de la Asamblea Nacional recién elegida. En este sentido, la salida por la que ha optado el presidente Macron es muy dudoso que pueda ofrecer garantía de estabilidad institucional ya que, más allá de la composición del nuevo gobierno que siempre ha de ser tenida en cuenta, el problema principal que se plantea y que dista de estar resuelto es el de si se reúne la mayoría parlamentaria suficiente para poder llevar a cabo la acción de gobierno. Lo que constituye un factor determinante para garantizar no solo la continuidad del gobierno sino la estabilidad del sistema institucional en su conjunto.
Hay que tener presente que en el sistema político de la V República francesa, que no es encuadrable en el modelo parlamentario, el primer ministro no accede al cargo mediante la investidura parlamentaria sino que es designado por el presidente de la República. Si bien para poder desarrollar su acción de gobierno a lo largo de la legislatura necesita contar con el respaldo de la Asamblea Nacional; o, al menos, no ser objeto del rechazo de ésta que, en su caso, se formalizaría mediante una moción de censura. Ello condiciona el margen de actuación del presidente de la República a la hora de designar al primer ministro, como ha ocurrido en esta ocasión, en la que las dificultades para encontrar una persona que pudiera tener el respaldo parlamentario, o al menos no su rechazo, ha sido el principal problema a resolver por el presidente Macron tras las elecciones; y es muy dudoso que haya sido resuelto con la designación de Michel Barnier como primer ministro.
En este contexto político-institucional, es preciso hacer una referencia a una figura peculiar del sistema político francés, la cohabitación, en la que reside la clave para poder explicar la complicada situación generada por los imprevistos resultados de las recientes elecciones. Con ella se alude en el léxico político-constitucional francés, luego extendido a otros países, a la relación que se da entre el presidente de la República y el primer ministro cuando ambos pertenecen a formaciones políticas distintas pero se ven obligados a cohabitar compartiendo el ejercicio del poder ejecutivo en los términos que marca la Constitución. Es una situación que ya se ha dado en varias ocasiones: en 1986-88, Mitterrand-Chirac; en 1993-95 Mitterrand-Balladour;y en 1997-2002 Chirac-Jospin. En todas ellas, la cohabitación entre un presidente y un primer ministro de formaciones políticas rivales no impidió, a pesar de las fricciones inevitables, el desempeño de las funciones propias del presidente y del primer ministro.
En esta ocasión, sin embargo, la composición de la Asamblea Nacional resultante de las elecciones hace muy problemática la cohabitación ya que el primer ministro –M. Barnier en este caso, pero también cualquiera otro/a- no va a tener el respaldo parlamentario suficiente para poder desarrollar su acción de gobierno–. El problema no es tanto, como ocurría en anteriores experiencias cohabitadoras, la superación de las fricciones entre los dos actores de la cohabitación –el presidente respaldado por el voto de las elecciones presidenciales y el primer ministro respaldado por la mayoría parlamentaria resultante de las elecciones legislativas– como que este último carece de respaldo parlamentario; lo que da lugar a una situación inédita, caracterizada por un impasse institucional cuyas salidas no dejan de ser bastante problemáticas.
El principal problema que plantea esta particular cohabitación es que el presidente tiene que cohabitar más que con el primer ministro, como prevé la Constitución, con una Asamblea Nacional en la que no es posible decantar mayoría parlamentaria alguna que garantice el respaldo al primer ministro y su gobierno. En este escenario parlamentario, surgido de las recientes elecciones, pretender forzar la formación de un gobierno sin mayoría parlamentaria, como se ha hecho con la designación de M. Barnier como primer ministro, resulta cuando menos problemático. Tampoco ninguna de las otras propuestas que se han barajado estos días, incluida la de la candidata Lucie Castets, propuesta por la lista electoral –Nuevo Frente Popular, NFP– que mas escaños obtuvo en las elecciones, aunque es preciso tener presente que no llegan ni a un tercio de la Asamblea Nacional, lo que resulta manifiestamente insuficiente para garantizar la continuidad del gobierno. Tan solo la conformación de una mayoría parlamentaria suficiente, que por el momento no se atisba, podría apuntalar una legislatura cuya continuidad no deja de ser de lo más incierta.
Puede afirmarse que más allá de las dificultades para formar gobierno, la actual situación provoca un impasse institucional que afecta directamente a los elementos clave: presidente, primer ministro y Asamblea Nacional. No es ninguna solución la activación de una moción de censura, con la que han amenazado los grupos de la oposición, que lo único que haría sería derribar al primer ministro pero que no aporta nada para desbloquear el impasse institucional generado por la falta de una mayoría parlamentaria suficiente que respalde al primer ministro. Menos aun la amenaza de abrir un proceso de destitución del presidente, con la que también ha amenazado un grupo –La France Insoumise, LFI–, que no tiene viabilidad alguna, tanto por no tener encaje en la disposición constitucional que se esgrime para ello (art. 68 Constitución) como por la imposibilidad de reunir la mayoría necesaria, 2/3 de la Asamblea Nacional.
Es difícil hacer cualquier predicción sobre la salida que va a tener la cohabitación forzada (puesto que carece de respaldo parlamentario) que ha impuesto el presidente Macron con la designación de Barnier como primer ministro, que además de inédita en la vida política francesa resulta sumamente problemática, como se está poniendo de manifiesto desde el mismo momento en que se produjo. Es, en cualquier caso, una situación que constituye una autentica prueba de fuego para el sistema político de la V República francesa, que se ve abocado a un impasse institucional cuya salida no deja de ser de lo mas incierta. Como lo es asimismo la continuidad del nuevo gobierno Barnier, que más allá de su composición y de la cohabitación con el presidente Macron es el primer problema al que va a haber que hacer frente ahora y a lo largo de la incierta legislatura que comienza.
Profesor